Cuarenta años se dicen fácilmente pero representan –en el
mejor de los casos— alrededor de media vida.
A la vez, como una paradoja del hombre frente al tiempo, son algo así
como un parpadeo, un preguntarnos en qué momento han pasado cuarenta veranos,
cuarenta navidades, cuarenta fiestas de año nuevo. Cuántos acontecimientos prodigiosos han
ocurrido en este período de tiempo que --de ello estamos seguros--, han ido
cambiando nuestra forma de ser, de percibir la vida.
Henos aquí reunidos, igual que alguna vez hicimos como un
grupo de preparatorianos que aspiraban a entrar a la carrera de Medicina. En este lobby esperamos turno desde temprana
hora con el fin de conseguir una ficha para el examen de admisión, y en estos
mismos cristales vinimos a recorrer nerviosos las listas de seleccionados, para
descubrir gozosos que nuestro nombre sí aparecía. A partir de aquel momento ha sido un recorrer
hombro con hombro un largo camino que nos trae hasta hoy, cuando nos
sorprendemos de tener vida, suficiente
salud y desbordante entusiasmo para
celebrar un maravilloso hecho: ¡Aquí seguimos! Algunos compañeros ya no están con nosotros, ellos terminaron su misión
antes y han partido, para cada uno de ellos va todo nuestro cariño y nuestros más
dulces recuerdos. Sepan que se les extraña como parte que fueron de este clan, que habrá de seguir reuniéndose para
las grandes ocasiones hasta que el último de los polvos se disipe.
De los derechos fundamentales del hombre nosotros como
médicos hemos trabajado por los dos más importantes. Nos preparamos para actuar a favor de la vida y la salud,
piedras angulares del resto de los derechos humanos. Atendiendo al juramento hipocrático nos propusimos
custodiar la vida desde la concepción, procurando condiciones que garanticen una existencia digna y de calidad para cada
uno de nuestros pacientes.
Como pocos sobre la faz de la Tierra, hemos sido testigos
del milagro de la vida, en nuestro imaginario contamos con los elementos de
conocimiento que permiten entender la forma como se generó la primera molécula
de materia orgánica, de qué modo los átomos de hidrógeno, oxígeno y nitrógeno
se fueron uniendo mediante enlaces químicos a un carbono central, para formar
estructuras anulares, que más delante dieron pie a las bases nitrogenadas,
materia prima de los ácidos nucleicos. Afortunados
de haber visto replicarse al DNA separando su doble hélice en giros
interminables, como si cada cadena tuviera vida propia, bajo la batuta de un
espíritu inmarcesible que no alcanzamos a abarcar con la razón. Por este proceso de replicación se generan
dos cadenas individuales a partir de las
cuales puede iniciar la vida. Atrás quedaba el Dios amenazante de nuestras
primeras lecciones de catecismo; ahora lo descubríamos como el Principio perfecto regidor del Cosmos. Un Dios que nos guiña el ojo para aprender y entender; para disfrutar y soñar;
pero sobre todo, como diría nuestro entrañable Sabines, un Dios encantador que
actúe como un viejo sabio o un niño explorador,
para enseñarnos a amar la existencia más cada día.
Contar las historias de vida de cada uno de nosotros
llevaría infinidad de tiempo. Son muchas
y muy variadas las experiencias, todas ellas significativas, que hemos vivido
desde aquella mañana cuando, con nuestro uniforme blanco bien planchado, nos
acomodamos en esta escalinata de acceso a nuestra amada escuela –hoy facultad--
para la fotografía de graduación. Cada
cual ha formado su familia, algunos de sangre, otros de afecto, pero todos contamos
hoy con un nicho amado en el cual hemos descubierto que somos muy felices. Trabajamos desde nuestro espacio muy
personal por un mundo mejor para todos, la vida con su marea y su contramarea, a
ratos revolcándonos sobre la arena, nos ha enseñado el valor de la amistad, del
cariño, de la alegría por estar juntos.
Hoy es momento de dar gracias a Dios por nuestras
bendiciones; de extender los brazos para darnos un gran abrazo colectivo. Hora de celebrar las coincidencias que nos
hermanan y sacudirnos con humor las
diferencias de otros tiempos. Ocasión de
honrar a nuestros padres que hicieron posible la educación que recibimos; a los
queridos maestros que nos mostraron los posibles caminos a seguir dentro de la
Medicina, cada uno de ellos desde su sensibilidad y especial pasión. Es tiempo
de recordar a nuestros compañeros que partieron antes dejando una huella en el
corazón de cada uno de nosotros.
¡Viva la vida! ¡Viva la amistad! ¡Viva nuestra gloriosa
Facultad de Medicina! Amigos queridos: ¡Muchas felicidades!
María del Carmen
Maqueo Garza
Torreón, Coah. Octubre 14, 2017
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