domingo, 5 de agosto de 2018

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

DE TRANSAS Y OTROS MALES
Extraño la velocidad con que antaño se difundían las noticias.  Cuando algo ocurría, el primer medio que lo daba a conocer  era el radio, y de ahí se iba desplegando la información a otros medios, y al paso de dos o tres días, la noticia había dado la vuelta al mundo.  En la actualidad esos lapsos se han fraccionado a  milisegundos, de hecho hay una especie de competición implícita para ver quién difunde primero una noticia inédita, a través de redes sociales.  Para ejemplo tenemos el avionazo ocurrido en el curso de esta semana en Durango.   Los primeros reporteros fueron algunos de los propios pasajeros que se hallaban tomando video durante el despegue y ulterior desplome de la nave.
     La hiperinformación se asocia a estados depresivos.   En mi caso particular encuentro que  muchos de los contenidos indican el grado de descomposición que hemos alcanzado como sociedad. Al ser tantos, hallo que  el  sueño de llegar a conformar una sociedad justa y equitativa, es  una quimera.
     Hace un par de semanas en Ciudad Juárez, se dio la siguiente situación: Una tienda  departamental  –por error—etiquetó unos televisores a $3.29, y por supuesto en cuanto el primer cliente se percató de aquello y se apresuró a tomar uno o más televisores, comenzó una revolución dentro de la tienda, entre los presentes y los convocados por ellos.  Hubo quienes intentaron comprar 10 televisores al mismo tiempo.  El establecimiento cerró sus puertas para contener la avalancha humana, y después de 15 horas de negociaciones –mediadas por la PROFECO—cada familia salió con un televisor a ese precio, y la tienda tuvo que absorber, aparte de la diferencia de precio de  los electrónicos, los daños provocados por el consumo libre  de alimentos y de cargadores para celular que hicieron los clientes cautivos.
     Hace poco conocí el concepto de cultura valorativa distorsionada del humanista Juan Martín López Calva.  Este indica que la corrupción como tal se ha venido infiltrando dentro de todos los sectores de nuestra sociedad, ya no es una respuesta frente a situaciones de desventaja económica, sino una actitud de sacar provecho, siempre que sea posible.   De modo que, aunque yo no necesite aquello, habrá que  aprovechar la ocasión.
     En un mundo ideal, el primer cliente que detecta la errata en la etiqueta avisa al responsable del departamento para corregirla, y punto. Problema abortado.  Sin embargo en el mundo real actuamos de modo contrario  bajo varias premisas: Si yo no  logro sacar ventaja, el de atrás lo hará. / En fin, estos empresarios extranjeros son muy ricos y nunca pierden. /  ¡Total, qué tanto es tantito!
   El  filósofo  Bernard Lonergan se refiere a la  corrupción como la forma en que percibimos, entendemos, juzgamos y valoramos la realidad.  Y en consecuencia así decidimos y actuamos.  En este escenario se entiende que un individuo aborde a un invidente que vende gelatinas, platique con él mientras mide el grado de limitación que tiene por su discapacidad, y acto seguido le robe su dinero y sus gelatinas.  O justifica la actuación de aquel agente de bienes raíces que vende 5 veces un mismo terreno.  Ambos delincuentes  parten de esa forma de pensamiento, aprovechar la oportunidad, antes de que  otro lo haga.
     En un extraordinario estudio sobre la corrupción, Enrique Romero refiere que el “gandalla”  hace rato que salió del barrio… para indicar que el sinvergüenza de barriada del que hablara Miguel de Cervantes a través de sus personajes  Rinconete y Cortadillo, se sitúa ahora entre los ladrones de cuello blanco y los practicantes del “gandallismo político”, que no dudan un minuto en traicionar compromisos o  ideologías partidistas, con tal de seguir como beneficiarios del sistema.
     “El que no transa, no avanza”.  En el fondo de esta actitud la gran pregunta: ¿Qué mecanismo emocional nos lleva a actuar así, como si la vida nos debiera algo que  buscamos cobrarnos una y otra vez?  Querer comprar 10 televisores por una cantidad menor a  cuarenta  pesos no es otra cosa que hacer el gran negocio con  ganancias de muchos miles.  Seguramente a costa del despido de un empleado, un jefe de departamento y tal vez el gerente de la tienda. Pero claro, el “gandalla” excluye este posible escenario de su mente, no lo piensa, luego no existe.
     Va siendo hora de revisar a profundidad nuestra costumbre de  pasar por encima de la ley para obtener un beneficio particular.  Entender sus mecanismos. Descubrir qué carencias emocionales primitivas desencadenan la cultura del ventajismo y el “agandalle”. Desentrañar ese lastre mental de actuar chueco,  que tanto nos ancla. Hasta pasar a la historia como una  sociedad de primer mundo, que no duda en sumar esfuerzos a favor del bien colectivo. 

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