LO MEJOR DE LO
PEOR
A punto de cumplir 65 años, caigo en cuenta de que, desde
que tengo uso de razón, no había
percibido una alarma mundial mayor que la que se vive hoy, a causa del
coronavirus. Como toda crisis, es un
fenómeno que polariza opiniones y posturas; dispara lo mejor y lo peor.
Mis primeras memorias de la palabra escrita ocurrieron en la
mesa del comedor de la casa paterna, a la hora del desayuno. No había aprendido a leer aún, de manera que
me intrigaba ver a mi padre y a mi madre sumidos en unas hojas grandes impresas
de papel revolución que me impedían contactarlos. Como hija única entonces, aquellos ratos de
aburrimiento me condujeron a empezar a poner atención en el reverso de las
planas que ellos leían. De ese modo
descubrí que el mundo iba más allá de la puerta de la casa, o de mi familia, o
de mi ciudad natal. Comencé a entender
que en otros sitios lejanos ocurrían cosas distintas y en ocasiones
graves. Que había iniciado una guerra en
Corea; que Fidel Castro visitaría México, de modo que se repartieron muchas
pegatinas con leyendas de “Este hogar es católico. Cristianismo sí, comunismo
no”. Recuerdo la de la casa paterna
adherida a una de las ventanas próximas a la entrada. De lo que ocurría en mi entorno cercano,
quizá la única novedad sería la epidemia de poliomielitis que me llevó a
entender por qué Miguelito y Lupita, compañeros de juegos de la infancia
temprana, utilizaban aparatos ortopédicos.
Una vez que aprendí a leer pude elegir mis propias
lecturas. Ya no dependía de la interpretación de pies de fotografía de los diarios impresos,
que los mayores me obsequiaban. Ahora
concluyo que mi vida estaría indefectiblemente asociada a los medios
informativos. Se siguieron fenómenos
mundiales como la guerra de Vietnam, la construcción del muro de Berlín, o la
introducción de drogas psicotrópicas y la píldora anticonceptiva. Todo ello fue transformando al mundo, y
avanzamos una decena y una más… A mediados de los años setenta, ocurre la epidemia de fiebre tifoidea en la
ciudad de México, que percibí ya como
estudiante de Medicina. Las vacunas fueron ganando terreno, se
erradicó la viruela (conocida como “viruela negra”) en 1980, y algo similar se
esperaba lograr para el sarampión en el 2015, pero ahí estamos, en el estira y
afloja, gracias a los grupos antivacunas. Mientras tanto se derribó el muro de
Berlín, se firmó la Perestroika, e inició la guerra de Medio Oriente.
Llegamos al siglo veintiuno con la estirpe viral SARS que
nos ha puesto de cabeza en varias ocasiones. La pandemia actual, denominada
COVID-19, registró su primer caso en China –de acuerdo con la OMS-- el 31 de
diciembre del 2019. A partir de ese
momento, y como si de ondas expansivas se tratara, la enfermedad se ha venido
extendiendo por el mundo. Crecen, tanto
la patología viral como la emocional que conlleva, que han denominado
“infodemia”. Esta última en mucho alimentada por notas alarmistas en redes
sociales.
Es una realidad que estamos ante un coronavirus más activo
que ninguno de los que se tuviera memoria.
Es una realidad que hay condiciones de riesgo que producen mayor daño en
caso de infección. Es una realidad que
se aplica la metodología del ensayo-error en distintos países, de diversas
maneras, con la mejor de las intenciones, siempre teniendo como premisa “Primum
non nocere” (“Antes que nada no dañar”).
Luego de esas tres realidades absolutas, comienzan a surgir
otros elementos: Por una parte los supuestos, las leyendas, los intereses
creados que se parapetan detrás de enunciados cual grandes verdades. Se
conjuran remedios milagrosos, escudos mágicos, que flaco favor hacen al control
de la enfermedad. En contraste con esos
elementos perversos, aflora de manera plena la creatividad en todas sus formas.
Corre la generosidad como gamo en libertad, para compartir ideas y enseñanzas
en línea, propuestas de entretenimiento que sanan los ánimos, que nutren y
enriquecen.
El juego de palabras con que intitulo la presente colaboración
sugiere sacar lo mejor de lo peor. Nuestra
mejor cara en una situación inédita, que a todos atemoriza. Una invitación a no acrecentar la
incertidumbre, sino –todo lo contrario-- fomentar un clima esperanzador. Cierto, lo
peor es el riesgo de contagio, las dimensiones de la pandemia, el obligado
encierro. Sea entonces lo mejor de nosotros activar la creatividad, el
contentamiento, la armonía familiar.
Mantener la comunicación con los amigos. Más allá de acrecentar la
angustia que todos estamos sintiendo, vaya una propuesta a trabajar a favor de
serenidad, resiliencia y paz. El escenario
actual es caótico para todos, nuestro mayor demonio interno es el temor.
Actuemos a favor de un clima tranquilo y esperanzador, para
superar la crisis con bien.
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