domingo, 20 de mayo de 2018

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


Cuando uno se enoja, quizá valdría la pena antes de hablar, escribir lo que se desea decir. Darnos la oportunidad de borrar,  releer lo dicho y pensar en que forma no sea tan hiriente. 

Escrito, tendrá esa ventaja, y su permanencia física nos hará posible podarlo y leerlo, una y otra vez. Por el contrario, una vez dicho, dependerá de aquello que se pronunció, de cómo se interpretó y de la memoria de aquél para el que iba dirigido, su trascendencia.

Pareciera que la memoria se empeña en conservar por tiempo más prolongado las ofensas que las manifestaciones de cariño, como si se archivaran en un lugar especial donde el tiempo no logra borrarlas fácilmente.

Una vez dicha la palabra que causa daño, que hiere, no hay corrector que la borre, y el perdón logra aminorar el daño, pero cual espina que penetrara en el corazón, volverá a punzar dolorosamente.  A veces lo hace por toda la vida, a la menor provocación, resurge en nosotros el dolor que parecía haber quedado en el olvido. Llega a ser  lacerante como recién emitida, nos aflige y transporta a un pasado como ancla. Nos regresa a un muelle al cual nunca hubiésemos querido regresar.

Sería bueno repasar las palabras por escrito, antes de atrevernos a pronunciarlas, releerlas, corregir, no dejar un exabrupto que lesione de manera permanente. Evitar que diga más de aquello que realmente sentimos o de lo cual podremos desprendernos, sin que nuestras palabras hagan lo mismo en la memoria de nuestro interlocutor.

La palabra es reservorio de nuestro sentimiento, nuestro sentimiento puede variar de un momento a otro, pero la palabra tendrá el poder de permanecer. Busquemos envases asertivos, que no dejen daños a largo plazo, que no lesionen de por vida un afecto.

Encontrar la congruencia y equilibrio entre nuestras emociones y las palabras, es ejercicio que lleva a crecimiento en las relaciones afectivas.

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