Un perro es lo más maravilloso que hay. Te cuida, te hace fiestas y te acompaña, todo
ello por unos minutos de caricias y un plato de croquetas.
Siempre está ahí aguardando tu llegada como si aquello fuera el acontecimiento más importante de su vida.
Ojalá los seres humanos fuéramos más “perrosos” en nuestros afectos, menos puntillosos y más cálidos; menos
críticos y más solidarios; menos obsesivos y más sencillos para reconocer los logros de otros.
El perro tiene la fabulosa cualidad de vivir el
momento. No se angustia por lo que
sucederá mañana ni vive anclado en el ayer.
Se conforma con unas cuantas cosas, y si en un momento dado
no las hay, buscará cómo entretenerse persiguiendo su propia cola o reposando
en la sombra.
Supongo que el Dios de Sabines inventó los perros para eso:
Para que aprendamos a disfrutar la vida y también como un preventivo contra el suicidio.
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