HISTORIA QUE
VALIDA
La COVID-19 se comporta como una hidra, se le decapita y de ese punto
aparecen dos cabezas. En México la cosa
es más compleja todavía: además de la naturaleza intrínseca del virus, nos
encontramos con un manejo político de la pandemia, plagado de cifras irreales
por subregistro y ocultación, y
recomendaciones contradictorias, que sugieren que un ícono religioso protege
más que un cubrebocas.
El grave problema que tenemos en puerta corresponde
al nuevo ciclo escolar. Por sentido común deberá emprenderse desde casa. Eso es el “qué” del asunto; ahora viene el
“cómo” y es donde nos topamos con un panorama incierto. Se firmaron convenios con las principales
televisoras nacionales, lo que ayuda, pero no resuelve. En una casa con tres escolares, no es posible
tener tres televisores o suficiencia de aparatos electrónicos para una
recepción híbrida, unos en el televisor, otros vía Internet… Por otra parte,
¿quién elaborará los contenidos? ¿cómo se evaluarán los resultados?... Estamos
ante un problema con demasiadas aristas en un sistema de gobierno que deja las
cosas para el último minuto, o pretende resolverlas mediante improvisación…
Corresponde a la sociedad civil
ayudar a subsanar las carencias que tendrá este nuevo modelo de transmisión de
contenidos. Difícil pensar en organizar
legiones de abuelitos vigilantes a
través de la tecnología. Alguien ha
propuesto reunir pequeños grupos de niños de un mismo sector poblacional en una
casa habitación, a cargo de padres de familia… Son soluciones precipitadas,
riesgosas y que darán pobres resultados.
Nos enfrentamos a un año escolar
que los especialistas han denominado “de pérdida generacional”. No es para menos.
En mis afanes literarios, nunca
he logrado crear un personaje verosímil
que corresponda a un delincuente de
cuello blanco, un asaltante callejero o un asesino en serie. Surgen mis tendencias maniqueas que me
impiden empatizar con ese individuo a
quien la sociedad cataloga como “muy malo” y al que, en ausencia de una figura
de autoridad, --como venimos viendo— ahora se le ajusticia de manera violenta
por parte de las víctimas potenciales.
En redes sociales circularon esta
semana videos de asaltantes de combi linchados, que traducen un hartazgo
ciudadano que vuelve a los pasajeros cómplices por una causa común. Vuelcan toda
la ira contenida en contra de uno o dos individuos que pretendían asaltarlos. Frente a sucesos como esos, me pregunto cómo
sería la infancia de tales delincuentes, dónde estarían sus respectivos padres mientras fueron creciendo, o si, después de
algunos asaltos en el día, regresan a casa satisfechos de sus logros
económicos. ¿Les comprarán golosinas a sus niños, o fruta y pan para sus madres?... El sistema nos ha llevado
a repeler de manera violenta a dichos personajes, así como el mismo sistema los
ha llevado a ellos a comportarse faltos de empatía. ¿Qué es lo que sucede entonces?
La violencia extrema con que
actúan los delincuentes y la que vuelcan quienes, a punto de ser víctimas se
convierten en vengadores, nos lleva a imaginar qué traerán en la mochila de
viaje. A adivinar por qué no se percibe
una pizca de respeto en sus respectivos comportamientos. En lo personal regreso a un punto que he
comentado en otras ocasiones: Actúan de este modo porque no han desarrollado amor
a lo propio, ni a su persona ni a su tierra.
De aquí doy un salto cuántico
para llegar al problema educativo originado por la pandemia: En el modelo
tradicional nos han enseñado la historia como una serie de eventos lejanos que
emprendieron algunos individuos --personajes planos de un cuento aburrido--,
que consiguieron con su lucha o a costa de su vida, que hoy tengamos lo que
tenemos, punto. No hay una verdadera
empatía con los emperadores aztecas ni con los sabios mayas. No entendemos a Miguel Hidalgo como un ser
humano singular, con aciertos y fallas, dueño de un liderazgo excepcional, que convenció
al pueblo de luchar con todo. No visualizamos
a Morelos ni a Juárez en tres dimensiones.
No sacamos a Porfirio Díaz del paradigma del dictador, entonces lo
odiamos. Ni entendemos a muchos
forjadores de la historia de un modo más integral. Tal vez alcancen a salvarse Francisco I. Madero y Francisco Villa, a
quienes sí acogemos como a unos Janos
contradictorios, para finalmente reconocer lo bueno que nos legaron.
Nuestros niños y jóvenes tienen
poco desarrollado el amor a lo propio. A
su persona, a su familia, a su barrio. No
conocen mucho del lugar donde viven, de sus calles y plazas.
De las tradiciones locales. De lo
que, finalmente, les otorga identidad.
Para salvar de que este año se
pierda y por México, quienes no pertenecemos al sistema educativo formal tenemos
mucho que hacer. ¿Comenzamos…?
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