ANTES DE IZAR LOS IDEALES
Hoy he venido
recordando a Don José Muñoz Cota, orador, escritor y diplomático chihuahuense,
con quien tuve la fortuna de coincidir en el medio periodístico lagunero allá
por 1975, cuando yo escribía mis primeras colaboraciones y él ya era toda una institución. Recuerdo uno de sus libros del cual
generosamente me obsequió una copia
autografiada: “El hombre es su palabra”.
Cada quien ve el mundo desde aquello que le apasiona. En mi caso es desde la palabra a la cual hallo atributos
extraordinarios. A ratos me parece una
palanca capaz de mover al mundo, tal y como Arquímedes lo asentara hace más de
dos mil años. Mucho de lo que hoy ocurre
hace suponer que es precisamente por causa de la palabra, o para ser
específicos, a falta de la palabra, y ahí les va:
Una necesidad fundamental del ser humano es la de expresarse
frente a los demás. Es algo que ocurre
desde principios de la historia, lo bueno o lo malo busca ser expresado de muy
distintas maneras, ya sea para participar una alegría o para desahogar una contrariedad. Desde las pinturas rupestres europeas, hasta
los GIFS y los emojis actuales, el ser humano busca expresar aquello que piensa
o que siente. Sin embargo la cosa no es
tan sencilla como supondríamos, y esa falta de expresión de lo propio bien puede
ser el germen de interacciones sociales poco afortunadas.
De niños aprendimos a hablar, el lenguaje se va ajustando progresivamente a reglas y
convenciones sociales, esto es, puedo decir algo “siempre y cuando…”, o “en la
medida que…”, expresarlo frente a
determinadas personas, y no hacerlo frente a otras. Desde ese momento lo que llevamos dentro va
quedando determinado por elementos externos, y entendemos que así debe de ser, para
una sana convivencia. Los soliloquios
propios del niño pequeño van quedando atrás, al grado de que el escolar halla
indeseable o aburrido estar solo, no sabe disfrutar estar consigo mismo, con lo
cual se pierde de mucho en la vida. Su autoestima se queda muy corta, y
necesita de los demás para sentirse bien.
Entra al sistema educativo
escolarizado y aprende muchas cosas, pero no se le educa para desarrollar su
inteligencia emocional. Como por intuición
va practicando expresar lo que piensa y lo que siente, y así continúa hasta la
edad adulta.
Unos años después estamos frente a un individuo que no habla
consigo mismo, y menos sabe decir a otros lo que siente, tiene pobre autoestima, y por
ende no es asertivo, además de que no posee mucho autocontrol. En estas condiciones va del extremo de
guardarse todo, al extremo de explotar por cualquier contrariedad. La maravillosa utilidad que la palabra podría
aportar para él se queda flotando en el limbo, en un mundo en el que nos
guardamos de expresar lo que sentimos por miedo a ser malinterpretados, y
reservamos las palabras amables, y volcamos las de odio cuando ya estamos como
olla de vapor, con las emociones a punto de explotar.
Y esta misma falta de palabras que no se dicen se vuelve
responsable de úlceras duodenales
infartos del miocardio, adicciones y demás. Aquello que debiera decirse y no se dice, ha
de hallar una vía de escape, cualquiera.
Más delante vienen los hechos terribles, los que provoca nuestra ira
largamente reprimida cuando sale a chorro y arremete contra lo que esté más
próximo, la pareja, el hijo, el jefe o el conductor de enfrente. Nos volvemos violentos, o más bien
explosivos, sin que –visto desde fuera-- parezca existir una causa que pueda
explicarlo.
Uno de los apelativos que tenía Don José Muñoz Cota era el de
“relámpago”. Al menos así lo llamó Federico Corral Vallejo, uno de sus biógrafos. Él fue un relámpago para vivir su vida que
fue interesante y variada, pero fundamentalmente un relámpago con el uso de la
palabra, habiendo sido el primer campeón nacional de Oratoria, en el concurso
convocado por el periódico El Universal en el año 1927, cuando José contaba con
20 años de edad. Lo contrasto con los
relámpagos destructivos hoy en día, que produce la no-utilización de la palabra
para expresar nuestros estados internos, que resulta en latigazos de violencia de
género, familiar y social.
Ahora que las autoridades de la SEP se enfocan en la reforma
educativa, todos los ciudadanos somos responsables de vigilar que tenga como objetivo la formación de ciudadanos
sanos y libres. Las competencias de un
programa académico no se alcanzan sin una base de sustentación emocional firme. Uno de los requisitos para lograr este
sano equilibrio de las sociedades que viven en paz, es el desarrollo de la inteligencia emocional,
aprender a comunicarnos unos con otros, expresar pensamientos, deseos y
emociones, para alcanzar una sana armonía. Como diría Muñoz Cota “hacerlo antes
de izar los ideales”.
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