domingo, 27 de marzo de 2016

"Los Verdugos" Artículo de la Maestra Rosaura Barahona


Anyelid Betsabeth López Saldaña, de 12 años, estaba en el grupo de sexto "A" de la Primaria Narciso Mendoza, en la Colonia Azteca, de San Nicolás. Nayeli, su hermana, dice de ella: "Tenía muy bonito cuerpo para su edad y le tenían envidia las huercas porque ella ni de pleito era".

Anyelid se ahorcó en el patio de su casa el pasado miércoles 9 porque no soportó el acoso de algunos de sus compañeros y compañeras e, incluso, de niñas de otra secundaria.

En su momento, la madre se quejó del acoso en la escuela. Para variar, no se hizo nada.

Algunos testigos aseguran que el maestro del grupo humilla a los alumnos y la humillaba a ella. Las autoridades, en una indagatoria que parece rauda para las conclusiones contundentes, aseguraron que no hubo "bullying".

Pero sus compañeros, sus compañeras, los maestros, los directivos y varios padres de familia conocieron las evidencias. Quienes acosaron y quienes callaron deben asumir su responsabilidad y aceptar que la apatía que los hizo negar el problema en lugar de enfrentarlo, los convirtió en cómplices del suicidio de una inocente.

Si su conciencia se desarrolla, ojalá les remuerda toda la vida. Y que pidan para que sus futuros hijos nunca se topen con seres que los torturen, como ellos torturaron a Anyelid.

La inseguridad de quienes acosan y lideran el bullying en una escuela, barrio, empresa o donde sea, no les permite sobresalir; carecen de los valores o virtudes necesarios para ello.

Entonces, para superar su complejo de inferioridad, abusan de los débiles o distintos. Los gregarios los imitan y se sienten felices de ser aceptados, aunque sea por una pandilla de depredadores.

Los niños pequeños juegan con otros sin importar su clase social, religión, ideología, color de piel, si son altos o bajos, gordos o flacos, con lentes o no, con pelo rizado y oscuro o liso y blanco; menos, si viajan en Metro o en carro de lujo, ni si el niño actúa más como niña y la niña como niño o si tienen alguna discapacidad.

Pero cuando crecen, los papás hacemos anidar nuestros prejuicios en su inocencia.

Los acosadores deben saber que todos tenemos discapacidades, pero no todas son físicas; las internas (más graves), no se ven.

Algunos tienen parálisis cerebral; otros, parálisis anímica.

Unos son ciegos de los ojos; otros, del espíritu.

Hay cojos con prótesis ganadores de premios internacionales, pero no hay prótesis para sustituir la comprensión, la generosidad o la bondad, por eso muchos, aunque caminen bien, arrollan a los diferentes y empujan al abismo a quienes no pueden someter.

Los autistas tienen un cableado cerebral diferente; otros tienen cableado normal, pero lo afinan para dañar.

La gordura se quita con dieta y ejercicio; el espíritu bofo, no.

Los niños con síndrome Down pueden ser autosuficientes; muchos "sanos" babean odio, estupidez y maldad.

Hay líderes sordomudos porque aprendieron a luchar siempre. No oyen, pero escuchan; no hablan, pero se comunican y mejoran su entorno.

Y hay quienes sí hablan y oyen, pero no entienden; por eso cuando están solos, frente a ellos mismos, se mienten.

Los niños con lentes deben usarlos para distinguir mejor lo que les rodea, pero debería haber unos para ver nuestra basura interna.

El estrabismo, el labio leporino, la hidrocefalia, el retraso mental, la tartamudez y muchas otras condiciones incomodan a una sociedad que no ha sido educada para aceptar lo diferente, menos a los diferentes. Y ahí es donde el papel de los padres, los maestros y los adultos es esencial.

Si sus hijos son "normales" deben entender que no es mérito de ellos haber nacido así, como tampoco es responsabilidad de quienes son distintos el serlo.

Debemos educar a los hijos para que aprendan a ayudar a quien es más débil que ellos en cualquier sentido, pero si somos incapaces de hacerlo porque no queremos o no sabemos cómo, por lo menos eduquémoslos para que los respeten.

De no hacerlo, por un lado, continuará aumentando el número de verdugos físicos, psicológicos o cibernéticos y, por otro, las víctimas del acoso.


rosaurabster@gmail.com


Artículo original publicado en periódico El Norte el 15 de marzo. Reproducido en este espacio con autorización expresa de la autora.

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