domingo, 31 de marzo de 2019

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

MISIÓN CUMPLIDA
Fueron alrededor de tres décadas, restando un receso temporal que ella hizo hace muchos  años,  el tiempo que Blanca Esthela Treviño y yo compartimos  la plana editorial de domingo en periódico Zócalo.  Aunque ella ya no está físicamente con nosotros, dentro de sus preparativos para el  viaje final,     dejó por anticipado  tres colaboraciones, la que se publicó el domingo pasado,  la de hoy  y la del próximo domingo.
Así era  y así vamos a recordarla siempre,  una mujer ordenada, sensible y gentil, que de forma admirable  sacó adelante una asombrosa cantidad de tareas, y todas de excelencia:   Matrimonio y familia; compromisos laborales y quehacer literario; labor social y docencia,  y partió  cuando supo que era el momento de hacerlo.  Sus colaboraciones periodísticas han tenido  un sello de excelencia, alejadas de la constricción de la opinión subjetiva, para asirse a  la erudición de conocedores y expertos.  Dueña de sus conceptos, pero en todo momento  con la cortesía de ceder   a los convocados a su columna, el brillo de las luminarias.
Tuve la fortuna de convivir con ella desde mi llegada a Piedras Negras en 1984.  Fueron los tiempos cuando el sacerdote Fernando Martínez  lanzó a Blanca Esthela al ruedo de la palabra escrita. En muy poco tiempo, pasó de ser una novel columnista,  a convertirse en  sólida opinadora, y más delante en diestra novelista.   Dentro de su labor editorial, esa  fascinación tan suya  por la lectura,  le proveyó de lo necesario  para fundamentar sus opiniones acerca de aquello que  planeaba  escribir.  Fue al final de esos  ochentas  cuando  se integró a ese mismo espacio editorial,   la profesora Martha Nélida Riojas (+).
Blanca Esthela vio cumplidos  sus dos caros  sueños literarios: Escribir un libro con relación a la figura de su abuela paterna, a través de cuyas páginas la autora nos lleva de paseo por Allende, pasamos tardes en el jardín de la abuela, y nos toca participar en un memorable episodio de la Revolución Mexicana, cuando su padre –entonces niño—descubre su vocación  médica de una forma poco convencional.  Y así, de un escenario a otro, Blanca Esthela nos lleva a comprender que la familia es –finalmente—la razón  que mueve al corazón del mundo. Ese primer  libro se intituló “Cuéntamelo otra vez”.
     Durante la creación de  su segunda y última  novela,  escrita dentro del taller de literatura testimonial, sus compañeros talleristas  tuvimos la fortuna de atestiguar la gestación  de  cada personaje   desde  la magia de su pluma.  En esta obra la autora se propuso  dar respuesta a la pregunta de  uno de sus nietos:  “¿Cómo le hicieron Wito y tú para ser tan felices en su matrimonio?”. De ese modo fuimos descubriendo la forma como  Mario –Wito-- apareció en su vida;  lo que sucedió a causa  del extravío de  unos lentes en una alberca, y  a partir de aquella reunión comenzamos a conocer a quienes fueron novios por más de cincuenta años.  Atestiguamos  el enamoramiento, las expectativas de cada uno en la relación; las aventuras  que vivieron  juntos y a la distancia.  Gozos y sustos, como el día cuando se extravió el más inquieto de sus hijos.  De un modo divertido, pero con   profundo sentido humanista,  la autora termina ofreciendo un mensaje al  amado nieto: La  vida es así, con altas y bajas,   lo  importante  radica en mantener la fe en Dios, el amor en la persona que eliges como  pareja,  y la unión familiar.   El epílogo del libro, donde  Blanca Esthela pone toda su alma en cada letra, es una carta escrita a ese su grande y único amor, con quien acaba de partir  a reencontrarse hace unos cuantos días.
     Desde el próximo domingo 14 me va a resultar extraño no hallar la colaboración de mi admirada compañera de afanes literarios, encabezada por la imagen de su perfil, con esa sonrisa que la caracterizó en todo momento. Estamos ciertos de que ella se queda con nosotros a través de las letras; su esencia plasmada en la sonrisa que el paso del tiempo no habrá de borrar. Como diría el inmortal Jorge Luis Borges, “la muerte es una vida vivida”, y ella vivió –y sonrió-- plenamente hasta el final. Es así como nosotros, que tuvimos la fortuna de convivir con ella, y las futuras generaciones, que podrán conocerla a través de su obra, encontraremos una forma alternativa de vivir la vida: Dispuestos siempre a superar cualquier obstáculo, dando gracias al cielo por lo que tenemos y prodigando amor a nuestros semejantes. Además hacerlo alegres, siempre alegres.
     Blanca Esthela: Voy a extrañar tu sabiduría, tu sentido del humor y ese auténtico don de gentes. El tiempo de Dios es perfecto, y tú partes esbozando esa última sonrisa que expresa lo que muy pocos tendrán oportunidad de decir al final del largo camino: “Misión cumplida”.

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