domingo, 14 de agosto de 2016

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

TRAS LA MÁSCARA
Como cada cuatro años, los Juegos Olímpicos están resultando un evento que se sigue desde muchos puntos del orbe en sus diversas disciplinas.  Mis primeros recuerdos  de esta justa deportiva corresponden a México‘68, cuando pude seguir  por televisión los juegos; recuerdo a Queta Basilio, primera mujer que encendió el pebetero en la historia de los Juegos Olímpicos.
   Las del 2016 en Río  han tenido sus grandes controversias desde que comenzaron a organizarse, y para México siguen ahora con el deficiente apoyo que se dio a los competidores de la delegación mexicana, frente a la cuestionable actitud del titular de la CONADE paseando a su novia por  tierras brasileñas.
   En particular lo que más me sorprende, aunque a estas alturas del partido ya no debía ocurrirme, es el tratamiento que los llamados “haters” han dado en redes sociales a  los competidores mexicanos, sin dejar “gallina con cabeza”,  volcándose en todo tipo de expresiones calumniosas que van desde cuestionamientos por su desempeño, hasta asuntos del todo descabellados, como lo que publicó un tuitero amenazando de muerte a uno de los competidores por no haber ganado medalla de oro en tiro con arco.  En general son una serie de vejaciones que, lejos de afectar la imagen de los deportistas, ponen en evidencia la insania mental de quienes las publican.
   Como muchas otras veces, viene a mi mente la palabra “reconocimiento” como piso de fondo de esta alberca de aguas cenagosas conformada por los agravios expresados por estos personajes de la sombra quienes, por supuesto, nunca dan su nombre, y se valen de ese anonimato para volcar a placer toda la basura que traen dentro. El reconocimiento es una de las necesidades emocionales básicas del ser humano, que tantas veces, al no ser debidamente satisfecha, da pie a conductas antisociales como ésta, de la crítica desproporcionada y sin fundamento a figuras públicas en redes sociales, cada vez más común como  dañina.
   Hace muchos años leí las obras de Eric Berne, fundador del Análisis Transaccional cuya consigna más famosa era aquella de: “Yo estoy bien, tú estás bien”.  Dentro de lo que el autor maneja habla de caricias positivas y caricias negativas, dando cuenta de que todo ser humano necesita siempre de reconocimiento y aprecio.  Idealmente este reconocimiento es a base de caricias positivas: “Te quiero” y “te acepto” son dos de ellas que proveen al individuo, y muy en particular al niño, de autoestima.   Más delante menciona el autor que, en caso de no existir un ambiente propicio para caricias positivas, el niño sigue buscando ese necesario reconocimiento que le permita sentir que existe sobre el planeta, y procurará las caricias negativas, esto es, se comportará de modo que sus mayores lo tomen en cuenta, aunque sea para soltarle una palabrota o un golpe.
   Las caricias se definen como unidades de reconocimiento que proporcionan estimulación, tanto  física como emocional a un individuo, y son del todo necesarias, ya que representan la manera de hacerle sentir que pertenece a un grupo que lo toma en cuenta, de modo tal que si no  consigue caricias positivas, habrá que buscar caricias negativas, para sentir que lo atienden y que existe.  En ese caso el niño hace todo lo posible porque lo regañen, digan cosas terribles de él o lo desprecien, en cualquiera de esos casos él asumirá, en consecuencia, que está vivo.  Algo así  se presenta en esos jóvenes “haters” (porque en general son jóvenes) quienes desde su equipo de comunicación, generalmente un teléfono celular, están haciendo toda clase de comentarios peyorativos respecto a la persona o al desempeño de las figuras públicas, en este caso los deportistas, destilando una terrible dosis de amargura y de odio.  Hay que entender, es lo que ellos saben dar, porque es lo que han recibido, y además el anonimato les permite hacerlo a sus anchas, sin tener que enfrentar las consecuencias de  sus comentarios.  Con cada frase utilizada para denostar a otros recrean su propia imagen, por un momento se sienten importantes y poderosos, lo que perpetúa el círculo vicioso que los conmina a seguir haciéndolo.
   Mediante la palabra “reconocimiento” vamos a entender  muchas de nuestras actitudes propias en redes sociales,  en particular en Facebook  donde publicamos  esperando recibir un montón de “likes”.  Nadie en este planeta publica  sin esperar aprobación, por más que lo niegue.  Del mismo modo se explica ese hábito de algunos de subir diariamente una “selfie”, o de aquel que publica la fotografía de todos sus alimentos.  Es un grito, en este caso muy simpático aunque a ratos fastidioso, de decir: “Aquí estoy, reconózcanme.” Y vaya, si tenemos oportunidad de contribuir a que ese amigo se sienta bien con un simple “like”, ¿por qué no hacerlo?
  Nuestra entrada a  la Aldea Global nos lleva en  ratos a perdernos en el mundo virtual, y a considerar que con que yo conteste una de esas frases ofensivas de los “haters” ya hice mi parte en la solución del problema.  Habrá más bien que mirar estos fenómenos sociales en la red como  síntomas de daño emocional, para ir detrás de la máscara a atender sus causas.

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