LA MARCA “DIOS”
Si Mila viviera, sería una niña feliz de cumplir hoy 105 años de edad. A su memoria.
La Semana Santa representa una excelente oportunidad para
revisar nuestra postura frente a lo que entendemos por Dios. Ocasión cuando algunos
viven a profundidad la celebración de la
Pasión y Muerte de Jesús, y otros tantos
se conectan con nuestro imaginario
colectivo a través de los eventos
populares de la ocasión, como la
Procesión del Silencio en San Luis Potosí, o la representación de la Pasión y
Muerte de Jesús en Iztapalapa. Es
entonces buen momento para revisar lo que podríamos llamar la marca “Dios” en
nuestras vidas, algo que genera identidad y polarizaciones, y que ha dado lugar
a guerras entre los seres humanos, defendiendo cada uno su interpretación
personal de esa fuerza superior.
Ronald Dworkin en su obra póstuma intitulada “Religión sin
Dios”, publicada por Harvard University Press en el 2013, año de su muerte, aborda
sin apasionamientos las distintas posturas que guarda la humanidad con relación
a la figura de Dios y a la religión, estableciendo que hay quienes siguen una
religión con Dios, quienes siguen un ateísmo religioso, un humanismo secular, o
finalmente una práctica ética por convicción propia, ajena a cualquier
principio rector fuera de su misma persona.
Yo iría más allá para determinar que Dios como marca nos lleva a
posturas muy variadas que hacen gala de presencia en esta temporada:
Tenemos a quienes viven a profundidad la religión católica
siguiendo paso a paso la celebración de toda la Cuaresma que culmina en Semana
Santa, legado de esos rituales sombríos
que en lo personal conocí cuando niña, en los que se tapaban los espejos de las casas, en los
templos se cubrían las imágenes con un paño morado; en los hogares se apagaba
el radio, y nadie pensaría en ir al cine durante la Semana Mayor. Paradójico, posterior a su estreno en 1969, en
función de medianoche durante la Semana Santa, muchas salas de cine proyectarían
“Las Pirañas aman en Cuaresma” con Isela Vega.
Hay quienes aprovechan estas vacaciones para turistear a través de los distintos eventos
de temporada, disfrutar la comida de mar, acudir al Vía Crucis a tomar video, o
festejar el Domingo de Pascua con familia y amigos. Y hay aquellos para quienes
la temporada llama a la reflexión sí, pero no exclusiva de estos días, porque
su humanismo les mantiene con los sentidos abiertos a las maravillas del propio
ser, y en consecuencia al reconocimiento y el respeto de ese cosmos del que somos
parte. Ya sea a través de la fe, de la
ciencia o de ambas, es de sabios asimilar nuestra pequeñez en el contexto
cósmico, y a partir de reconocer nuestra fragilidad humana vivir cada día con
un proyecto personal a cumplir, procurando integrar todo nuevo sueño y cada
logro a ese proyecto, de manera de trascender más allá en tiempo y espacio.
Dios es un principio rector y no una marca para establecer diferencias
ni para enarbolar cual bandera en el
campo de batalla. Él es esa razón más
allá de nosotros mismos para poner ese gramo extra de esfuerzo cada día.
Dios no es una marca que se compre con rezos, ni una imagen
que se lleve como fetiche contra la
“mala vibra”. Debe ser una impronta que marca nuestros actos a partir de la profunda convicción, como hijos de un padre que nos ama más allá de
lo que somos y hacemos.
Nadie podría decir “tengo a Dios” porque va al templo a
orar, y con ello supone que es superior
a quien no lo hace. Ni puede decir que
lo posee aquel que se comporta de un
modo dentro del recinto sagrado y de manera muy distinta en cuanto sale de él.
Dios es un principio rector que se encamina al bien de la
humanidad. Para Dworkin hay dos puntos que
rigen la religiosidad. El primero es el sentido que tiene la vida humana, en primer término para uno mismo, lo que lleva
a buscar desarrollar una vida con propósito. El segundo se refiere a todo cuanto nos rodea, lo que
produce asombro e inspira respeto.
Cumpliendo con estos dos principios, estamos cumpliendo con Dios, bajo
la asignación que cada quien decida darle, ya sea dentro de un templo o
siguiendo determinadas fórmulas, o de maneras distintas.
Dios, lo más presente en nuestras vidas, y que tantas veces olvidamos tomar en cuenta. Es el amor que llama a vivir el bien a partir del respeto a la
dignidad propia y hacia todo cuanto nos rodea, para así testimoniar que nuestros sentidos
están abiertos, que nuestra mente está despierta, y que nuestro corazón late.