domingo, 16 de julio de 2023

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

EL PESO DE LA PALABRA

La palabra, esa herramienta de comunicación que nos permite expresarnos y así constituir sociedades civilizadas, y algo más, nos permite trascender en el tiempo y la distancia.

La semana que termina lo hace  México con elevadas cifras criminales: Levantones, desapariciones y masacres en 81% del país (según cifras de  AC Consultores), en tanto varios estudiosos contabilizan  hasta 180 grupos criminales que hacen de las suyas de manera impune, cobijados en la política de los abrazos del ejecutivo federal.  Esta semana tocó a Luis Martín Sánchez, corresponsal de La Jornada para el estado de Nayarit.  Fue secuestrado y horas después encontraron su cuerpo sin vida en alguna brecha.  Es una más de las situaciones en que se amenaza la vida de un comunicador debido a su oficio.  A ratos parece que es más grave dar a conocer los actos delictivos que cometerlos.  Alcanza más castigo comunicar que delinquir.

He comenzado a leer con sumo interés una novela de Rosa Montero publicada en el 2022 por Seix Barral: “El peligro de estar cuerda”.  Tal cual  sucede con las obras que nos atrapan, yo como lectora me identifico con la relación que la autora refiere haber tenido con la palabra desde pequeña, cuando sentía que no encajaba en el entorno.  Más delante habla sobre el panorama mundial, en el que la OMS señala que el 12.5% de la población general sufre algún trastorno emocional.  Si su obra fue publicada en el 2022, al término de la pandemia, yo me pregunto qué cifras arrojará la Salud Mundial a la fecha, ahora que comenzamos a estudiar los daños emocionales y sociales que ha traído el COVID  como enfermedad, su incidencia y su mortalidad. Por otra parte, la prevalencia de casos de COVID de larga evolución, que continúan manifestándose hasta la actualidad, como –finalmente-- las consecuencias de ese encierro obligado que puso en pausa actividades económicas, educativas y sociales a lo largo y ancho del mundo.

Regresando a Rosa Montero, ella atribuye esa necesidad inminente por escribir a algún trauma psíquico de la infancia.  Se refiere a sí misma como una niña que tuvo que asumir de manera temprana un rol de adulto, lo que le impidió disfrutar su infancia a plenitud.  Más delante va desplegando un abanico de personajes  cuyas biografías remarcan esa relación entre estados depresivos y/o de angustia, con la necesidad imperiosa de escribir.  Da ejemplos desde los más sutiles hasta los más dramáticos.   De los casos que cita, en lo personal no conocía a todos, pero descubro que, uno a uno, dan cuenta de que para cada personaje escribir es vivir.

En nuestro suelo, por desgracia, expresarse llega a equivaler a una condena de muerte.    Lamentable decirlo, la polarización ha alcanzado niveles patológicos, y no ha de faltar alguno que, por ciega lealtad a una ideología, es capaz de asesinar.  Probablemente sea el caso del compañero Luis Martín Sánchez quien pierde la vida, además de que su familia se ve en la necesidad de abandonar la entidad para salvaguardarse.  Con todo lo que implica llegar a un lugar que no se conoce, comenzar a abrirse camino en el sector económico, tal vez con una identidad distinta a la original.  Para los mayores es dejar su tierra y sus costumbres; familia extendida y amistades. Es una forma de auto exilio para no morir.

Esta panorámica debe convocarnos en un mismo punto: El peso de la palabra en la construcción de realidades, para bien o para mal.  Esa palabra que hasta irresponsablemente llega a decirse desde una tribuna pública, y que va a encender los ánimos de quienes justifican su vida a través de la lealtad absoluta a una figura de autoridad, por quien son capaces de hacer cualquier cosa.  Esa palabra que marca con riesgo de muerte en un país que, de manera impune, intercambia verbos por plomo.  La palabra de quienes nos negamos a dejarla ir, tal vez porque nuestros traumas de infancia nos obligan a alimentarla cada día, a no descuidarla.

Cuánto hace falta incentivar el proceso de alfabetización funcional.  Esto es, no solo aprender a unir letras y armar palabras, sino  a descubrir los mundos que se mueven detrás de esas grafías; las intenciones que las lanzan al mundo y los afanes que las mantienen en el aire. Leer entre líneas, reza el refrán popular, o bien “leer con malicia” diría yo.  No es solamente pasar la vista sobre lo  impreso o digitalizado que está frente a nuestros ojos, se trata de leer al mundo, la vida, los personajes, las intenciones.  Estudiar la realidad que nos rodea para, en el mejor de los casos, anticiparnos a lo que pueda venir más delante, o sea, estar preparados para afrontar lo que llegue a presentarse.

“Del dolor de perder nace la obra”, palabras de  Philippe Brenot citadas por Montero. Habrá que tomar enseñanza de ello.

1 comentario:

  1. Triste situación del país y peor para los Comunicadores, profesión de muy altos riesgo que ojalá cambiara algún día

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