TRAS LA QUIMERA EL VACÍO
María del Carmen Maqueo Garza
La problemática social que vive nuestro México en este cierre del 2010 es la más grave de los últimos noventa y tres años, desde la terminación de la Revolución Mexicana con la Constitución de 1917. Sintetizando el estado actual de cosas diríamos:
En primer término, hay un estado fallido. El ejecutivo ha relegado cualquier proyecto de nación en su obstinación por imponerse a las fuerzas fácticas por la vía del sometimiento.
Indebidamente una buena parte de sus empeños se enfoca a la creación de la imagen mediática del México feliz, que busca vender tanto a oriundos como a extranjeros.
Frente a grandes carencias en alimentación, salud, vivienda, servicios básicos, y seguridad, los puestos públicos crecen en número y en costo. Somos una de las naciones con el aparato burocrático más grande y mejor remunerado, pero no necesariamente más competente.
Por una parte la delincuencia organizada, y por otra la severidad con que las fuerzas armadas buscan controlarla, vuelven cualquier punto de nuestra geografía un polvorín.
Además es terrible percibir el modo como la sociedad se va fragmentando y aislando; la desconfianza nos pone unos contra otros, incluso dentro de las familias. Ya no se diga entonces entre ciudadanos sin vínculos sanguíneos.
Lo más grave, que viene a coronar estos fenómenos, es el hecho de que en realidad nosotros como sociedad no nos hemos dado a la tarea de ocuparnos en entender el origen último de la descomposición social que nos tiene como moscas en una telaraña, a mayores intentos de zafarnos, más atrapados.
Lo que sucede alrededor nos afecta; nos duele; trastorna nuestros planes; apaga nuestros sueños; atenta contra nuestros hijos… pero nos quedamos en la queja y nada más. No tenemos un planteamiento qué presentar como alternativa para desactivar este clima de inseguridad; el temor nos paraliza.
En un vistazo general se observa que el enfoque oficial se orienta a atacar los efectos, no las causas de este creciente problema que como bola de nieve aumenta cada día más. Y mientras actuemos así, difícilmente vamos a tener un cambio social.
La infiltración de la delincuencia organizada en las diversas facetas de la vida social es un problema espinoso que no sabemos cómo abordar. No obstante es muy necesario comenzar a visualizarlo, a indagar su origen y evolución, y mediante un enfoque científico proponer alguna suerte de remedio.
En lo particular quisiera entenderlo a partir de las necesidades que alguna vez planteó Abraham Maslow en su obra maestra intitulada: “Una teoría sobre motivación humana”. Aunque escrito con un enfoque más hacia lo laboral, el planteamiento del autor tiene plena validez; ordena estas necesidades en una pirámide de cinco niveles, que van desde las básicas para la supervivencia, hasta las más elevadas de auto-realización.
Un primer nivel de necesidades comprende las fisiológicas, las cuales deben de cubrirse para seguir vivos. Un segundo nivel habla de necesidades de seguridad, esto es, aquello que nos permite además desarrollar una calidad de vida. El tercer nivel corresponde a afiliación, o sea un sentido de pertenencia, un afecto que arrope. El cuarto habla de estima y reconocimiento por parte del núcleo social, y el quinto se refiere a necesidades de alto nivel como la resolución de problemas; ética, y sentido de trascendencia.
Es precisamente aquí, en lo que tiene que ver con las necesidades no cubiertas en la infancia, donde yo supongo que nace ese delincuente capaz de cualquier cosa con tal de lograr sus objetivos; el que no muestra el mínimo respeto por la sociedad; el que denota un profundo desprecio por la vida, y no tiene remordimiento por sus actos. Si nos remitimos a las necesidades de Maslow vamos a ver que este individuo siendo niño se quedó a medio camino en su desarrollo emocional; la figura de la madre por alguna razón no estuvo allí para apoyar esa cobertura de necesidades emocionales, y él sufrió una grave ruptura en el tercer nivel de la pirámide.
Esto es, contaba con lo básico, pero no tenía modelos ni marco referencial, como tampoco se sentía parte de un grupo con el cual se identificara; en su búsqueda se topó con estas organizaciones que de alguna manera cubrieron tales necesidades. Ahora era parte de un grupo; era reconocido y respetado (temido), y tenía mucho poder adquisitivo, y a partir de ello comenzó a sentir esa calidez interna tan necesaria.
Entonces, si el origen es emocional y el crimen es una consecuencia, me pregunto, y les pregunto, y todos asimismo debemos preguntar a nuestras autoridades: ¿No es acaso el momento de replantearnos el problema con un enfoque social y no meramente judicial?
Como sociedad civil: ¿Seguimos quejándonos, o le vamos entrando al toro de una vez por todas?...
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