domingo, 5 de abril de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LA MARCA “DIOS”
Si Mila viviera, sería una niña feliz de cumplir hoy 105 años de edad.  A su memoria.
La Semana Santa representa una excelente oportunidad para revisar nuestra postura frente a lo que entendemos por Dios. Ocasión cuando algunos viven a profundidad  la celebración de la Pasión y Muerte de Jesús, y  otros tantos se conectan con  nuestro imaginario colectivo  a través de los eventos populares de la ocasión,  como la Procesión del Silencio en San Luis Potosí, o la representación de la Pasión y Muerte de Jesús en Iztapalapa.   Es entonces buen momento para revisar lo que podríamos llamar la marca “Dios” en nuestras vidas, algo que genera identidad y polarizaciones, y que ha dado lugar a guerras entre los seres humanos, defendiendo cada uno su interpretación personal de  esa fuerza superior.
Ronald Dworkin en su obra póstuma intitulada “Religión sin Dios”, publicada por Harvard University Press en el 2013, año de su muerte, aborda sin apasionamientos las distintas posturas que guarda la humanidad con relación a la figura de Dios y a la religión,  estableciendo que hay quienes siguen una religión con Dios, quienes siguen un ateísmo religioso, un humanismo secular, o finalmente una práctica ética por convicción propia, ajena a cualquier principio rector fuera de su misma persona.  Yo iría más allá para determinar que Dios como marca nos lleva a posturas muy variadas que hacen gala de presencia en esta temporada:
Tenemos a quienes viven a profundidad la religión católica siguiendo paso a paso la celebración de toda la Cuaresma que culmina en Semana Santa, legado de  esos rituales sombríos que en lo personal conocí cuando niña, en los que se  tapaban los espejos de las casas, en los templos se cubrían las imágenes con un paño morado; en los hogares se apagaba el radio, y nadie pensaría en ir al cine durante la Semana Mayor.  Paradójico, posterior a su estreno en 1969, en función de medianoche durante la Semana Santa, muchas salas de cine proyectarían “Las Pirañas aman en Cuaresma” con Isela Vega.
Hay quienes aprovechan estas vacaciones para  turistear a través de los distintos eventos de temporada, disfrutar la comida de mar, acudir al Vía Crucis a tomar video, o festejar el Domingo de Pascua con familia y amigos. Y hay aquellos para quienes la temporada llama a la reflexión sí, pero no exclusiva de estos días, porque su humanismo les mantiene con los sentidos abiertos a las maravillas del propio ser, y en consecuencia al reconocimiento y el respeto de ese cosmos del que somos parte.  Ya sea a través de la fe, de la ciencia o de ambas, es de sabios asimilar nuestra pequeñez en el contexto cósmico, y a partir de reconocer nuestra fragilidad humana vivir cada día con un proyecto personal a cumplir, procurando integrar todo nuevo sueño y cada logro a ese proyecto, de manera de trascender más allá en tiempo y espacio.
Dios es un principio rector y no una marca para establecer diferencias ni para  enarbolar cual bandera en el campo de batalla.  Él es esa razón más allá de nosotros mismos para poner ese gramo extra de esfuerzo cada día.
Dios no es una marca que se compre con rezos, ni una imagen que se  lleve como fetiche contra la “mala vibra”.  Debe ser  una impronta que marca nuestros actos  a partir de la profunda convicción,  como hijos de un padre que nos ama más allá de lo que somos y hacemos.
Nadie podría decir “tengo a Dios” porque va al templo a orar, y con ello  supone que es superior a quien no lo hace.  Ni puede decir que lo posee aquel que  se comporta de un modo dentro del recinto sagrado y de manera muy distinta en cuanto sale de él.
Dios es un principio rector que se encamina al bien de la humanidad.   Para Dworkin hay dos puntos que rigen la religiosidad.  El primero  es el sentido que tiene la vida humana,  en primer término para uno mismo, lo que lleva a buscar desarrollar una vida con propósito. El segundo  se refiere a todo cuanto nos rodea, lo que produce asombro e inspira respeto.  Cumpliendo con estos dos principios, estamos cumpliendo con Dios, bajo la asignación que cada quien decida darle, ya sea dentro de un templo o siguiendo determinadas fórmulas, o de maneras distintas.

Dios, lo más presente en nuestras vidas, y  que tantas veces olvidamos tomar en cuenta.  Es el amor que llama a  vivir el bien a partir del respeto a la dignidad propia y hacia todo cuanto nos rodea,  para así testimoniar que nuestros sentidos están abiertos, que nuestra mente está despierta, y que nuestro corazón late.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario