El mar
De nuevo el mar, el mar cantado y eternamente inédito, otra vez su luz grande
en mis ojos y su don de olvido.
El mar lava del pasado como la comunión lava de su miseria al creyente;
elmar de la única libertad perfecta. Viene de él un verdadero estado de gracia,
es decir, de inocencia y de alegría.
Olvida el hombre su oficio y sus limitaciones; deja caer el dolor y la
alegría que le dio la tierra como cosas vergonzantes que se destiñen en el mar,
que tienen existencia solamente sobre las costras de la tierra. Cuanto hay en
él de circunstancial, cuanta cosa es producto de la hora y del lugar, todo eso se
desbarata sobre el agua maravillosa. Somos solamente el ser desnudo, hombre
o mujer, sin otro nombre ni contingencia. Somos el cuerpo que ama los
yodos y las sales, y nació para ellos; el ojo que goza sobre el horizonte y el
oído que recibe ritmos y ritmos. Nada más.
Es una redención que vuelve a perderse —como la otra— en un puerto,
redención de las ciudades viles y de las acciones torpes, del sucio tejido de la
vida que, por misericordia, podemos a veces cortar en un tajo, dejándolo caer
como túnica vieja que se desgarra en los hombros.
Después de un año, yo siento ahora en la tierra que la vida se pudre en
mí, se ablanda y se afloja como el higo caído de la rama, como si, entre los
frutos humanos, yo fuera un fruto marino que chupa savia amarga y ha de ser
devorado por el pico de los albatroces.Me parece ahora la montaña la criatura
deshumanizada por excelencia, que nada tiene de común con la carne, que la
rechaza y no le entrega respuesta ni confidencia. Baja de sus faldas la locura
hacia el que la ama, allá abajo. El mar simula palabras y parece, en los buenos
días, que hiciese su fiesta para nosotros . . .
Pero el viaje, el verdadero, no es éste; ni el que hace aquel viajero, dueño
de vacadas (que no le vuelven dueño de su vida) ni el del marinero que ansía
costa y mujer, ni el mío. El viaje es aquel sin puerto deliberado de destino, sin
día. Viaje por el mar y para él, sin más objeto que el horizonte desnudo y las
olas en eterno abotonamiento.
Pero ese viaje no es para los forzados, corresponde a hombres libres que
existen en no sé qué planeta y que no tienen más objeto de vida que la vida:
conocer y gozar sin prisa los elementos con sus pulmones y sus ojos amantes.
The Sea
The sea again, the singing, eternally new sea, its great light in my eye once
more, and its gift of forgetfulness.
The sea washes away the past, as Holy Communion washes the believer’s
misery; the sea of the only perfect freedom. From it comes a true state of
grace, that is, a state of innocence and joy.
Human beings forget their occupations and their limits; they let the sorrow
and the joy the earth gave them drop away like shameful things melting
into the water, things that exist only on the earth’s crust. Whatever part is
circumstantial, whatever is a product of time and place, spreads open over
the marvelous sea.We are only naked essence, man or woman, with no other
name or contingency. We are the body that loves iodines and salts, and was
born for them; the eye that takes pleasure across the horizon, and the ear that
takes in rhythms, rhythms. Nothing more.
This is a redemption that returns only to be lost again —like the other
redemption— in a port, a redemption of the sordid cities and the crude behaviors,
of the filthy fabric of life, which, mercifully, can sometimes be cut
in one stroke, letting it fall off like an old tunic frayed at the shoulders.
After a year on land, I feel vitality rotting inside me, softening and growing
pulpy like a fig fallen from a branch, as if, among human fruits, I were
a sea fruit thirsty for bitter juice, destined to have the beaks of albatrosses
peck at me. Now the mountain seems to me the dehumanized creature par
excellence; it has nothing in common with the flesh, which rejects it, offering
neither replenishment nor confidence. For one who loves the sunken world,
under the folds of its skirts a wild abandon beckons. The sea simulates talk,
and it seems, on good days, as if its fiesta were created for us . . .
But the journey, the true journey, is not this one; neither is it the one
that the traveler, master of the crows, undertakes (for mastery of his own life
never returns to him): nor is it the journey of the sailor who misses both dry
land and woman; nor is it mine. The true journey is the one with no predetermined
port or destination, with no schedule: a trip across the sea and
for the sea, with no greater purpose than the naked horizon and the eternally
budding waves.
This journey cannot be coerced, however, for it’s an attribute of those
free spirits who live on an uncharted planet and who have no greater purpose
in life than to experience life itself: gradually coming to know and to savor
the elements, with breathing lungs and loving eyes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario