domingo, 23 de mayo de 2021

PROSA POÉTICA de María del Carmen Maqueo Garza

 Estas palabras las escribí unos meses antes del fallecimiento de mi mamá en el 2010. Dan cuenta del legado que una madre deja sembrado en el corazón de sus hijos: 

Melita ha comenzado a despedirse.  De manera discreta, así como ella ha sido siempre, preocupada por no molestar con sus preparativos de viaje a quienes lleva en su corazón.

   Ha ido levantando sus arreos personales; los ha colocado en una de las petacas antiguas que le dejó su mamá.  Luego de cerrarla entregó la llave a mi hermana Mónica, de las tres hijas la que ha estado a su lado durante todo este largo proceso.

   La vida se ha ido retirando poco a poco de su cuerpo, la va dejando sumida en una paz de niño que muchos quisiéramos para descargar nuestros afanes de cada día.  Duerme, se puede decir que con placidez, como un bebé recién nacido.

   Hay en su figura una serenidad que ella ha labrado giro a giro  para su última travesía.  Aquélla de quien ha cumplido con la vida y con Dios, y puede partir sin aspavientos.

   Sus pensamientos están en paz, acomodados uno a uno en los casilleros de su historia personal.  Las memorias que hicieron de ella una mujer extraordinaria, creativa y   llena de vida. 

…La mejor hermana; la mejor amiga; esa madre amorosa que siempre supo estar al lado de cada una de sus hijas… 

…Pero sobre todo la esposa ideal que sólo el hombre más afortunado pudo sacarse en la lotería de la vida, jugando con la mejor combinación.

   Hoy su espíritu ya está del otro lado, más allá de retos y preocupaciones.  Ha superado la mayor parte de los eventos que hay que enfrentar en la existencia.  

  Su cuerpo va pidiendo poco a poco la merecida tregua, y comienza así, a apagar uno a uno los motores vitales, para dejarse llevar por el vaivén de las olas hasta el  puerto seguro que se vislumbra al otro lado del llanto.

   Nos va quedando  el hueco que causa su partida, pero conservamos lo más importante, su esencia.  Nos duele ver cómo la alegría se ausenta de su cuerpo; a estas alturas ya no logramos arrancarle una sonrisa, o convencerla de que cante “alegre gallito”.

   Lo que sucede es que en nuestro empecinamiento no alcanzamos a entender que ahora su alegría ya está rozando otra dimensión; su risa y su canto han migrado para ser compartidos con quienes esperan ansiosos su arribo, y ya se alegran de vislumbrarla a la distancia.

   Nos deja como gran herencia el amor a la vida.   Nos enseña que a los seres queridos se les acompaña en las buenas y en las malas, pero sobre todo en las malas, cuando el amor convierte a quien socorre en instrumento divino en manos del Creador.

…Cuando la palabra es la necesaria medicina; la caricia el bálsamo que sana, y la presencia viva la mejor vacuna contra el abatimiento.

   Nos hereda un legado de gozo por las cosas pequeñas, las de cada día: El sol; la lluvia; la mañana; las flores; las estrellas; los amigos. Grandes recuerdos de las navidades; los cumpleaños; los domingos, y los viajes en familia.

   Queda para nosotros un enorme testimonio de creatividad: Lo hecho durante ochenta y cinco años por unas manos inquietas que transformarían cualquier materia prima en una obra hermosa, pero sobre todo unas manos generosas que arroparon cualquier ansia por aprender sin la mínima expectativa de ser correspondida.

Melita nos avisa que ya llega la hora; a la distancia entre la bruma parece que escuchamos la sirena del barco que habrá de arrancar de nuestro lado su ser físico.

  Adivinamos que muy dentro de ella hay regocijo por abordar ese navío que habrá de conducirla a la vida prometida con que el padre amoroso premia a sus buenos  hijos.

   Melita, gracias por tu vida; por tu amor; por tu entusiasmo.  Gracias por tu creatividad; por tu tiempo; por tu alimento espiritual.  

   Gracias por tus preocupaciones; por tus desvelos; por tus llantos de madre.  Gracias por tu fe; por tu honestidad; por tu firmeza de espíritu.

   Gracias por ser; por impulsar; por apoyar.  Gracias por conciliar; por callar; por perdonar.  Por tantas cosas que supiste guardar en tu corazón de madre.

   Nos quedamos con todo lo bueno que has depositado como provisiones en nuestras mochilas de viaje.  Te ofrecemos no abandonarlo; por el contrario, ponerlo a trabajar hasta ver que fructifique en un acto de justicia a la vida.

   Albergamos como nuestras todas tus enseñanzas.  A lo largo del día, cuando haya que enfrentar cualquier reto, sea este  grande o pequeño, sé que  llegarás a susurrar un consejo, una sugerencia…

  Guardamos entre maderas preciosas tu voz y tu risa; tus oraciones, y cada una de tus lágrimas.   Hacemos un ovillo para depositarlo en el centro de nuestro pecho y sentir la cálida presencia del amor de Dios.

   Trataremos de abarcar desde el corazón la etapa del camino que hoy emprendes; dejar de lado nuestro necio dolor personal y alegrarnos por ti, que puedes llegar al final del camino como tú siempre has sido: Hermosa, auténtica, y prendida de la mano del Creador.

      Dios te ha bendecido, de ello no nos cabe la menor duda.  Hoy le pido que nos conceda voluntad y entereza para  andar un camino recto y bueno, a través del cual podamos ganarnos el pasaje  para el ansiado reencuentro…  Entre tanto, guárdanos en tus oraciones.

   Gracias por todo, mi Melita hermosa. ¡Feliz viaje!


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