REFLEXIÓN TRAS LA TORMENTA
En memoria de la Dra.
Ma. De Jesús Padrón, valiente mujer cuya existencia solo la tromba más feroz pudo
apagar. Descanse en paz.
La ciudad amanece con inusual silencio, como si todos sus
habitantes, incluyendo a las avecillas bullangueras, temieran manifestarse, ni
siquiera el crujido de la más delicada rama otoñal interrumpe las voces del
silencio.
Desde las 4 o 5 de la mañana la lluvia ha entrado en una
pausa, se retiró tal cual había
comenzado, con leves toqueteos sobre las superficies duras como el cemento y
los casquetes metálicos de los aires acondicionados, hasta integrar una
amalgama de percusiones de distinta tonalidad, que a poco de su inicio se convirtieron en amenazadora tormenta. Al mirar la fuerza del agua cualquiera podría
imaginar que el cielo alberga sentimientos, y que lo que expresa con esta torrencial lluvia es una franca ira,
como si los dioses golpearan una y otra vez con su vara de mando el gris acero de las nubes para sacudirlas más y más hasta vaciarlas todas.
Poco o nada logré percatarme de los daños que iban
provocando las avenidas de agua en el exterior, ya tenía yo mi propio problema
para resolver, el hermoso patio de mi inspiración en estas circunstancias se
convierte en alberca que amenaza con inundar toda la casa, algo que ya sucedió
hace un par de años, de manera que entretuve mi zozobra acarreando agua desde
dicho patio hasta el frente de la casa,
para desalojar ese espacio cerrado; en un cálculo aproximado debo haber sacado
la cantidad de agua que llenaría una pileta.
Esta mañana hallé al frente de la casa el cuerpo de un perro
del vecindario, un callejerito al que alimentaban vecinos de la siguiente cuadra, y que resultaba familiar y simpático para todos
nosotros, sobre todo cuando pasaba con aquel garbo canino
frente a casas que tienen perros, y ni todos los ladridos juntos lograban
amedrentarlo en sus paseos vespertinos.
Hoy un cuerpo remojado y frío que
pronto retiraron del cemento es todo el recuerdo que nos queda de este
peludito, al que imagino ahora feliz haciendo su recorrido en otra dimensión.
Conforme avanzó la mañana nos enteramos del fallecimiento de
una compañera médica familiar del IMSS, a mi me tocó recibirla cuando llegó a
este puerto fronterizo como interna de pregrado, estando yo entonces a cargo del Departamento de Enseñanza
(ahora Educación Médica Continua). Seria y formal en su desempeño académico,
terminada su carrera universitaria decidió, como algunos otros internos,
quedarse a radicar en esta ciudad donde se casó y formó su familia. Calculo que
le faltaría si acaso un par de años para
jubilarse, ahora que sobrevino su muerte en condiciones por demás trágicas.
Todo en esta vida tiene sus tiempos, y lo que parece una
desafortunada casualidad, si no hubiera ido en su carro por esa avenida, o si
en vez de asistir al evento del que regresaba se hubiera quedado en casa…
preguntas ociosas que en una muerte como esta no hacen más que atormentar a los
deudos una y otra vez, hasta que el
propio proceso de duelo los lleve finalmente a la aceptación. Cuando enfrentamos la muerte de alguien
cercano reaccionamos como si morirse fuera la excepción, cuando realmente es la
regla de la que ninguno de los seres vivos hemos de escapar, hecho para el
cual es positivo estar preparados, como hacen
los orientales al levantarse cada mañana, propuestos ese día a aprender a morir.
El agua es vida, el agua es madre, pero también el agua es
un elemento feroz que nos conmina a entender nuestra pequeñez en el todo cósmico, de
manera de disfrutar lo que tenemos durante
el tiempo cuando lo tenemos. La
capacidad que este líquido tiene de moldearse en su recorrido nos enseña que la
adaptación a todo lo que nos rodea
facilita el avance, y su capacidad de alisar la superficie más rugosa al
contacto es un llamado a la paciencia como una herramienta que finalmente trae
la paz.
Este silencio posterior a la tormenta es un paréntesis para
la reflexión, para entender que las posesiones materiales no conceden el valor
a un ser humano, que son medios y no fines, y que el apego a los mismos equivale a someter la grandeza del espíritu a
elementos que finalmente no nos harán trascender.
Hoy se ha ido María de Jesús porque era su tiempo, y así hay
que entenderlo; ella tiene un camino personal que seguir, como la mariposa que
termina su período de incubación y rompe
la comodidad del capullo para desplegar sus alas y volar su propio vuelo único.
No sea en vano la tormenta, con sus daños y sus pérdidas…
Asimilemos las lecciones que nos da la vida ahora, para cuando nuestro propio
momento llegue, porque aprender a morir hoy es enseñarnos a sacar de cada día
el máximo provecho.
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