domingo, 4 de agosto de 2024

CONFETI DE LETRAS

¿Cuántas veces me habré arrepentido de lo que dije? Incontables, a veces del contenido, otras de las formas, del momento o de a quien se las dije. El impulso a hablar muchas veces tiene mayor velocidad que la posibilidad de razonar si era preciso, adecuado, necesario, haberlo hecho.

La palabra es a veces tan imprecisa, que en muchas ocasiones no transmite siquiera la intención de lo dicho. Depende tanto de la interpretación que el interlocutor le dé, que puede terminar siendo totalmente contraria a lo que se deseo expresar.
Si fuésemos capaces del dominio absoluto de cuándo, cómo, dónde y por qué decir algo, de lograr la conexión inmediata y precisa para no cometer imprudencias, para no lastimar o desencadenar enojos o peor aún ira, pero a pesar de intentar ejercitarlo durante toda la vida, se llega el indeseable momento de tener que arrepentirse de expresar un sentimiento o idea, a pesar de que en ello no haya habido un ápice de mala intención.

Difícil, muy difícil tragarse las palabras que como lanzas punzantes llegan a quien se dirigen, ver la reacción y hasta entonces poder advertir que en el corto trayecto de nuestra boca al oído del otro, se transformó, un comentario que no tenía mayor intención de hacer daño. No fuimos capaces de ver que en dicha transformación intervino la interpretación del otro y en ella interactuaban tantas circunstancias ajenas a nuestra conciencia, sentimientos que desconocíamos, antecedentes que ignorábamos, quizá ni siquiera podemos ver otro punto de vista más que el propio y nos quedamos atónitos de como pudo una idea trastocarse de tal manera, sintiéndonos ajenos a la concepción que se nos manifiesta tuvo para el otro, la palabra desvirtuada se convierte entonces en tu enemiga, y resultas víctima de ella, por absurdo que parezca, te ves entonces causante de un daño que jamás tuviste la intención de hacer y como bumerang, regresa a ti hiriéndote doblemente. Es tanto el desconcierto de lo que así sucede, que uno no sabe quién fue más responsable del exabrupto, y quien merece ser perdonado o pedir perdón.

Afortunadamente, a pesar de que me he arrepentido de lo dicho en incontables ocasiones, las repercusiones solo en muy pocas he tenido que lamentarlas al grado de que hayan dejado huella indeleble.

Cargando con arrepentimientos, tratando de no acumular muchos más, aprendiendo a no precipitarme a externar opiniones no solicitadas, tomar tiempo en conectar el cerebro a la lengua, porque lo que si puedo abogar en mi defensa, es tenerla conectada al corazón, que no pretendo nunca algo malintencionado, procurando que mis palabras y las circunstancias en que las declaro sean las adecuadas, para que sean transmisoras del auténtico sentimiento que en ellas desee imprimir.

1 comentario:

  1. El impulso a hablar muchas veces tiene mayor velocidad que la posibilidad de razonar si era preciso, adecuado, necesario, haberlo hecho.
    Este es mi problema, mi lengua es muy veloz.

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