jueves, 12 de octubre de 2017

Palabras con motivo de la celebración de los 40 años

Cuarenta años se dicen fácilmente pero representan –en el mejor de los casos— alrededor de media vida.  A la vez, como una paradoja del hombre frente al tiempo, son algo así como un parpadeo, un preguntarnos en qué momento han pasado cuarenta veranos, cuarenta navidades, cuarenta fiestas de año nuevo.  Cuántos acontecimientos prodigiosos han ocurrido en este período de tiempo que --de ello estamos seguros--, han ido cambiando nuestra forma de ser, de percibir la vida.
     Henos aquí reunidos, igual que alguna vez hicimos como un grupo de preparatorianos que aspiraban a entrar a la carrera de Medicina.  En este lobby esperamos turno desde temprana hora con el fin de conseguir una ficha para el examen de admisión, y en estos mismos cristales vinimos a recorrer nerviosos las listas de seleccionados, para descubrir gozosos que nuestro nombre sí aparecía.  A partir de aquel momento ha sido un recorrer hombro con hombro un largo camino que nos trae hasta hoy, cuando nos sorprendemos de tener vida,  suficiente salud  y desbordante entusiasmo para celebrar un maravilloso hecho: ¡Aquí seguimos!              Algunos compañeros ya no están con nosotros, ellos terminaron su misión antes y han partido, para cada uno de ellos va todo nuestro cariño y nuestros más dulces recuerdos. Sepan que se les extraña como parte que fueron de este  clan, que habrá de seguir reuniéndose para las grandes ocasiones hasta que el último de los polvos se disipe.
     De los derechos fundamentales del hombre nosotros como médicos hemos trabajado por los dos más importantes.  Nos preparamos  para actuar a favor de la vida y la salud, piedras angulares del resto de los derechos humanos.   Atendiendo al juramento hipocrático nos propusimos custodiar la vida desde la concepción, procurando condiciones que garanticen  una existencia digna y de calidad para cada uno de nuestros pacientes.
     Como pocos sobre la faz de la Tierra, hemos sido testigos del milagro de la vida, en nuestro imaginario contamos con los elementos de conocimiento que permiten entender la forma como se generó la primera molécula de materia orgánica, de qué modo los átomos de hidrógeno, oxígeno y nitrógeno se fueron uniendo mediante enlaces químicos a un carbono central, para formar estructuras anulares, que más delante dieron pie a las bases nitrogenadas, materia prima de los ácidos nucleicos.   Afortunados de haber visto replicarse al DNA separando su doble hélice en giros interminables, como si cada cadena tuviera vida propia, bajo la batuta de un espíritu inmarcesible que no alcanzamos a abarcar con la razón.  Por este proceso de replicación se generan dos cadenas individuales  a partir de las cuales puede iniciar la vida. Atrás quedaba el Dios amenazante de nuestras primeras lecciones de catecismo; ahora lo descubríamos como el  Principio perfecto regidor del Cosmos.  Un Dios que nos guiña el ojo  para aprender y entender; para disfrutar y soñar; pero sobre todo, como diría nuestro entrañable Sabines, un Dios encantador que actúe como un viejo sabio o un niño explorador,  para enseñarnos  a amar  la existencia más cada día.
     Contar las historias de vida de cada uno de nosotros llevaría infinidad de tiempo.  Son muchas y muy variadas las experiencias, todas ellas significativas, que hemos vivido desde aquella mañana cuando, con nuestro uniforme blanco bien planchado, nos acomodamos en esta escalinata de acceso a nuestra amada escuela –hoy facultad-- para la fotografía de graduación.  Cada cual ha formado su familia, algunos de sangre, otros de afecto, pero todos contamos hoy con un nicho amado en el cual hemos descubierto que somos muy felices.   Trabajamos desde nuestro espacio muy personal por un mundo mejor para todos, la vida con su marea y su contramarea, a ratos revolcándonos sobre la arena, nos ha enseñado el valor de la amistad, del cariño, de la alegría por estar juntos.
     Hoy es momento de dar gracias a Dios por nuestras bendiciones; de extender los brazos para darnos un gran abrazo colectivo.  Hora de celebrar las coincidencias que nos hermanan  y sacudirnos con humor las diferencias de otros tiempos.  Ocasión de honrar a nuestros padres que hicieron posible la educación que recibimos; a los queridos maestros que nos mostraron los posibles caminos a seguir dentro de la Medicina, cada uno de ellos desde su sensibilidad y especial pasión. Es tiempo de recordar a nuestros compañeros que partieron antes dejando una huella en el corazón de cada uno de nosotros.
     ¡Viva la vida! ¡Viva la amistad! ¡Viva nuestra gloriosa Facultad de Medicina! Amigos queridos: ¡Muchas felicidades!


      María del Carmen Maqueo Garza                       Torreón, Coah.  Octubre 14, 2017 

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