EL BAILE DE LA
OSTRA
A ratos
experimentamos desánimo, frustración. Como
ostras, aislados cada uno en su propia concha, queriendo adivinar el mundo allá
afuera. Se nos presenta de forma tan
confusa y variada, que finalmente no alcanzamos a explorarlo con suficiente
hondura como para definir por nosotros mismos con qué elementos de ese mundo
nos quedamos.
Hablando de
crónica periodística, Gonzalo Martín Vivaldi maneja un precepto que se aplica
de la mejor manera al hablar de hiperinformación y estados depresivos: “En
estricto rigor hay que decir lo que son las cosas, y no lo que se cree que son
las cosas”. Esto es, la comunicación a
través de redes sociales nos da la libertad de difundir cuentos chinos
haciéndolos pasar por verdades absolutas.
Esto es generado por nuestro propio estado de ánimo. Tal vez estamos deprimidos y vemos las cosas
color gris. O tal vez nuestra propia
frustración nos tiente a frustrar a otros.
De tiempo en
tiempo circulan en redes mensajes
descabellados: Uno que viene a mi memoria es “El baile del Papa”; otro acaba de
comenzar a circular y habla de tornados.
La leyenda que viene al final del mensaje advierte que, si lo abrimos,
en milésimas de segundo habremos perdido toda nuestra información, y los jáquer
tendrán acceso a nuestras aplicaciones bancarias y similares. Es un hecho que el uso de la tecnología, si
bien nos facilita muchas operaciones, de igual manera nos coloca en riesgo de
daño personal o patrimonial. Es algo
real. Mientras que la tecnología avanza
un paso adelante, los criminales avanzan dos, y siempre estarán buscando sacar
beneficio de nuestra candidez o de nuestra impericia, echando mano del factor
sorpresa.
Por más que
los adultos evoquemos épocas en las que el mundo era un sitio mucho más
confiable, el tiempo no va a dar marcha atrás.
Tenemos que adaptarnos a los cambios, sacar ventaja de ellos, pero sobre
todo cuidarnos de que no nos provoquen daños emocionales. Y, eso sí, recurrir a elementos pacificadores
en medio de este maremágnum informático que amenaza con engullirnos.
Recién
terminó el CES (Consumer Electronics Show), evento anual que se llevó a cabo en
la ciudad norteamericana de Las Vegas, como viene sucediendo desde el 2005. Este año se dieron cita 167 expositores de
diversos puntos del orbe, mostrando avances tecnológicos de todo tipo, en
particular lo que se conoce como “Internet de las cosas”, especialmente las
novedades relativas a la Inteligencia Artificial y sus aplicaciones en el
hogar, el trabajo y el área médica.
La
tecnología se diseñó para apoyo de la raza humana, no para suplirla. Los fenómenos económicos y emocionales que se
vienen derivando de su uso y abuso son mera responsabilidad de los usuarios y
de los sistemas de gobierno que rigen el manejo de estos productos
tecnológicos. A nosotros, como usuarios,
nos corresponde informarnos, conocer los alcances de los equipos a los que
tenemos acceso y aprender a sacar provecho de ellos.
De formas
que quizá no percibamos directamente, dependemos de la tecnología. Digamos, esta mañana, cuando preparo mi
próxima columna periodística, el viento ha dañado alguna parte del sistema de
telefonía y estoy sin Wifi. Avanzo en mi
equipo en la redacción del texto, pero estoy sujeta a que regrese la señal de
Internet para poder enviar el archivo a los distintos periódicos donde se
publica. Y así, en este tenor
melancólico e invernal, recuerdo cuando enviaba mis colaboraciones por
Fax. Con lo novedoso que era el sistema
y ese timbre agudo que anunciaba que estaba conectado, no pocas veces tenía
dificultades para enviar el escrito que metía, hoja por hoja, al mágico
aparato, para que se reprodujera fielmente en un artilugio receptor en otras
latitudes. Cada avance tecnológico
tiene lo suyo y nos corresponde a nosotros como usuarios mantenernos al día en
su utilización.
Es
sorprendente la forma como se han disparado los índices de depresión en
nuestras sociedades, tanto en adultos como en menores. Volvemos a ese ostracismo que nos tiene
aislados del resto, en un pequeño espacio desde el cual pretendemos sacar una
antena para conectarnos con el cosmos.
La parte de nosotros que más sufre en este proceso es la emocional. Nunca va a ser equivalente la comunicación
virtual que la calidez presencial. Somos seres gregarios; necesitamos unos de
otros.
“Decir lo
que son las cosas, y no lo que creemos que son las cosas”. Romper con ese círculo de
hiperinformación-aislamiento-caos que tanto daño provoca. Colocarnos por encima de las cosas y no a
merced de ellas. Alimentar el corazón y
no solo el intelecto. Ya tenemos
bastantes problemas como para que, en la forma de decir las cosas, el panorama luzca
aún más desolador.
Hora de
compartir elementos positivos. ¿No creen?
Excelente aportación Doctora! Gracias por compartir! Saludos y bendiciones!
ResponderBorrarVivir con ilusión renovada cada día…
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