domingo, 22 de marzo de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LAS TRAMPAS DE LA FE
Me permito parafrasear a un gigante, Octavio Paz para intitular la presente columna,  segura de que los hombres, entre más grandes más sencillos son, como me quedó claro aquel verano de 1988, cuando tuve el privilegio de conocerlo en el patio del Instituto Cultural Helénico en la ciudad de México.  El color de sus ojos, como océanos, me mostró la profundidad a la cual un ser humano es capaz de acceder, y desde la cual regresa y se confunde  con gente “de a pie” como yo, enarbolando una clara sonrisa.  Iba del brazo de su amada Mari Jose de la cual recuerdo poco, cautivada por la presencia del gran poeta. Desde donde ambos estén, seguramente del brazo,  aprobarán con simpatía  mi atrevimiento.
Todo lo anterior para decir que Paz en su obra “Las Trampas de la Fe”, aborda el inacabable tema de la mujer,  a partir de la figura de Sor Juana, fémina adelantada a su época, a la cual, creo,  no ha habido mexicana capaz de igualar en temple y erudición.  Y traigo precisamente a Sor Juana para   tocar el tema de Carmen Aristegui  y revisar qué nos sucede a los mexicanos cuando nos enteramos de ciertas noticias, en particular a través de las redes sociales, y hasta dónde nuestra fe es capaz de tendernos trampas.
Las redes sociales no son una moda ni  una distracción, se han convertido en foro  al cual todos tenemos acceso casi desde cualquier equipo.   A través suyo conocemos, nos informamos y debatimos temas de interés; construimos comunidades, fugaces quizás, y en unos cuantos y afortunados casos,  consolidamos  relaciones para toda la vida. El sentido de pertenencia  derivado de formar parte de una comunidad es bálsamo para el espíritu; hallamos personas con intereses afines, con las cuales departimos, aunque quizás nunca jamás volvamos a coincidir.  Tal fue el caso de la transmisión en vivo de  un concierto dentro del ciclo “Esto es Mozart” organizado por CONACULTA que escuché hace un par de noches; durante poco más de una hora coincidimos en ese espacio virtual 65 personas de muy distintos puntos geográficos y edades: Comentamos, compartimos, aplaudimos, y  al final nos despedimos con frases amistosas,  acordando conectarnos en una semana para el siguiente concierto.
 El caso Aristegui ha dado para mucho, ha encendido chispas, polarizado opiniones  de diversos comunicadores, y en general  produjo  un alud de comentarios en  apoyo a la periodista, con tal entusiasmo, que ya hasta la han propuesto como candidata a la presidencia de la República para el 2018.   Con toda seguridad los especialistas en comunicación y en conductas sociales tendrán mucho material para estudiar la forma como los ciudadanos nos involucramos con  las causas, definimos nuestra postura y nos lanzamos con todo a defenderlas. 
Cada tanto tiempo, decía mi padre,  llega un Tlatoani al cual  habremos de venerar durante un sexenio.  También con sabiduría sostenía la tesis de que los  mandatos presidenciales deberían de durar cuatro años, pues para el quinto en el poder –afirmaba-- el gobernante ya ha perdido totalmente el piso. Porque, siendo realistas,  ¿quién es capaz de no   hacerlo, sometido por parte de sus más cercanos cada 15 segundos al insano recargar su ego, magistralmente relatado en aquel cuento de Andersen “El traje nuevo del emperador”?  Respecto al asunto de la fe, es precisamente nuestra ardiente fe ciudadana volcada en la figura de ese Tlatoani que nos lleva  al inicio de su mandato a fincar expectativas irreales para su desempeño, y  conforme pasa el tiempo  genera  terribles decepciones  al sentir que ese dios ha fallado. Algo similar sucede con Aristegui, con toda la pasión del mundo fijamos nuestra postura y nos aferramos a ella con singular ahínco, tanto que al rato no faltará quien la  quiera para papisa.
El uso de las redes llama a ser responsables, primero por salud mental, y luego como un deber ciudadano; corresponde  buscar fuentes bien documentadas para formarnos   una opinión;  pensar lo que vamos a expresar antes de publicarlo, y sobre todo, actuar con más cabeza que sentimientos, pues al dejarnos llevar con apasionamientos, o salimos de pleito, con  la autoestima ponchada, o vomitamos añejas rabias pútridas en el oscuro anonimato de la red.

Habrá que definir hasta   qué punto lo de Aristegui es un problema  laboral a puertas cerradas, o un real atentado contra la libertad de expresión.   En redes sociales mi cuestionamiento generaría una andanada de linchamientos virtuales y recordatorios genealógicos. Debo aclarar, a Carmen Aristegui la respeto como una periodista seria, crítica y muy valiente,  que busca la verdad de los hechos, con el coraje de una Sor Juana.  El origen último del conflicto con MVS, no podría precisarlo,  ya el tiempo nos  lo dirá más delante. 

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