CELEBRAR LA VIDA
Una mañana, durante
esos años de adolescencia caracterizados por grandes cambios, así como por el
surgimiento de enormes ilusiones, se instaló encima de mi cabeza un sueño, fue
como si una nube que recorriera el cielo llevada por el viento, frenara su
avance para venir a colocarse aquí, sobre
mi persona, y más delante convertirse en parte de mi propio ser. A partir de
ese tiempo, del que fácilmente ha transcurrido ya medio siglo, comencé a fabricar con la imaginación un mundo alterno, con tal
entusiasmo, que me hallé dispuesta a mudarme a él para el resto de mis días.
Todo fue cobrando un sentido
nuevo desde la maravillosa intimidad celular de la que fui testigo privilegiada,
a partir de entonces comencé a concebir la existencia como un prodigio único.
Entendí cómo se transforman las moléculas
inertes en estructuras vivas al ver que un átomo de carbono extendía sus brazos
para enlazarse con el indispensable oxígeno, el necesario hidrógeno y el
esencial nitrógeno, hasta formar moléculas orgánicas,
precursoras de vida. Convencida del singular
privilegio de conocer la vida desde un palco de primera, supe que en esa misma
medida, de ahí en adelante sería mi compromiso para corresponder a la vida su
generosidad.
Aquello no podía quedarse así como un privilegio estéril. Luego de haber conocido ese milagro de la vida, en mi corazón nació el
deseo de trabajar para conseguir que esa maquinaria con la precisión de un fino
reloj no fallara, o siquiera lograr que fallara lo menos posible. Que cuando
los tejidos y aparatos que conforman al ser humano sufrieran un desequilibrio y enfermaran, estuviera yo ahí para restaurar
ese fino mecanismo y devolver la salud.
En aquel momento vino la decisión de estudiar la carrera de
Medicina, ahondar en el conocimiento de los mecanismos y su ruptura a causa de
la enfermedad. En el aprendizaje de cada
materia tuve el privilegio de caminar
junto a grandes maestros que compartieron generosos su saber, pero más allá de la teoría, cada uno
de ellos fue preparando mi espíritu para
asimilar el ejercicio de la Medicina
como un arte, un arte de carácter sagrado que se practica con amor.
De este modo cada maestro, como hábil buril fue moldeando mis
actitudes frente al quehacer de abordar al paciente; me invitó a hacerlo desde su propia realidad única, viéndolo en
todo momento como un ser humano que enferma, y nunca como una enfermedad o un
número de expediente. Aprendí de todos mis
mentores que la vida desde sus inicios
hasta el final es sagrada, y que a ella
me debo con la entrega de un hermano mayor que ve por las necesidades de los
más pequeños.
Desde entonces supe que esa consigna a favor de la vida no
se abandona nunca, porque habrá de ser el lienzo último que nos cubra cuando
rindamos tributo a la madre tierra.
Ese mundo alterno que soñé en mi adolescencia me ha premiado
con amigos de una sola pieza, que han estado conmigo en los momentos cuando me
hallé a punto de doblarme, ellos me han acompañado y alentado. Hoy quiero decir
a cada uno de quienes ahora son mis hermanos, que los llevo en mi corazón como el mayor tesoro y la más elevada inspiración.
La existencia nos dota de grandes alas y de un espacio
abierto, donde cada cual tiene libertad
para ser el pintor de su propio cuadro,
el creador de su propia melodía. Tenemos la maravillosa facultad de aprender
cosas nuevas, de probar destrezas que antes no hubiéramos acaso imaginado, con
una sola consigna en mente, disfrutar todas las oportunidades que se nos
presenten, siempre y cuando aquello que adquiramos y aquello que ejerzamos no
haga mal a nadie.
Este es un momento muy especial para mí, se cumplen cuarenta
años de haber dejado las aulas de mi querida facultad de Medicina de la UAdeC,
para emprender un camino personal auténtico, que me ha proporcionado ocasión de entender la vida, a través de la labor
de servir a otros de distintas maneras.
Todo ello sin perder nunca de vista que
la felicidad es una opción muy personal, una actitud con la que vamos por el
camino hasta exhalar el último aliento.
Si veinte años no es nada, cuarenta menos: Un suspiro, un
viento travieso que revuelve el cabello de la niña cualquier tarde de
verano. Con el paso del tiempo van
cayendo las barreras de la solemnidad y comienza a germinar el bendito sentido
del humor, la alegría de estar con vida y el gozo de poder celebrarla con los amigos
más queridos.
Doy gracias a la vida por todos sus momentos, por sus retos
y oportunidades, en especial por la absoluta libertad que tengo para decidir qué par de
lentes uso para mirarla cada día. Momento
especial de celebrar, y en tal espíritu gozoso este pequeño espacio nuestro –suyo y mío-- no podía quedarse ajeno a la gran ocasión.
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