domingo, 2 de diciembre de 2012


Cortas reflexiones acerca de los obituarios

La escritura de obituarios no es, ni mucho menos, la forma de escritura más apreciada; en los periódicos, de hecho, es la menos. El puesto más cruel en los escritorios de una redacción típica es el de los obituarios, habitado casi siempre por algún primíparo del oficio noticioso, cuyo trabajo consiste en registrar los detalles suministrados por los agobiados pero sarcásticos empleados de las casas funerarias. Incluso los periódicos interesados en producir obituarios bien escritos los someten a tales requerimientos de contexto y tono que frecuentemente hunden el texto en la mediocridad y la incoherencia.

Fue, pues, con optimismo de redentor de la profesión que el editor de la página web Good-Bye! aceptó la invitación de dirigirse a la “Tercera Gran Conferencia de Escritores de Obituarios”, en Las Vegas, Nuevo México, a comienzos de junio de 2001.

¡Qué extraños resultaron los conferencistas! Había un sociólogo que investigaba los obituarios del New York Times, sólo para darse cuenta de que el Times prefiere a los políticos, a los líderes de la industria y a las celebridades. ¡Vaya sorpresa! Su libro, La fama por fin [Fame at Last], es sobrio pero fascinante.

A la conferencia asistieron unos cuantos aficionados al tema, pero por lo general dejaron el tema en manos de los profesionales.

Había escritores de obituarios de los principales periódicos, gente animosa. Para ellos, la gran preocupación es cómo elevar el estatus de su tema en la escala noticiosa. Los obituarios deben estar escritos de manera inteligente, profunda y detallada. La página obituaria puede convertirse en un centro para que las comunidades se integren en una sociedad más amplia. También es un centro de utilidades: la publicación de las noticias mortuorias resulta increíblemente costosa.

Pero las anécdotas de los editores resultaron más interesantes que los propios obituarios, para tristeza de sus lectores. En esto se centraba el mensaje de Good-Bye! para la conferencia: los muertos tienen historias que contar mucho más variadas de lo que por lo general aparece en los textos estereotipados de las páginas corrientes.

Las Vegas es un lugar encantador. Tras ser en el pasado un centro ferroviario importante y la ciudad más grande de Nuevo México, Las Vegas decayó desde el siglo antepasado convirtiéndose en el tipo de ciudad que siempre está a la espera de la próxima gran ola. La calle principal de la parte vieja de la ciudad ha apeñuscado en un pasaje comercial almacenes generales con tiendas de souvenirs, además de un par de restaurantes que sirven una excelente versión de la comida picante nuevomexicana. A una milla de distancia está el nuevo centro de Las Vegas, un trozo típico de autopista lleno de vendederos de comida rápida y de moteles.

Después de que el sociólogo echó su discurso, yo atravesé la plaza central de la parte vieja de la ciudad con destino al mostrador dilapidado de una cantina de almuerzos donde un grupo de chicanos, aparentemente borrachos, tocaban sus guitarras y cantaban. Nos invitaron a cervezas sin siquiera preguntarnos nuestros nombres, y de repente éramos lo más interesante de la ciudad. Ellos habían oído hablar sobre la conferencia de obituarios. Un tipo, bien prendido, se volteó y me dijo: “¿Por qué ustedes, los escritores de obituarios, mienten todo el tiempo? ¿Por qué no dicen la verdad, que el tipo está muerto y que se alegran de que esté muerto?”. Otros borrachos replicaron con insultos hacia el periódico local, el Las Vegas Optic, que es la clase de periódico que publica obituarios pasados de moda, en los que se dice que el muerto “se ha unido a su Salvador en el Paraíso”.

Otro hombre en el bar, uno maloliente que tocaba la guitarra, estaba indignado de que en el comité en que juzgaban su tesis de PhD pensaran que los indios, es decir, la gente aborigen, fueran incapaces de desarrollar formas de pensamiento avanzado. Uno de sus amigos, el que pagaba las cervezas, resultó ser el antiguo fiscal del condado vecino.

El de la guitarra nos contó una historia. En el vecindario había un hombre que era un voyeurista habitual. Un día, el hombre fue pillado husmeando a una mujer casada por la ventana, por el esposo. El esposo mató al voyeurista de un tiro en la cabeza. Dada la perversión del muerto, no se pudo encontrar quién lo enterrara. Finalmente, el tío del de la guitarra, un ebanista, acordó hacer un ataúd. Hizo los diagramas, construyó el ataúd y hasta grabó la lápida. Encima de todo puso un busto que representaba a un hombre con un tiro atravesándole la cabeza.

Ésta fue la lección que saqué de la conferencia, donde el mensaje deGood-Bye!, según el cual el ensayo poético, humorístico y crítico es la mejor manera de enterrar a los muertos, fue recibido con una particular mezcla de fascinación y cordial indiferencia por parte de los profesionales y los aficionados en proporciones iguales.

La mejor manera de conmemorar a los muertos es con honestidad y fervor, mediante un recuento de las cosas que más importaron en sus vidas. No les debemos una hagiografía. Ellos nos deben algo que con gusto nos darán, si nosotros tan sólo hacemos nuestro trabajo, que es pensar en ellos en forma inteligente.
Tomado de http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=2282
 el 24/11/12

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