domingo, 2 de febrero de 2025

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 CULPAS Y AVANCE

El arte de convivir es la clave para la construcción de sociedades armónicas, en donde cada miembro contribuye con lo que es y con lo que tiene para bien de todos.

Existe un concepto que se desarrolla en estas sociedades: la denominada conciencia moral, esto es, el conjunto de normas y principios que rigen la conducta de sus integrantes.  De manera implícita o explícita, según sea el caso, la sociedad dicta los modos de comportamiento que son aceptables y señala los que no lo son.  Así, los integrantes están en capacidad de medir hasta qué punto su conducta personal se apega a estos principios generales.  Cuando no se cumple con lo que el grupo esperaba surge la culpa, un sentimiento de vergüenza por los actos cometidos que, en el mejor de los casos, llevarán a la reparación y a la modificación de la conducta.

Habrá que mencionar que esta es la culpa adaptativa, la que se genera con bases racionales tras un acto que viola las normas de conducta grupal y que desaparece una vez modificada la conducta.   Otra es la culpa desadaptativa, la que no tiene relación con un error cometido, sino que obedece a otras causas. Una de ellas es la que se viene cargando como un lastre desde tiempo atrás.  En nuestra cultura es –por desgracia—todavía muy frecuente, el querer endilgar culpas a la mujer por razón de género, un sentimiento enquistado en el imaginario colectivo aún difícil de eliminar.   Otro tipo de culpa muy nociva es la que obedece a un mecanismo de proyección: cuando yo hago algo que resulta mal, inmediatamente busco a quién culpar por dichos resultados. Puede ser al pasado, al que no piensa igual que yo, o a los más cercanos. Inconscientemente busco zafarme de culpa proyectándola fuera de mi persona.  Una cosa es una culpa por un acto concreto y otra muy distinta es la culpabilidad que nos atribuimos unos a otros en un ambiente tóxico, en donde se busca señalar a los demás hasta por hechos completamente fuera del control humano.

Ahora bien, hay una gran diferencia entre culpa y responsabilidad.   Ante un evento catastrófico, sea en el plano personal o colectivo, atribuir culpas nos deja estancados en un solo punto. Si me recrimino a mí mismo establezco un círculo vicioso que no hará más que hundirme. Por su parte, fincar responsabilidades por lo ocurrido permite encontrar una explicación racional del evento y definir un plan de modificación de conductas para que no vuelva a ocurrir.

Un concepto muy sanador en estos asuntos es entender que una cosa es el hecho concreto y otra muy distinta lo que ponemos encima de él: ideas y juicios, y que el daño que producen estos últimos es mayor que el provocado por el hecho en sí.  Este mecanismo de sentirnos afectados por lo que otros piensan de nuestros actos, más que de los actos en sí, es más perjudicial todavía.

Hay que señalarlo, también ocurre el caso contrario: El de personajes cínicos que evaden sentirse responsables por conductas llevadas a cabo en el ámbito colectivo y que mucho han dañado a otros.  De estos tenemos abundantes ejemplos en la política, individuos que no dejarán de insistir en que tienen las mejores intenciones cuando llevan a cabo acciones infames totalmente contrarias a los intereses de otros. Utilizarán la culpa, en este caso para alejar la atención de su propia actuación y atribuirla a elementos ajenos a su comportamiento, convencidos de que este reparto de culpas funcionará una y otra vez con la misma eficacia.

Somos humanos y nos equivocamos.  El error es un evento común a todos nosotros, puesto que ninguno es perfecto.  Será a partir de esta realidad que nos sintamos capaces de perdonar y perdonarnos.   En primer lugar, ser benévolos con otros, reconociendo que, al igual que nosotros, pueden equivocarse.  En segundo lugar, serlo hacia nosotros mismos, aceptando nuestra falibilidad, de modo de actuar responsables más delante, cuando se nos vuelva a presentar una situación similar.  Encima de todo ello, aplicando el perdón, hacia los demás y hacia nosotros mismos, de modo de sanear el ambiente, percibiendo el mundo como un sitio en el que todos intentamos hacer las cosas de la mejor manera, aunque en ocasiones nos equivoquemos.

Buen momento para hacer una depuración de nuestra mochila emocional e identificar lo que hasta hoy nos genera culpa, recordando que somos humanos, por ende, fallamos y está bien perdonarnos. Si tus acciones afectaron a otros, es tiempo de aproximarse a esas personas y pedir perdón.   Si el daño es reparable, entonces repararlo.  Y finalmente, revisarnos interiormente para evitar que se repita.

Reconfortante saber que todos somos humanos, y que, así como nos equivocamos, sabemos pedir perdón y enmendar nuestro actuar. De este modo conformaremos una sociedad más sana y proactiva.

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