Todo aquello por lo que darías la vida
cuando eras joven,
se va volviendo pasado.
Te convences. Más bien lo hace la vida,
ella te convence
de que la pasión
por ciertos menesteres
es llama que se apaga con los años.
Te ves en el espejo,
de principio
no te reconoces:
El gesto adusto,
la mirada ausente,
mas de tanto hacerlo
mañana tras mañana, lo asimilas:
Eres el tú de hoy en adelante, hasta que mueras.
El mismo rostro, los mismos gestos
te habrán de saludar cada mañana.
Todo lo demás pierde su peso:
La pareja
se ha ido, o tal vez vive
como leve presencia.
Los hijos ahora giran sobre su propio eje
No te necesitan.
Es más, a veces hasta llegas a estorbarles.
Lo único que queda es tu rostro
pegado en el espejo, al que saludas igual cada mañana.
Y así ha de ser, de hoy en adelante.
Búscate una sonrisa guardada
tal vez
entre las páginas de un libro,
en una melodía,
un recuerdo, algún álbum de fotos.
Úsala entonces
como pasta de dientes,
antes de mirar tu rostro
en el espejo, cada mañana.
Así podrás vivir de manera digna,
ser feliz con lo que tienes y eres,
sin acaso morir en el intento.
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