domingo, 17 de noviembre de 2024

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 HISTORIAR: ALBERGAR ESPERANZAS

Cuando creemos dominar un tópico surgen nuevos conocimientos que ponen en evidencia cuán equivocados estábamos.  Con relación a la tecnología de la información y comunicación es doblemente válido decirlo, puesto que crece a pasos agigantados y los estudiosos del tema avanzan en sus descubrimientos con cada nuevo día.

Esta semana he estado leyendo al filósofo y ensayista coreano Byung-Chul Han.  “La crisis de la narración” es una de sus tantas obras que abreva de filósofos tradicionales como Heidegger y Foucault para plantear cuestionamientos de gran vigencia, como los relativos al uso de la tecnología y el vacío interior.

Chul Han habla de narrar historias. De la forma como, desde inicios de la civilización, los hombres y mujeres han estado formados de historias.  Lo vemos reflejado en leyendas y consejas, en cuentos infantiles y en la convivencia con individuos afines a nosotros, de cuya interacción se genera lo que llamamos cultura.  De tales historias que hablan sobre la conducta humana, sus alcances y limitaciones, así como las consecuencias de actuar de una u otra manera, es como se establecen los marcos conductuales dentro de los cuales nos regimos la mayoría de los seres humanos.

El filósofo refiere el concepto de modernidad tardía directamente asociado con la tecnología digital.  Cómo el surgimiento de dispositivos electrónicos ha ido marcando nuestra conformación emocional, transitando de las primeras computadoras que requerían una laboriosa programación, hasta los actuales dispositivos, a los que se accede con un simple clic.  Coincide con autores como J. Haidt al señalar que, en este tema, el mayor cambio que se ha dado en el ser humano lo produjo la introducción del teléfono inteligente, llevándonos de ser homo sapiens a phono sapiens, puesto que toda nuestra existencia va siendo estructurada en función de los contenidos de acceso inmediato.

La gran tragedia es, para el pensador coreano, que nos hemos ido quedando sin historias por contar.  Cada aplicación que utilizamos nos provee de una información casi instantánea, que en breve es sustituida por una nueva información, descartando la posibilidad de crear historias que nos construyan como seres humanos.  Tanto el material que publicamos en Facebook, como las selfis provienen, no tanto de una actitud narcisista, sino de una angustia existencial; responden a la necesidad apremiante por llenar ese vacío profundo que se cierne en torno a nuestra vida.  La llama la “atrofia temporal” que desestabiliza y fragmenta la vida, algo que en su momento ya señalaba Marcel Proust, hace cien años, en la última parte de su novela “En busca del tiempo perdido”.

Chul Han engloba todas estas conductas frente a la pantalla como “realidades momentáneas” que dejan al usuario digital, finalmente, sin auténtica historicidad.  Su vida no consigue ser narrada, ni para sí mismo ni para los demás, como una historia que posea unidad, congruencia y trascendencia.  Se queda como fragmentos deshilachados de momentos vividos, nada más.

Un punto en el que insiste el filósofo es en el efecto adictivo de las aplicaciones tecnológicas.  Vale la pena recordar que el uso de la tecnología genera disparos de dopamina como podía hacerlo el alcohol o las sustancias psicotrópicas.   Su uso habitual genera un fenómeno de tolerancia, de manera que cada vez se requerirá de un mayor consumo para obtener el efecto deseado, lo que constituye la trampa de las adicciones.  Algo que quizás inició de manera candorosa llega a convertirse en un infierno para el usuario y sus allegados.

La diferencia entre una narración autobiográfica y la información que publicamos en redes, es que la primera consiste en un ejercicio consciente de memoria, en tanto lo segundo obedece más a impulsos poco reflexivos, que en breve desaparecen sin dejar huella en nuestra propia estima.  Narrar el yo no es un ejercicio que tenga que ver con la cantidad de información que proporcionamos a otros, sino que es una evaluación de la calidad que viene teniendo nuestra existencia.  El recuerdo no es una simple enumeración de acontecimientos personales; representa una forma propia de narrarnos, para así sentir que hemos hecho una diferencia en nuestra vida y en la de quienes nos rodean.  Hacer que el transcurso del tiempo tenga un sentido que nos impulse a echarle ganas a todo lo que hacemos.

Una vida plena implica el trabajo activo para romper con ese aterrador vacío vital que nos lleva, en un momento de crisis, a cuestionarnos qué hemos construido con todo nuestro tiempo.  De qué modo el mundo es mejor gracias a que nosotros hemos existido. Termino con unas palabras del propio Byung-Chul Han: “La narración es lo único que abre el futuro, al permitirnos albergar esperanzas”.

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