EPIFANÍA DEL SILENCIO
La mañana del domingo es el rincón más apacible de la
semana. Todo parece dormir para cuando
mis pasos rompen la quietud al alba de este día.
Mi pequeño jardín, pleno de verdor, si acaso se mece con el
vientecillo que pasea, sigiloso, en torno a las exuberantes albahacas, que se
sienten señoras de la tierra, inundando de aroma el aire que da cabida a sus
verdes copetes.
Los ladridos de los perros de la casa vecina rompen en algún
momento el silencio abacial de la mañana.
Es la vida, esa que no deja de revelarse en espacios insólitos. Es la vida que se niega a darse por vencida
frente al avance maligno de la enfermedad.
En mi jardín se hallan en pausa, como suspendidos, todos los
dolores de quienes han venido sufriendo alrededor del mundo. Los llantos de sus seres amados se esparcen
cual gotas de rocío en el total silencio.
Se deja sentir la fragante esperanza, antes de que el hombre, y los
ruidos del hombre, y sus hondas desazones, rompan el silencio monacal de las
primeras horas.
Es por esa razón que corro cada mañana a mi pequeño jardín,
a respirar la vida que aún se vuelca en derredor para mis sentidos. Quiero verla,
escucharla, aspirarla hasta lo más profundo.
Este domingo, el rincón más apacible de la semana, me
apresuro a hacerlo, antes de que el
tiempo, o la imprudencia, o un juego de naipes mal jugado, me lo lleguen a
impedir.
Muy bueno
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