LA LECCIÓN DE ZYANYA
El suicidio entre jóvenes es un tema incómodo, de esos que
quisiéramos mantener en silencio. Suele
ser la punta del iceberg bajo la cual existen cuadros depresivos variables.
Hemos avanzado
mucho en salud mental. Los trastornos en esta esfera han perdido su atávica
condición de tabú, pero aún falta entenderlos bien. Suelen ser vistos como
condiciones banales, que para resolverse dependen de la sola voluntad de quien
las padece.
Zyanya Estefanía
cursaba su segundo año de la especialidad en Pediatría. Sus amigos la recuerdan como una niña linda,
dedicada y estudiosa. Pasó de ser la anónima poseedora de tales virtudes, a
lamentable noticia a causa de su suicidio.
Contrasta la imagen dulce de esta chica, frente a un hecho tan absoluto como
contundente, terminar con la propia vida. Varios de sus compañeros atribuyen al
acoso laboral su fatal decisión.
Imposible descartar un fondo depresivo subyacente.
De por sí la
carrera de Medicina es difícil. En nueve
o diez semestres hay que aprender mucho acerca del funcionamiento del cuerpo humano
sano, para luego interpretar lo que ocurre cuando enferma. Una vez entendido qué sucede en la intimidad de la célula,
aprender el método para conocer, limitar
y revertir el daño hecho: Un tratamiento
que toque todos los aspectos que llevaron al individuo a la enfermedad, y una
rehabilitación que lo regrese a la condición previa a enfermar. Más delante enfocarse a modificar factores de riesgo, y así evitar el desarrollo de tal enfermedad.
Prepararse en las
aulas para ser médico implica dedicación, disciplina y coraje. Es apegarse a ese propósito por encima de la
comodidad personal, la convivencia familiar y la interacción social. Como dijera mi querido maestro, Don Jorge
Siller, “La Medicina es la novia más celosa”.
Terminan los años
en el aula pero la preparación continúa
por muy diversos caminos, en el área clínica o
la investigación. Algunos llegan finalmente al período de
preparación en una especialidad. Se
trata ahora de aprender a profundidad los temas propios de un área específica.
Habrá de seguir con la vista puesta en los tratados académicos, y la voluntad
empeñada en la atención de los pacientes, bajo la tutela de las jerarquías
superiores. El entrenamiento no es
sencillo, implica mucha voluntad, resistencia física, y sobre todo resiliencia. Aprender a sacar la enseñanza de cada
situación, aun en los momentos difíciles cuando la angustia o el cansancio quisieran
vencernos.
A lo largo de la
vida habrá que trabajar a favor de las causas que consideramos justas y
válidas. Para hacer bien las cosas, es
menester administrar tiempo y energía, de otra suerte sucederá que, repartidos
entre tantas actividades, nos volveremos ineficientes. Sobre todo cuando queremos cumplir con tareas
que en justicia no nos corresponden.
Ello puede resultar difícil de delimitar, en particular cuando deseamos
quedar bien con todos, y de alguna forma los demás se aprovechan de esa buena
voluntad.
No conocí en vida
a Zyanya. Su historia me lleva a suponer
que sucedió algo así, quiso repartirse entre tantas causas propias y ajenas,
que terminó cayendo en una crisis.
Seguramente había un fondo depresivo que se exacerbó debido a las presiones del exterior. De cierta forma me vi reflejada en ella; durante
mi preparación en Pediatría viví un episodio parecido al suyo. Venturosamente tuve la oportunidad de entrar
a psicoanálisis, que en definitiva ha
sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. No es un tratamiento para locos sino una
forma de poner orden a la máquina emocional, entender cómo se activa cada una
de nuestras reacciones, y así estar en
capacidad de modificarlas. Al final del
psicoanálisis el individuo es capaz de analizar sus propios modos de
reaccionar, modificar lo que haya que modificar, y seguir adelante.
Sorprende que en
pleno siglo veintiuno conservemos modos de pensar anacrónicos para ciertos asuntos. La palabra “depresión” se visualiza aún rodeada de un velo lúgubre,
como se entendía en la Europa anterior a
la Revolución Francesa. Necesitamos
asimilar que es una condición clínica que cualquiera de nosotros puede padecer,
y que –afortunadamente-- vivimos en unos tiempos en los que existen recursos útiles y seguros para tratarla. Habrá que estar en contacto con nuestros jóvenes, animarlos a conocerse. Detectar
a tiempo cualquier signo sugestivo de
depresión, y en caso necesario facilitarles
buscar ayuda profesional. Que no teman delimitar sus responsabilidades, sin
pretender cargar el mundo sobre sus hombros, lo que terminaría por aplastarlos.
Descanse en paz
Zyanya, quien generosa nos deja una valiosa lección de vida para ser aprendida.
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