domingo, 29 de marzo de 2020

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


ESPÍRITU
Continuamos atendiendo la cuarentena obligada para la salud. En otras emergencias sanitarias de la historia, la familia se encerraba junto con sus temores, y si acaso, de cuando en cuando, algún adulto asomaba la cabeza  por absoluta necesidad.  Hoy en día, aparte  de la familia y sus temores, hay elementos que vuelven distinto el encierro.  Fundamentalmente aquellos que tienen que ver con la tecnología.
     Ante una situación que no admite alternativas, sólo nos queda tener actitud.  Esto es, hacer de nosotros y las circunstancias en que habitamos, un tiempo único y transformador.
     Uno de los mayores problemas de quienes vivimos en el siglo 21, es que no  aprendimos, o  hemos olvidado, a disfrutar de la soledad. No solemos reconocer en nuestra vida algo interesante que no provenga del exterior. Platicar con nosotros mismos resultaba –hasta hace poco—ridiculez o locura.   Cuando estamos solos nos sentimos perdidos, de esta manera desechamos buena parte de la vida, esperando que llegue algo o alguien  capaz de volverla  interesante.   Con este asunto de la cuarentena, hablarnos a nosotros mismos, tal vez comienza a tener una función  sanadora.  Dentro de casa, o bien estamos físicamente solos como hongos, o en una convivencia obligada, que a ratos resulta fastidiosa.   Nuestras alternativas son, continuar profundizando nuestro malestar, o comenzar a jugar con los elementos disponibles, para hacer algo positivo.
     Hay infinidad de planes y proyectos para los que, habitualmente, nunca  tenemos tiempo. Se nos va pasando la vida y llega un punto cuando volteamos hacia atrás, para descubrir que aquello que no fuimos haciendo de manera progresiva, ahora se visualiza como una tarea titánica, imposible de  cumplir.  La buena noticia es que, justo ahora, es el momento para hacerlo, organizar, diseñar, depurar… Poner orden a las memorias familiares, de modo que los más pequeños conozcan historias y anécdotas de sus mayores.  Una de las grandes pérdidas que vivimos en este nuevo siglo, es precisamente la de la memoria familiar que refuerza la identidad.  Si los hijos o los nietos no conocen sus orígenes, difícilmente van a identificarse con ellos para sentir que sus raíces cuentan.
     Habrá en casa objetos que son parte del patrimonio familiar, pero tal vez los chicos no lo sepan.  Ahora que estamos todos juntos, tomemos el tiempo para darles a conocer por qué algunos objetos resultan tan representativos. Revisemos con ellos  fotos, cartas, libros antiguos…
     La tecnología nos provee de excelentes canales de comunicación que  permiten reforzar  lazos afectivos con la familia y  los amigos.  Y hasta –por qué no— animar a personas que no conocemos y que casualmente se topan con los contenidos que hacemos circular. Aquí una súplica, si el contenido que difundimos tiene autor, reenviémoslo íntegro.  Me han llegado 3 o 4 textos maravillosos con una leyenda de “anónimo”.  Ese texto cuidado, escrito con tanta propiedad, alusivo justo a lo que el mundo está viviendo, no pudo volverse anónimo más que por un descuido de quien lo reenvía. ¡Y no se vale!  Otorguemos a su creador el beneficio del justo reconocimiento.
     Hay mucho por hacer: Permitamos a nuestro niño interior aflorar y volverse timonel de la nave.  Nuestro escenario puede ser transformado una y otra vez, mientras las palabras fluyen como viento que empuja el velamen de nuestra embarcación.  Navegamos en aguas de la imaginación; no alcanzamos a ver puerto, no podríamos calcular cuántas millas náuticas nos separan de nuestro destino.  La consigna es mantenernos íntegros, a flote, y hacer de éste, un tiempo que valga la pena recordar.
     Justo hoy platicaba con mi hija.  Ella decía que, como ha ocurrido con distintas plagas a lo largo de la historia, los niños de hoy recordarán mañana esta pandemia como un episodio que los marcó para siempre.  Mi exhorto es a que no sea solamente el temor o la zozobra, o la muerte lo que nos marque, sino que hagamos de éste un tiempo de reinvención.
     Ray Bradbury tiene  una vasta obra  fantástica.  Dentro de sus cuentos cortos hay uno intitulado: “There will come soft rains” (“Llegarán suaves lluvias”), futurista en 1950, muy actual para nosotros.  Cuenta la historia de una casa habitación  controlada por tecnología, para comodidad de sus habitantes, con el pequeño inconveniente de que no los hay.  El narrador no nos cuenta qué fue de ellos, aunque sí se detiene a describir otros seres vivos, como la mascota que pretende continuar su rutina en aquella absoluta soledad.  El desenlace caótico invita  a pensar que la tecnología no lo es todo. Así entonces mi propuesta, vivamos esto con el mejor espíritu, teniendo  como eje central el corazón. Siempre creativos, con la tecnología de  música de fondo, no como director de  orquesta.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario