domingo, 16 de septiembre de 2012

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL VALOR DE LA PALABRA
Muy diversos elementos se hallan en crisis durante los últimos tiempos; uno de ellos es la palabra. Una herramienta de comunicación que ha servido para forjar pueblos y sociedades, hoy en día está desvalorizada, tanto en su significado último como en sus formas de expresión.
   Dentro de las redes sociales se ha facilitado la comunicación entre unos y otros, sin embargo el uso de fórmulas abreviadas del lenguaje nos lleva a enunciados fugaces, desechables, sin sentido de permanencia.  Una lengua tan rica como el Español comienza a sufrir grave merma.
   Algunos días previos a  las fiestas patrias que celebramos observé justo en redes sociales un simpático anuncio, cuyo texto decía: “Vendo vestido para delita.”  Lo que inicialmente, de manera ingenua, quise interpretar como un ahorro de la primera vocal de la palabra “adelita”, finalmente me llevó a otro pensamiento: ¿Su autor  conocerá cuál es el personaje de la adelita dentro de la Revolución Mexicana? ¿Sabrá que la Revolución se conmemora en noviembre y no en septiembre? ¿O confunde Independencia y Revolución, como quien confundiera frijoles y  arroz?
    Me entristeció la sospecha de que pueda no saberlo, y lo que es peor, quizás ni le interesa conocerlo.  Como posiblemente tampoco le mueva la curiosidad por identificar   qué circunstancias históricas llevaron al pueblo a iniciar la Independencia de México, o quiénes fueron  Hidalgo y Morelos.
   Con esa manera simplista e indulgente de ver las cosas en que solemos caer con cierta frecuencia,  podría considerarse que total, qué importa si los jóvenes no logran discriminar las gestas heroicas de nuestro México, o si no identifican en el calendario cívico qué se conmemora en cada fecha festiva a lo largo del año.  En una segunda lectura diríamos que el conocimiento de nuestras propias raíces  nos lleva a sentirnos  identificados con los ideales patrios de quienes nos precedieron,  lo que finalmente conduce a  despertar en nuestro interior un auténtico orgullo como mexicanos.
   Gran parte de los fenómenos sociales  que  prevalecen entre nuestros jóvenes tienen por común denominador la falta de  aprecio por la vida.  Habría entonces qué analizar qué tanto de este desapego vital tiene qué ver con el desconocimiento y  la falta de raíces.
   ¡Ah! Y aprovechando el viaje, me cuidé de decir “los y las jóvenes”, ese barbarismo que se puso de moda con Fox y se perpetuó con Calderón, y que a nosotros los mexicanos (que no los mexicanos y las mexicanas) nos genera un particular sentimiento de culpa arrancar de nuestro vocabulario.  Una moda de connotación política (por aquello de la equidad de género) prendió como epidemia entre comunicadores y contertulios,  pero ni aún así se justifica desde el punto de vista gramatical.
   Ahora bien:   Hablando de otras aplicaciones de la palabra, aquellos pactos de honor que antiguamente se sellaban con un apretón de manos, ahora requieren firmas, sellos, testigos  y blindajes, y aún así son muchas las veces cuando, a la hora de exigir el cumplimiento del acuerdo, éste simplemente no se reconoce, y alguna de las partes se niega a cumplir, faltando a la palabra empeñada.
   Del mismo modo tenemos tantos personajes de la vida pública, que con palabras  expresan una cosa, pero en sus actos se conducen de manera totalmente contradictoria.  Lo más grave es que quienes somos testigos de tales incongruencias hemos caído en una molicie tal, que poco o nada efectivo hacemos por exigir que haya congruencia entre el dicho y el hecho, aún cuando estas inconsistencias nos perjudiquen de muy diversos modos.
   La palabra ha perdido muchísimo de su valor cuando se utiliza para hacer ofrecimientos.  Digamos, los mexicanos somos muy dados a decir, cuando hablamos de nuestra propia casa: “Ésta es tu casa”.  ¡Ah! Pero que aquel a quien se la ofrecimos no tenga necesidad de pedir posada en ella por un rato, porque entonces surgen los mil pretextos para no materializar lo que preconizamos.
   De igual manera aquello de: “Lo que necesites”, ó “Cuenta conmigo”, que se han vuelto simples fórmulas protocolarias.   Lo que  expresamos para quedar bien con los demás, en realidad nos pone en una peor posición al resultar totalmente inconsistente con nuestra ulterior forma de proceder.
   Volteamos a nuestro derredor  para ver que en gran medida  este comportamiento tiende a  generalizarse en  gran parte de las interacciones,  entre compradores y vendedores, entre colegas, entre amigos o familiares.  Utilizamos palabras cargadas de buenas intenciones, pero que nada tienen qué ver con lo que en realidad estaríamos dispuestos a hacer en el momento preciso.
   Colateralmente siempre encontramos la manera de justificarnos,  y deslindar nuestra persona de responsabilidades con respecto a lo que ofrecimos y no estamos cumpliendo. 
   La palabra: Herramienta hecha para consolidar y crecer, está en crisis, y con ella toda nuestra escala de valores humanos.

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