DOLOROSA LECCIÓN
Podemos afirmar que la
muerte se ha vuelto algo cotidiano, tan absurdo como parezca. Dolorosamente se
integra al panorama urbano como los árboles, los vehículos, o los perros sin
dueño. Matar, entonces, comienza a resultar una actividad humana tan
común como hablar o caminar…
Hace seis días, durante la etapa final del
afamado Maratón de Boston, ocurre una terrible tragedia, que al momento de preparar
esta colaboración va a medio camino de desentrañarse. Un par de jóvenes chechenos colocan un par de
bombas de fabricación artesanal que explotan entre la multitud, provocando tres
muertos y decenas de heridos, algunos de ellos de gravedad, y en diversos casos
con terribles secuelas permanentes.
La ciudad que alberga dos de las más
prestigiosas instituciones de educación superior, Harvard y el MIT, se cimbra
ante tales acontecimientos, en tanto la propia comunidad estudiantil se
pregunta cómo es posible que esos jóvenes con los que convivieron dentro del
aula hayan sido capaces de concebir un plan así de terrible.
A través de diversas publicaciones se han
dado a conocer expresiones de personas que los conocieron desde tiempo atrás, y
que se hallan pasmadas frente a los hechos, para los cuales no alcanzan a dar
crédito.
Si revisamos nuestro entorno inmediato, que
por razones obvias nos resultará familiar, es difícil que la forma repentina de
actuar de una persona nos cause sorpresa.
Vaya, no imaginamos que el vecino de años, o un pariente, o un amigo
cercano, de la noche a la mañana comience a robar bancos así como así. Ni concebimos que la pía dama que va a misa
todas las mañanas resulte ser una asesina serial como esos personajes de tantas
series que se han puesto de moda. Sería
excepcional el caso de alguien cercano que nos da una sorpresa de ese tamaño…
Claro, hay casos de personas conocidas que
tal vez lleven a cabo acciones –buenas o malas—que jamás imaginamos. Lo único que refleja, que en realidad no las
conocemos a fondo como para saber de qué modo actuarán ante determinada
circunstancia.
Pues bien, las meticulosas investigaciones
que desde el primer momento han llevado a cabo las distintas dependencias de
gobierno en los Estados Unidos señalan, repito, hasta el momento de escribir
esta colaboración, que los dos jóvenes chechenos captados por las cámaras de
seguridad en distintos momentos durante el Maratón, son los responsables de
esta masacre. Y quienes convivieron con ellos a lo largo de casi diez
años desde su arribo como refugiados debido a los conflictos armados en su país
de origen, no dejan de sorprenderse… Aplicando una sencilla ecuación matemática
podemos concluir que en realidad no los conocían, pues si en realidad lo
hubieran hecho, podrían haber detectado en ellos algún gesto, una afición, algún
comentario sugestivo de su potencial destructor.
Tamerlan Tsarnaev, el mayor de los hermanos,
muerto durante una persecución policíaca a las afueras de Boston la
madrugada del viernes, expresó en el 2010 para una revista universitaria: “No
tengo un solo amigo norteamericano. No
los entiendo”. Además contaba
antecedentes penales por violencia física contra una novia. Ahí hay dos puntos a los que no se dio mayor
importancia, y claro, difícil hacerlo cuando no hay un interés encaminado a conocerlos y convivir con ellos. Por su parte una mujer, al parecer la madre,
también había sido consignada en diversas ocasiones por robo en comercios de la
localidad.
Esta tragedia humana que termina en pérdida
o daño a la integridad física de personas inocentes, y que provocará una serie
de repercusiones emocionales, no nada
más en quienes vivieron de manera directa los hechos, y no nada más a los
bostonianos, sino a toda la comunidad universitaria norteamericana fue un plan
que no nació de un día para otro en la mente de sus autores. Con toda seguridad hubo signos de alarma que,
o no se vieron, o no se les concedió la debida importancia, y que probablemente
hubieran prevenido la magnitud que alcanzó el atentado.
Los “hubiera” no existen, bajo ninguna
circunstancia funcionan. Quédenos a
todos los seres humanos la lección de fomentar el concepto de “comunidad” en
nuestro entorno. Busquemos establecer canales de comunicación abiertos y
continuos con quienes nos rodean, muy en particular con nuestros niños y
jóvenes. Los hechos que ocurren allá
afuera cada día, de alguna manera impactan sus emociones, llegando a provocar
situaciones de riesgo para ellos. Pero
si no hay nadie para detectarlo a tiempo y sanarlo, tampoco lo habrá para
ejercer acciones de prevención social.
Con aquellos que conforman nuestro entorno
inmediato, ante una actitud que dispare alarma, no se vale arrellanarnos en
nuestra molicie y decir “para qué me meto en broncas”. Pensemos que quizás hoy alguien en Boston lamenta
no haber hecho eso mismo a tiempo.
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