EL HONOR: ¿UNA UTOPÍA?
Hasta ahora no lo han hecho, pero el día en que
mis hijos me cuestionen acerca del país que les estoy dejando, no podré salirme
con evasivas y decir que fueron los malos gobernantes, o los delincuentes, o la
corrupción, o la impunidad… tendré que verlos de frente, sin parpadear, y
reconocer que en lo que a mí compete, fue mi tibieza ciudadana la que actuó
como catalizador de esta mezcla explosiva que hoy pongo en sus manos.
Solemos
abordar los problemas del país en
discusiones del café; entre amigos de una misma afiliación partidista, o
en redes sociales. Levantamos nuestro
índice de fuego para señalar, condenar y maldecir los hechos y los personajes,
muchas de las veces sin mayor conocimiento de causa. Y después de hecho esto esbozamos un gesto de
satisfacción, como quien ha cumplido con la vida de manera sobrada.
A esto es
a lo que yo llamo “tibieza ciudadana”, pecado del cual me acuso en este
espacio. Es algo así como una doble
negación, por una parte negamos entrarle al problema para resolverlo, y por el
otro, al querer convencernos de que con señalarlo hemos cumplido, el problema
crece.
De hecho,
el problema no se circunscribe a México sino que se viene desarrollando de
forma global, infiltrándose como un cáncer que contamina conforme avanza. Tiene
que ver con la palabra “honor”.
Sucesos
para ejemplificar esta pérdida de la honorabilidad sobran: Uno de ellos es el
modo como el capitán del hundido ferry sudcoreano se apura a abandonar la nave,
dejando a su suerte a cientos de pasajeros, sin posibilidades de
sobrevivencia. El primer mandatario de
aquel país “se puso las pilas” y presentó la renuncia a su cargo ante la terrible
tragedia naval.
Otro caso
que me parece totalmente deleznable es lo ocurrido en nuestro país el pasado
día primero de mayo. Esos torvos personajes que se hacen llamar “anarquistas”
hicieron acto de presencia, tanto en la ciudad de México como en Oaxaca
capital, para protagonizar destrozos y
pintas en inmuebles oficiales y particulares, y en el caso de Oaxaca, para quemar
una bandera nacional.
Dudo
mucho que estos individuos conozcan el verdadero sentido de la palabra
“Anarquía”, o que alguna vez en su vida hayan leído al inglés Locke, o conocido
los principios filosóficos de los franceses del siglo diecinueve que dieron pie a este movimiento a favor de la
propiedad privada y el libre mercado. Sus
actos sugieren el comportamiento de agitadores a sueldo que atienden a oscuros
intereses de algún grupo que busca romper el orden público y generar enojo en
la población.
Lo que
como ciudadana repruebo totalmente es que, habiendo una autoridad encargada de
mantener el orden, se quede replegada en un rincón, como mudo testigo, mientras
estas hordas de maleantes atentan, o
contra el patrimonio de todos los mexicanos, o contra la propiedad
privada de los particulares afectados.
¿Qué
elemento, aparte de la ganancia económica, mueve a estos encapuchados a actuar
como lo hacen? ¿Existe acaso alguna corriente de pensamiento detrás de su
vandalismo atroz? En lo personal encuentro una actitud de enojo hacia la vida,
como quien se siente molesto por el bienestar de otros, pero paradójicamente,
nada hace por salir de su estado de inconformidad.
El
paternalismo no es una táctica sana en ningún sistema. Aplicar restricciones generales, para luego
comenzar a otorgar concesiones particulares habla de manipulación, de chantaje,
y además pone en evidencia un sistema con fallas en la planificación. Este paternalismo doctrinario que inicia en
el siglo veinte y que se prolonga hasta nuestros días conlleva, entre otras
cosas, la convicción de las clases así favorecidas, de haberse ganado un
“derecho”. Derecho a conseguir
beneficios por los que otros tendrán que trabajar. Y las masas se acostumbran a que se les dé,
y condicionan su simpatía por una causa o partido al monto de la dádiva, y se
tornan insatisfechos, y algunas veces tiranos.
De tales
hogares, quiero suponer, provienen estos agitadores enojados con la vida, con
el gobierno, con quien trabaja… pero que, por supuesto, no están dispuestos a
ponerse a “chambear” para salir adelante.
En días pasados, cuando preparaba la presente colaboración, me topé con un concepto de
“honor” que me agradó mucho: “Honor es la actitud moral que impulsa a las
personas a cumplir con sus deberes”. Con esta idea se asocian palabras como
honestidad, virtud, dignidad y respeto, pero sobre todo la palabra “garantía”.
El
término “moral” en ratos nos hace ruido, pues la entendemos como una imposición
proveniente del exterior para regir nuestra conducta. Bien podríamos sustituirla por “ética”,
entendiendo por ella la convicción interna de actuar acorde con la verdad y el
bien común. ¿Una utopía…? ¡No! Más bien, derecho de nuestros hijos, y
obligación nuestra.