domingo, 4 de octubre de 2020

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

LA ESPERANZA, SIEMPRE LA ESPERANZA

En el santoral católico se está celebrando a San Francisco de Asís, llamado por el poeta nicaragüense  Rubén Darío: “el mínimo y dulce”. Santo que  nos dejó un legado de sencillez y humildad incomparable; entre otras muchas cosas esa oración tan difundida alrededor del mundo, que inicia diciendo: “Señor: hazme un instrumento de tu  paz…” También justo en estos días la iglesia católica, celebrará la beatificación del italiano Carlo Acutis, un adolescente de 15 años que murió en el 2006, al cual  se considera que, de llegar a santo, será el primer “santo youtubero”.  Sus restos mortales reposan e la población de  Asís atendiendo  a su deseo antes de morir, y el próximo día 12 se llevará a cabo su proceso de beatificación.

Estuve revisando parte del material que hay en la red para conocer la figura de este adolescente alegre, generoso y carismático, cuya frase mejor conocida es: “La eucaristía es la autopista para llegar al cielo”.  Él presintió que moriría.  Poco después de ello, comenzó con datos clínicos de lo que finalmente fue una leucemia aguda muy agresiva, que en poco tiempo lo llevó a la muerte.

No es frecuente que yo maneje temas religiosos tan específicos en mi columna.  Esta vez sí me sentí en la urgencia de hacerlo; para señalar cuánta necesidad tenemos en estos momentos de acceder a contenidos esperanzadores, dentro de tanta variedad que hay disponible en medios. Vivimos un  tiempo que a ratos resulta como un túnel largo y oscuro que no pareciera tener fin.

Hace un par de días me enteré del fallecimiento de un colega médico quien vivía en la ciudad de Monclova.  Su muerte es tan  terrible como ha sido cada una de las muertes ocurridas por COVID durante la pandemia.  Esta vez me duele más en lo personal; percibo los hechos de otra manera, pues se trata de un amigo, un gran ser humano siempre alegre, siempre positivo.  Esposo, padre, abuelo, profesional activo, quien muere el mismo día en que le notifican “ya te recuperaste, mañana te daremos de alta”.  Quiero imaginar su sonrisa, amable como siempre fue, y un brillo especial en sus ojos de color claro, animado por la emoción anticipada de volver a casa con los suyos.  Esta enfermedad a la que aún no acabamos de comprender trastorna todo en un enroque fatal de último minuto.  Lo hace para siempre.

Los seis meses que llevamos de contingencia han provocado cambios de diversa índole en todos nosotros.  Nuestras emociones han avanzado con altibajos, en una especie de montaña rusa.  El estado de tensión generalizada, con seguridad, habrá provocado que tomemos decisiones que en otras circunstancias no habríamos tomado.  La vida social se ha ido constriñendo, o bien, se vuelve una actividad de alto riesgo, para quien no acaba de asumir cuan vulnerables somos ante la enfermedad.  En mi caso particular he notado que me cuesta trabajo acercarme a obras literarias o cinematográficas que impliquen mucha violencia o gran desesperanza.  Necesito procurar contenidos alentadores que me digan que vamos a salir adelante de esto, y que pronto lo habremos asimilado como  parte de nuestra historia y nada más.

Es terrible tener un ser querido enfermo y no poder permanecer a su lado.  Saber que está solo y angustiado y que es tan poco lo que puede hacerse para remediar esa condición.  A quienes podemos hacerlo, nuestra vulnerabilidad nos convierte en ratones encerrados en una madriguera. Para otros muchos la necesidad los vuelve  una suerte de figuras de tiro al blanco, que diariamente se juegan la vida por ganarse el pan.

Dentro de este ambiente proclive al desánimo, surge la necesidad de procurar actividades que nutran el espíritu.  Conversaciones con nuestros seres queridos, ya sea los convivientes o los lejanos, a través de recursos tecnológicos.  Procurar aquellos contenidos que nos llevan a apreciar de mejor manera lo que somos y tenemos, o bien que invitan a explotar nuestros recursos para revalorar, crear o compartir.  Imponer nuestra presencia frente al panorama, a ratos tan poco alentador, para decir “aquí voy y sigo adelante”.  Que no sean las circunstancias las que se impongan sobre nuestros propósitos de avanzar.

Conocer la vida de Carlo Acutis fue un remanso de paz.  Independientemente de las creencias de cada uno, descubrir que ha habido seres humanos con ese grado de espiritualidad, que afrontan cualquier circunstancia con toda la fe; que entregan su dolor de manera generosa, y que viven hasta el último día en el gozo de la esperanza plena, es para animar al más reticente.

Procuremos, generemos, compartamos y alegrémonos de hallar a lo largo de la jornada  estos testimonios vivificantes, que nos llevan a transitar en lo sucesivo  con el ánimo mejor dispuesto, mientras pasa la tormenta.

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