LA REVOLUCIÓN HOY
Acerca de la Revolución Mexicana somos capaces de hablar en segunda persona, evocando
historias que nos resultan cercanas.
Surgen anécdotas que muy probablemente no están escritas en ningún libro
de época, o que, a causa de su transmisión oral a partir del hecho original, van
sufriendo variaciones en una especie de “teléfono descompuesto”, como el que
jugábamos de niños. Aún viven personas que nacieron pocos años después de 1908,
la primera vez que Madero convocó a la
población a levantarse en armas para desbancar al presidente inamovible por 30
años. Esas personas estuvieron próximas a ciertos hechos que detonó la Revolución en 1910
y culminó en 1917 con la expedición de
la nueva Constitución Mexicana.
Dentro de esta obligada nueva normalidad, el desfile
deportivo y militar se sustituyó por un magno evento en la explanada del
Monumento a la Revolución en la Ciudad de México. A propósito de los personajes
que recordamos al hablar del período de 1910 a 1917, en días pasados la UNAM
San Antonio transmitió una espléndida charla del Doctor Javier Garciadiego con
motivo del centenario luctuoso de Venustiano Carranza. Charla que, por cierto, se
halla en la página de UNAM San Antonio, para quien guste verla. Con un dominio excepcional sobre el tema, el
historiador fue conectando una red de personajes cercanos a Carranza, que
finalmente tuvieron que ver con su asesinato aquella noche de mayo de 1920 en
Tlaxcalantongo, Puebla, en donde planeaba pernoctar en su trayecto al puerto de Veracruz. Cierto, hay que decirlo, desde la incubación de
lo que se consolidaría como un movimiento armado en 1910, la muerte estuvo
presente. De los asesinatos en el preámbulo de la Revolución, fue el de Aquiles
Serdán en la ciudad de Puebla. En la residencia familiar se parapetaron los
hermanos Serdán, familiares y simpatizantes de la causa antirreeleccionista;
hasta ahí llegó un grupo de militares armados con la intención de ultimar a
Aquiles. En la reyerta murió su hermano
Máximo, y su hermana Carmen Serdán salió herida. Por cierto, a partir de ahora aparece la
imagen de la hermana en el anverso de los nuevos billetes de mil pesos al lado
de Francisco I. Madero y Hermila Galindo.
Para las nuevas generaciones de mexicanos es poco probable escuchar de forma directa anécdotas de
aquellos tiempos, dando vida a personajes que de otra manera vemos planos, como
las imágenes de los nuevos billetes.
Necesitamos dotarlos de una dimensión humana, mostrarlos como lo que
son, hombres y mujeres de carne y hueso como nosotros. Individuos que albergaron sueños de una mejor
nación para todos, y que no tuvieron empacho en arriesgar la vida por
lograrlo. Tal vez algo de esto explique
el desgano con que los niños y jóvenes ven la historia, como fechas y nombres
que deben memorizar para aprobar una materia.
No estamos logrando transmitirles la realidad histórica de entonces. Lo que representaba llevar diarios de
campaña; lograr identificar al enemigo con la única ayuda de un par de
binoculares. Comunicarse a la distancia
mediante el telégrafo, y enviar dinero, víveres y armamento a lomo de
caballo. A ratos las nuevas generaciones
visualizan los hechos pasados como quien ve una película desde la comodidad de
su casa, comiendo palomitas y tomando alguna bebida refrescante. Pueden pausarla o detenerla cuando gusten, o pueden
cambiar de canal. A los adultos nos ha
faltado conectarnos con las nuevas generaciones, para dotar a las historias y a
los personajes de una dimensión tangible, con la que los chicos puedan sentirse
identificados. Esto es, los
revolucionarios no fueron superhéroes con atributos extraordinarios que, con
mover una mano vencieron ejércitos contrarios, y con la otra cambiaron el
escenario agreste por uno florido. No
será hasta que los presentemos como seres humanos similares a nosotros, con
hambre, con frío, cansados, sudorosos, con miedo; con familia a la cual no
saben si volverán a ver… Personajes convencidos de que México debe cambiar, de
modo que se hacen responsables de efectuar dicho cambio.
La labor para conseguir que los niños y jóvenes se
identifiquen con los héroes de nuestra historia no recae solamente en los
maestros. Debe de empezar en casa,
involucrar a los abuelos, preguntarles qué escucharon ellos de niños, qué
historias conocen; de qué manera el lugar donde vivimos participó –en este
caso-- en la gesta revolucionaria. De
esa trama fundamental derivarán infinidad de subtramas que permitan a la juventud entender de otra
manera la historia de México.
Somos un país de indiferentes. Contemplamos lo que pasa, si acaso tuiteamos
nuestro descontento y sentimos que así ya hemos cumplido. Urge hacer de nuestros héroes personajes
vivos que contagien amor por México.
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