¿Y SUS DERECHOS…?
Impactante. Acabé con un nudo en la garganta. De nada sirvieron –en ese momento—tantos años
de contacto con hospitales. Vi hecho pedazos el gran principio “Primum non
nocere”, piedra angular de la práctica médica.
Un quirófano, una joven en posición ginecológica, un diestro
cirujano. La auxiliar localiza el
latido del corazón del feto, este tiene 13 semanas de vida, su imagen aparece
nítida en la pantalla. Comienza el procedimiento, la sonda que habrá de
succionar todo, incursiona abruptamente en la cavidad uterina. El cirujano la dirige
hacia el cuerpo del feto, quien trata de rehuir al artefacto. Intentos infructuosos, la sonda atrapa con la
fuerza de la succión sus pequeños pies, y progresivamente va engullendo al feto. Es evidente cómo ese pequeño ser humano se
esfuerza por evitar ser aspirado. En la etapa final, cuando quedan en la
cavidad uterina su cabeza y un brazo, este último trata de aferrarse al espacio
que hasta entonces había sido su nicho de vida.
Para terminar, se percibe un sonido seco, cuando el cráneo del feto
entra por la sonda de aspiración y acaba en el contenedor, junto con el resto de
las porciones fetales, en un cruento caldo.
Es un video que impresiona a cualquiera. Agradecí al buen
amigo que me lo hizo llegar; aunque por mi parte, lo reenvié a muy pocos. Cuando las imágenes rebasan el mensaje, este
se pierde. En lugar del video como tal, decidí compartir la reflexión que me
dejó.
Conocí este material justo el día cuando en la capital
sinaloense se desataban los demonios, tras la captura de un narcotraficante de
segunda generación. Las imágenes y los
sonidos recorrieron el mundo. Fueron tomados por civiles que –de forma temeraria—dejaron
constancia de los hechos, a riesgo de su propia vida. Unas horas después, del mismo modo como lo
capturaron, lo dejaron en libertad. ¿El argumento? Evitar poner en riesgo a más
personas, resguardar sus derechos. Quede
para la historia como un capítulo de una mala planeación frente a la
delincuencia organizada. Midieron
fuerzas, y fue claro, al menos por esta ocasión, que el cartel detrás el
detenido, demostró más poder que las fuerzas castrenses.
Volviendo a lo nuestro: La era postmoderna enarbola, entre
otras muchas causas, la lucha por los derechos civiles: Niños, mujeres,
personas mayores, migrantes; discapacitados, comunidad LGBT. Osos polares,
perros callejeros, ganado estresado; tortugas; vaquitas marinas; aves zanconas…
Sería poco menos que imposible enumerar todas las criaturas que esta lucha contempla:
Se defienden sus derechos a una vida digna, libre de amenazas ajenas a su condición
natural. Dentro de la cadena alimenticia
el predador ataca al herbívoro. Lo hace
dentro de un orden básico que permite mantener el equilibrio en el
ecosistema. No nos corresponde
modificarlo; ya hemos visto lamentables casos de plagas silvestres provocadas
por la intervención humana. No obstante,
se aboga por que las especies cuenten con un hábitat apropiado para sus
necesidades.
Pregunto entonces: Para el niño no nacido, ¿dónde se
inscriben sus derechos? ¿qué ley lo protege?
Más bien percibimos lo contrario, proliferan leyes que pugnan por el
derecho de la mujer al aborto. Los
congresistas que lo logran lo celebran con vítores. Por las calles mujeres
jóvenes con el torso desnudo, expresan que su cuerpo les pertenece y ellas
deciden qué hacer con él.
En mis tiempos de adolescente, la sexualidad se aprendía de
manera confusa, con una impresionante carga de culpa. Alguna vez estuve frente
a una colección de embriones y fetos, y a pesar de mi naciente vocación médica,
seguía sin entender cómo aquellas figuras céreas flotando en un líquido de olor
intenso, podían tener relación con la vida humana. No fue hasta la preparatoria, durante mis
primeras incursiones hospitalarias, cuando vi en forma directa al producto de
la concepción humana. Después de un aborto espontáneo terminaba en un
recipiente, y ahora sí le hallaba forma de bebé. Hoy en día la tecnología nos lleva a la
intimidad del claustro materno, para atestiguar de qué modo vive un feto, cual
si en un limbo bendito. Y de igual manera, cómo llega a ser arrancado de su
mundo con dos o tres movimientos quirúrgicos, para desaparecer.
En 1989, cuando el derrame de petróleo del Exxon Valdez en
Alaska, circularon diversas imágenes.
Recuerdo la de un norteamericano con un traje protector blanco, tratando
de retirar el petróleo del plumaje de un pelícano. El hombre lloraba copiosamente, lo que me
hizo pensar en la paradoja: “Lloran por pelícanos y focas, pero no por los
humanos abortados”.
Permita la tecnología de punta, una toma de conciencia. Comenzar
a incluir al ser humano en formación, en la lista de esas causas que se
defienden con toda la pasión.
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