En los ratos en que surge el desasosiego, hilvano recuerdos.
Cuando el paso del tiempo me genera zozobra, echo mano de mi
castaña de memorias. Saco hilo y aguja y
comienzo a hilvanarlos, uno junto a otro.
Los mejores, los más alegres.
Aquellos que dan cuenta de los
tiempos cuando no importaba el transcurso de los días o los meses.
Ahora, con mis años a cuestas y un manojo de temores a los
hombros. Cuando –de un solo golpe—me cae
el peso de la realidad encima, voy al ropero de la abuela. Busco el viejo costurero de mimbre, preparo mis enseres.
Luego abro la castaña clara de mis memorias. Reviso las vivencias de ayer, las acomodo
encima de la mesa. Voy sintiendo la
emoción de un niño que anticipa su creación.
Comienzo a hilvanar mis recuerdos.
Lo hago con hilos de distinto color.
Así veo nacer una cobija que habrá de abrigar el frío paso del tiempo sobre mis huesos…Y
sonrío.
A través de la ventana veo venir el invierno. Lo recibo gustosa.
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