domingo, 10 de febrero de 2019

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


EL ARTE DE ESCRIBIR
Escribir es ir y venir, del silencio a la palabra, de la lectura a la reescritura.
 Javier Tinajero R.
Estoy por iniciar un nuevo ciclo de taller literario con  Gerardo Segura.  A través de su guía en el taller,  he aprendido  cosas importantes, entre las que destacan tres fundamentales:   Cómo hacer una lectura crítica de textos; el modo de  administrar el lenguaje, y la forma de encontrar mi propia voz.  Así que –pese a factores que podrían haberme desanimado—, me alegra el inicio del nuevo ciclo.
     Esta mañana, mientras me organizaba  para elaborar la columna semanal, cayó del cielo la reflexión de Javier Tinajero respecto al oficio de escribir, la cual me  permito utilizar como epígrafe.  Disparó un orden de razonamientos personales, que deseo compartir.
     Comentaba con una gran amiga tallerista de Monclova, cómo hoy en día es muy sencillo publicar, gracias a la tecnología digital.  Sus palabras me remontaron   a 1981, cuando saqué  mi primer libro.  Recordé los linotipos de plomo, pruebas de galera y otros asuntos de la imprenta tradicional que en estos tiempos son piezas de  museo. Con el advenimiento  de la computadora personal, hoy en día cualquier persona puede publicar textos en diversos medios, o bien  sacar un libro, sin mayores dificultades para hacerlo: Los costos han disminuido, y la digitalización ha facilitado  formas y acortado  plazos.  La oferta literaria crece y, más que nunca, el lector debe seleccionar qué leer.  Para quienes gustamos de escribir, surge la obligación de evitar quedarnos en nuestra zona de confort, publicando sin poner todo el esmero de que somos capaces.  No conformarnos con volcar la idea y ya: Revisarla, soltarla y más delante retomarla, hasta conseguir su mejor expresión. En ello radica –precisamente—la riqueza de un taller literario.  Cada participante escribe un texto, del cual  reparte copias entre  los compañeros de sesión.  Luego hace una lectura   en voz alta, de manera que a la propia se suman las lecturas que cada uno de los participantes  hace, desde su perspectiva personal. Son ellos los primeros lectores que nos señalan elementos fuera de lugar, confusos o mejorables, lo que finalmente deviene en un producto literario de calidad muy superior a la que tenía  en un principio.   Las aportaciones de cada uno de los participantes pueden tomarse en cuenta o no, a juicio del leído.  No es obligatorio efectuar los cambios sugeridos, eso cada autor habrá de decidirlo.
     Solamente quien ha tenido la experiencia de participar en un taller, cuenta con elementos para apreciar la diferencia entre trabajar de manera aislada,  o hacerlo acompañado por esos primeros “lectores íntimos”, que nos  impulsan a perfeccionar el texto. Supongo que algo similar debe suceder en talleres de cualquier otra disciplina;  yo hablo de  la que  conozco, --la  literatura. Valga aquí una cuña de cultura general: La dinámica del taller literario comenzó en México a mediados del siglo pasado, siendo uno de sus primeros impulsores el propio Octavio Paz. Anterior a ello hubo revisión de textos entre autores, pero no de forma estructurada.
     Hallo las palabras de Javier Tinajero de una profundidad notable. Presentan el arte de escribir como   ejercicio de  reflexión  frente a uno mismo,  hacer una pausa, volver la vista a otro lado,  para luego retomar la idea original.  Una y otra, y otra vez.  Tantas como sea necesario.
     Las redes sociales son un recurso así de maravilloso como de infausto.  Salvo casos extremos, permiten compartir  todo tipo de contenidos, al margen de respetar o no a los demás. Se comienza con un asunto, digamos, de políticas pesqueras, y se termina trayendo a colación a las progenitoras de los participantes, de manera hasta corriente y vulgar.   A la vez, pueden representar maravillosos canales de comunicación, que  proveen de elementos para percibir el mundo de otro modo.  Por cierto, el epígrafe  de Tinajero lo  tomé de su Twitter.
     La palabra escrita tiene una fuerza pocas veces imaginada.  Aquello que leemos va modulando nuestros estados de ánimo;  predispone el espíritu y orienta nuestras acciones, con una intensidad  que supera los alcances de la imaginación.  De allí la necesidad de seleccionar qué lecturas procuramos como escenario existencial.
     Ahora bien, cuando nos decidimos por desarrollar la expresión escrita, adquirimos  frente al lector en potencia, la obligación de decir las cosas de manera  idónea. Pulir el texto hasta asegurarnos de que da cuenta precisa de aquello que deseamos comunicar.  Que escribir no signifique una mera catarsis, sino que las expresiones sean claras y auténticas; dotadas de   un propósito más allá de uno mismo, que las vuelvan de interés para otros.
   Escribir bien: Un arte que se aprende.         

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