POR NUESTROS NIÑOS
A partir de 1924 la ONU reconoció la necesidad de garantizar las condiciones que provean de bienestar a los niños alrededor del mundo, siendo el 20 de noviembre de 1954 cuando se establece un día para celebrar a los niños, fecha que cada país ha ido acomodando de acuerdo a su calendario cívico, quedando para México el 30 de abril. Y como tantas celebraciones, la del Día del Niño se ha comercializado con el paso de los años, olvidando en gran medida lo que fue el origen real de la celebración. Por ello no resulta ocioso recordar lo que contiene el acta de las Naciones Unidas que habla sobre los derechos de los niños, finalmente suscrita en 1959 por las naciones afiliadas, y vigente hasta la actualidad:
- Los derechos de los niños no admiten discriminación por razón de raza, condición socioeconómica, política o de nacimiento.
- El niño gozará de una protección especial.
- El niño tiene derecho a nombre y nacionalidad.
- Tiene derecho a la seguridad social. A alimentación, vivienda, recreo y atención médica.
- Si está física o mentalmente impedido, requiere atención adecuada.
- Para su pleno y armonioso desarrollo, necesita amor y comprensión, y un ambiente de afecto y de seguridad moral y material.
- El niño tiene derecho a recibir educación, sobre todo en las etapas elementales.
- Debe disfrutar de juegos y recreaciones…La sociedad y las autoridades se encargarán de promover el goce de este derecho.
- El niño debe, en todas circunstancias, figurar entre los primeros que reciban protección y socorro.
- …Deberá ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación…. No deberá permitirse al niño trabajar antes de una edad mínima adecuada.
- El niño debe ser protegido contra las prácticas que puedan fomentar discriminación racial, religiosa o de cualquier otra índole. Debe ser educado en un espíritu de comprensión, tolerancia, amistad entre los pueblos, paz y fraternidad universal, y con plena conciencia de que debe conservar sus energías y aptitudes al servicio de los semejantes.
A la luz de estos conceptos es momento de preguntarnos qué estamos haciendo por promover un espíritu de comprensión, tolerancia y amistad entre los pueblos. O qué hacemos por favorecer la paz y la fraternidad universal, que permita a nuestros niños hallar las condiciones óptimas para su desarrollo integral.
Habría que analizar hasta qué grado con nuestra vida diaria, con nuestras palabras y actitudes de cada día contribuimos a respetar y a hacer valer derechos fundamentales e inalienables de nuestros niños.
Echemos una mirada a la naturaleza, volteemos a ver nuestros ecosistemas, la forma como los hemos dañado con nuestra indiferencia, nuestra codicia, nuestro egoísmo; cómo hemos ido destruyendo nuestros campos y bosques, provocando sequías e incendios; fomentando o permitiendo la tala inmoderada, lo que finalmente provoca un desequilibrio de muerte.
Observemos nuestras ciudades, la manera como la tranquilidad de otros tiempos ha sido arrancada por causa de la delincuencia. Nuestros niños tienen derecho a la alegría, a la tranquilidad y a un ambiente de paz, y les estamos fallando.
Hemos sustituido el escenario de los derechos por el de las imposiciones a rajatabla. Sustituimos la cobertura de necesidades de primer orden por discursos políticos y falsas promesas. Contaminamos la mente, la piel y el espíritu de nuestros niños, con nuestra molicie, nuestra permisividad, nuestra apatía.
Les hemos robado el derecho a contar con límites inteligentes y precisos que los vayan guiando. Nuestros niños difícilmente pueden desarrollar un marco conductual, cuando los adultos pretendemos ser sus amigos antes que ejercer la autoridad. No facilitamos su ubicación en el contexto del mundo real. Partimos de nuestra actitud cómoda, o de culpas reales o imaginarias para ir a conquistarlos antes que encauzarlos; volvernos sus cómplices en lugar de actuar como sus modelos.
Con respecto a su necesidad de recibir afecto: ¿Les hemos dado un afecto real que les haga sentir de manera auténtica que son amados de manera incondicional, o ha sido un afecto descuidado, condicionado o inconstante?...
¿Hasta qué punto hemos visto para proveerles de un ambiente de seguridad, cuando en el Jardín de Niños ya se incluye como materia obligatoria la de “pecho a tierra”?
¿Hasta qué punto los protegemos de la discriminación si la actitud de padres y maestros frente al “bullying” es tantas veces tibia y medrosa? ¿Y cuando, por razón de su apariencia física, se margina a un niño, y en ocasiones se hace burla de él?
¿Cómo le hablamos de seguridad moral si nosotros como personas, como instituciones o como autoridades manejamos una doble moral, inclinándonos hacia donde mejor convenga?
Por nuestros niños hagamos hoy un sesudo examen de conciencia. Sus derechos de nacimiento son nuestra obligación más sagrada, frente a la cual tenemos qué cumplir.
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