domingo, 15 de noviembre de 2020

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

EN MEDIO DE LA TORMENTA

A ratos imagino que alguno de los novelistas distópicos escribió una historia, la escondió en una caverna, y en fechas recientes algún fuerte viento la sacó a la luz, para convertirla en el guion que todos vivimos en este 2020.   Mucho me he hecho acompañar de la imaginación para crear un escenario para cada día, en particular cuando me planto frente a la pantalla y suplico a mis dedos que tamborileen sobre el teclado a manera de un son ritual, para invocar fragmentos de lo que fue mi vida ayer, hasta hace poco, en concreto hasta febrero del 2020, antes de que una emergencia sanitaria me confinara al encierro.  Esta mañana me acompañan escasos sonidos, la tubería escandalosa que avanza dentro de un muro, y que cada vez que transporta agua emite un sonido tan cercano, que a ratos me lleva a imaginar que comenzará a borbotear al exterior y me inundará el departamento.  Otro sonido es el provocado por la escoba en manos de quien barre hojas otoñales en el exterior, y un tercero gozoso –ausente esta mañana—es el trino de los pajarillos que arman su jolgorio al otro lado de mi ventana. Nunca he podido escuchar música al tiempo de escribir, pues me seduce Euterpe al grado que me hace descuidar a Clío, una musa muy celosa, que no admite distracciones.

La contingencia nos ha ido enseñando a apreciar nuestro entorno de un modo distinto, con una óptica renovada.  El encierro lleva a volver la vista a las pequeñas cosas que suceden en derredor, y que en otros momentos no habíamos acaso tomado en cuenta.  Quizá lo que acontece en una maceta del  patio, logre provocarnos mayores asombros que lo que –en otros momentos—habríamos percibido de la naturaleza a campo abierto.  En lo particular concluyo que ha sido un cambio aleccionador, que  permite ver nuevas cosas para enriquecernos.

En la otra mitad de la historia que nos está tocando representar, de esa novela que algún discípulo de Orwell o de Asimov escondió para ser descubierta y protagonizada varios años después, hay sentimientos grises: Nos atemoriza la incertidumbre; el encierro condiciona depresión y hasta cierto grado de ira.  En alguna medida los dispositivos de comunicación e información nos permiten estar conectados con otros; a ratos para bien y a ratos para mal.  La exposición continua a noticias desalentadoras termina por desinflarnos el ánimo.

Un elemento salvador en esta crisis sanitaria son los contenidos de enriquecimiento personal: Música; conferencias; obras de teatro; visitas virtuales; tutoriales de muy diversa índole.  Una gama de eventos con acceso en general gratuito que nos llevan a elevar el ánimo.  Libros en distintas modalidades: Relectura de los que tenemos en casa, de los favoritos.  Compra en línea o descarga de títulos nuevos, que, en el caso de los impresos, llegan a nuestras manos sin tener que salir de casa.

Tal fue el caso de un libro de Gonzalo Celorio intitulado: “El metal y la escoria”, una reconstrucción biográfica de su familia paterna, que comienza en la pequeña población asturiana  de Vibaño, en la Península Ibérica, y recorre un largo camino hasta la ciudad de México, pasando como por casualidad por  Torreón, Coahuila, en donde identifiqué personajes de mediados del siglo veinte, entre ellos la familia de un tío político mío.  Así de pequeño el mundo.  Celorio se apega al estilo narrativo de escribir en dos capas.  Una es la historia que cuenta las anécdotas; otra lo que el autor desea manifestar, la consigna vital que debe expresar para no morir.  En el caso de “El metal y la escoria”, Celorio escribe para exorcizar los demonios del Alzheimer que a ratos siente cernirse sobre su vida.  Lo hace de una manera muy original, con gran sentido del humor, para finalmente alcanzar una sana connivencia frente a sus  demonios de temporada, y decide vivir la vida aceptando lo que es, sus orígenes y sus propios temores.

Con toda seguridad el encierro nos ha llevado a sustituir la realidad de allá afuera por la virtual.  Nos comunicamos con otros para sentir que estamos vivos; generamos un arquetipo que nos permita ganar simpatías en la red, lo que representa palmadas en la espalda, una suerte de recurso  para la autoafirmación.  Ello también puede generar frustración.  Es una nueva forma de desencanto con la cual tendremos que aprender a vivir, y seguir escribiendo y compartiendo con el propósito de crear un imaginario colectivo para la pandemia, aun si nadie nos lo aplaude.

Vamos en alta mar en plena tormenta.  A ratos la barcaza personal amenaza con volcarse.  No queda más que aferrarse y resistir.  Tener fe y –sobre todo—disciplina.  Entender que la recuperación sanitaria es  labor colectiva que concierne a todos; de otro modo no se consigue.

La tormenta pasará.  Crezcamos mientras ocurre.

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