domingo, 3 de julio de 2022

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

FERIA DE FALACIAS

Las redes sociales nos han cambiado como humanidad.  En la actualidad, la gran mayoría de quienes vivimos en zonas urbanizadas, poseemos un equipo conectado a la red, para estar comunicados con otros. Es así como cada ser humano trae, ya sea en la mano o en el bolsillo, su propio mundo.

En gran medida este apego al aparato celular radica en nuestra necesidad de aceptación.   Vivimos en una sociedad que de muchas formas nos aísla, y es –tantas veces—sólo a través de la tecnología, como satisfacemos la necesidad de pertenencia o de aceptación.  De ahí la urgencia de estar recibiendo esas microdosis de neurotransmisores cada vez que encendemos el aparato y nos hallamos un “me gusta”.  Algo similar sucede en México al ejecutivo federal con la “crítica” a sus dichos y ocurrencias.  En sus prolongadas y costosas “mañaneras” él espera siempre aplausos, y de no obtenerlos surge el descontento, el ataque  y  la descalificación.

Lo de esta semana  frisó en el absurdo: Durante dos días llama a Carlos Alazraki –judío--,  “hitleriano”, en respuesta a los comentarios del opinador sobre una aeronave sin registro que despegó de Querétaro rumbo a Argentina con tripulantes extranjeros.  Lo dicho por el presidente me pareció tan absurdo como llamar a Venustiano Carranza “huertista”, simplemente porque sus puntos de vista no son del agrado de quien lo califica de ese modo.  El presidente, en su afán de denostar, cometió una ofensa para un pueblo que sufrió al extremo a manos de Adolfo Hitler, fundador del movimiento nazi, del cual se cuentan 6 millones de muertos en campos de exterminio.  El dicho del presidente López da cuenta de varias cuestiones: La primera, su modo precipitado de reaccionar.  Francamente no creo que no sepa qué papel tuvieron Hitler o Goebbels (con el cual también comparó a Alazraki) en este genocidio en Europa, durante la Segunda Guerra Mundial.  La segunda cuestión parecería corresponder a una venganza histórica para los orígenes de Alazraki, algo absurdo en el fondo, cuando la comunidad judía ha representado un gran empuje para México en muchos aspectos.  Y la tercera refleja una personalidad autocrática que no tolera a quienes opinan distinto a él.   O sea, según su pensamiento, los 120 millones de mexicanos debemos de pensar como él lo hace. No tenemos permitido hacerlo de otra forma.

En lo personal hallo las redes sociales una herramienta útil, cuando se utiliza con sensatez.  De igual manera encuentro una fuente de pérdida de tiempo cuando estamos viendo “a ver qué cae”, sin un objetivo preciso para desarrollar.  Me temo que esa sensación de que se nos pasa el tiempo demasiado rápido tiene mucho que ver con esos tiempos muertos frente a la pantalla.  Por más que me afano en evitarlo, yo misma me he sorprendido dejando correr un contenido inútil y ocioso, tal vez con la peregrina esperanza de que se enmiende antes de terminar.  Si tuviéramos un cronómetro para medir el tiempo desperdiciado en ello, hallaríamos gran parte de la explicación de por qué se nos pasa el tiempo de manera tan rápida.

Otro fenómeno muy asociado al uso de redes sociales es la polarización.  Esto es, comenzamos a seguir a quienes piensan como nosotros.  Nos sentimos identificados con ellos, los procuramos y les aplaudimos.  Internamente se va desarrollando la idea de que “todo el mundo” piensa como nosotros, puesto que el universo digital que hemos elegido para navegar, lo hace.  Y es así como se van presentando posturas maniqueas  que bien pueden llevar, en forma creciente, a acciones extremas. “Falacias ad populum”, llamarían los especialistas a estas formas de apelación en redes.

A ratos imagino cómo serían las cosas hace 100 años, cuando la comunicación era presencial de forma exclusiva.  Esas tardes cuando la familia, cansada del calor, sacaba sus sillas y mecedoras a la banqueta, para platicar.  ¡Cuan diferentes habrán sido los contenidos, cuando los dichos se expresaban de manera directa, mirándose a los ojos!   De todas formas, sabemos que la historia que esas familias nos han transmitido, no están totalmente apegadas a los hechos.  Cada comunicador imprime a su historia un rasgo particular, un sesgo que, a la vuelta del tiempo, no alcanzaríamos a detectar.  Aun así, la transmisión de contenidos entre humanos habrá sido entonces mucho más rica y verosímil, en comparación con lo que tenemos hoy en día a través de los medios digitales.

Cada época desarrolla sus propios recursos de comunicación.  De nosotros depende el uso que les demos a los que hoy tenemos entre manos.  Ante la oferta inacabable de contenidos, cada cual elige qué seguir, y hasta qué punto esos mismos materiales van a modelar su comportamiento. De momento es sensato razonar lo que vamos a decir antes de lanzarlo al aire.

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