domingo, 13 de diciembre de 2020

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Quiero creer que de verdad en que esta pandemia nos ha hecho reflexionar sobre nuestra vulnerabilidad, sobre lo frágil que es nuestra existencia. Que la vida de todos los seres humanos del planeta puede dar un giro de 180 grados para llevarnos a un desastre, un desastre que nadie pudo imaginar, predecir, menos evitar.

¿Qué nos falta vivir, perder, sentir, para que podamos dimensionar la implicación que tiene nuestra responsabilidad en disminuir los daños?

Por las noches despierto por ecos de voces y música, que en las madrugadas, me hacen saber de festejos. La algarabía denota que la fiesta está en grande y que al calor de las copas, van subiendo los ánimos, y seguramente ninguno de los que ahí está tiene en mente lo que se está viviendo afuera de esas reuniones. A todos nos hace falta divertirnos, a todos nos tiene enfadado tanto encierro, ¿quién no está con el ánimo de reunirse con familia, con amigos, de disfrutar de fiestas, de convivir y combeber sin aflicción.

Escucho y comprendo, mas no justifico, porque en eso el sonido de una ambulancia me hace dirigir mi mente a los hospitales. Sabiendo lo que es el sonido de las alarmas de ventiladores y monitores en una terapia intensiva; la tensión de ver las constantes vitales de un paciente oscilar de bien a mal; el olor peculiar de una sala donde se viven las situaciones de más extrema gravedad. Me transporté a una de ellas, hasta sentir en carne propia el dolor, el estrés, el cansancio de mis colegas médicos, que incansablemente siguen luchando por salvar las vidas de tantos y tantos pacientes que llegan a los hospitales. Regresé al bullicio de esas risas y cantos estridentes, y me sonaron tan patéticas, tan ruines, que me dolieron profundamente, no exagero.

No pretendo ser severo juez; calidad moral me falta. Solo expreso mi sentir en ese momento, mi empatía absoluta con los médicos que para estas fechas ya tienen repercusiones fatales algunos, y otros de distinta índole, que les afectan en lo personal y en lo familiar. Ellos no tienen ,desafortunadamente, muchas esperanzas de ser reemplazados, porque no hay suficiente personal médico capacitado. No basta tan solo con que haya camas y equipo; el material humano no es fácilmente sustituible ni reemplazable, y si no hacemos conciencia de esta situación, nosotros mismos seremos los causantes de nuestra desgracia.

Es tiempo de paz, como siempre debía serlo, pero más que nunca hoy debemos dejar a un lado todo aquello que exacerbe el peligro de contagio. El virus debe ser el único enemigo a vencer, no nuestra imprudencia, no nuestra indolencia, no la irresponsabilidad de anteponer el placer a la protección de la vida de los demás y la propia.

La vida hospitalaria para el enfermo y para el personal que lo atiende, no es una fiesta. Seamos solidarios, hagamos de una vez por todas una reflexión profunda de lo que nuestras acciones repercuten en el empeoramiento de una situación que ya de por sí es muy grave.

Vivamos la navidad con sentido humanitario; encontremos el mejor significado que alguna navidad que hayamos vivido pueda tener. Vayamos unidos a preservar vidas, con la esperanza de que, a pesar de todo lo azaroso que este año ha sido para todos, --para algunos mucho más que para otros--, podamos tener la esperanza de un renacer. Seamos sentipensantes, sintiendo y pensando antes de actuar con imprudencia y ligereza. La vida de todos está en riesgo. Rememos todos en dirección a ese puerto donde nos abrigue la esperanza de un futuro mejor; donde reencontremos la vida que este año, el virus malévolo ultrajó.

El espíritu navideño, se vive distinto; se percibe de diferentes maneras. Esta navidad debiéramos todos mantenerlo en sintonía.

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