domingo, 31 de mayo de 2020

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


DEL YO AL NOSOTROS
Estamos aún en la pandemia.  A la vuelta de diez semanas nos hemos acostumbrado a la compañía del virus; venimos haciendo lo que nos corresponda hacer, para hallar la forma de seguir adelante con nuestra vida diaria, evitando ser contagiados.

Cada vivencia obsequia una lección, así se trate de lo más terrible  que  enfrentemos.  El COVID-19 va dejando enormes enseñanzas de convivencia; nunca seremos los que éramos a principios del 2020, cuando todo esto comenzó.  En un foro de jóvenes escuché a uno de ellos decir que hemos aprendido a ser mejores personas.  Quiero creerlo así, a modo de un cambio permanente, el germen de una nueva realidad.  Excelente oportunidad para analizar en qué momento torcimos el camino como sociedad.  Dónde comenzamos a pensar de manera exclusiva en el “mí” desechando el “nosotros”, a un punto tal, que llegamos a ser capaces de acciones que  decenios atrás no hubiéramos imaginado.

En lo personal fue momento de retomar la lectura de “El laberinto de la Soledad” del gran Octavio Paz, para remontarme a los orígenes de nuestra personalidad  como mexicanos.  Si el ilustre Nobel de Literatura viviera en estos tiempos, ya estaría escribiendo una nueva edición  que incluyera los cambios que ha generado el actual milenio en nuestra quintaesencia, del mismo modo como hizo el escritor en las reediciones de su obra, que vio la luz primera en 1950.

Los mexicanos deseamos una cultura de paz.  Que las manifestaciones de empatía que se han hecho presentes desde inicios de la contingencia, se multipliquen y florezcan.  Que esos aplausos al personal sanitario y los apoyos en especie que se les hacen llegar hasta los hospitales, continúen transmitiendo ese “gracias por cuidarme”.  Por desgracia, en paralelo a esas grandes manifestaciones, están las provocadas por la ignorancia y un rencor intrínseco que cargamos.  En nuestra propia constitución como mexicanos, hay una proporción de enojo, que en ocasiones explota dentro y hace erupción.  No nos detenemos, como deberíamos, a  analizar el origen de tal emoción que, en el contexto de la contingencia, ha llevado a atacar a quienes están ahí para cuidar a los enfermos, que bien podrían ser el día de mañana nuestros familiares o nosotros mismos.

Dentro de la filosofía se habla de “individualismo” como la tendencia a actuar con independencia del sentir de los demás, o sin sujetarse a las normas generales (RAE). Lo que pudiera representar una ventaja en lo relativo a la autenticidad, llega a ser un gran inconveniente a la hora de actuar como grupo.  Me atrevo a suponer que éste es un problema muy propio de nosotros como mexicanos: hay cierta  urgencia de ver por lo propio, antes que otra cosa.   Ello explica muchas actitudes que asumimos, tratando de sacar ventaja, aun cuando violemos los derechos de otros.  Lo que, en el lenguaje popular de nuestro país, llamamos “ganonería” y que llevado al extremo explica en buena medida el mecanismo que mueve a la corrupción, vicio que –por desgracia—nos coloca en el mapa mundial.  Esa compulsión por sacar ventaja de un cargo, de una relación, para apropiarme de forma sistemática de recursos ajenos, sin una razón vital para hacerlo.

La nueva realidad que estamos por inaugurar es una franca pendiente; más vale que nos mentalicemos desde ahora.  Enfrentaremos muchas adversidades en los planos de salud, economía y  seguridad, amén de los rezagos históricos en diversos rubros.  Se requiere una ciudadanía organizada, pero, antes que nada, informada y consciente para actuar a favor de una cultura de paz.  Polarizarnos y confrontarnos, va a impedir que avancemos.  Con tales actitudes  todos saldremos perdiendo, pues gastaremos tiempo, energía y creatividad en pelearnos, en lugar de ponernos de acuerdo para integrarnos, apoyarnos y fortalecernos unos a otros

Buscando evitar imprecisiones, vayamos nuevamente al diccionario de la Real Academia para rescatar  una palabra maravillosa, que engloba la actitud tan necesaria de hoy en adelante: “Alteridad”, definida como condición de ser otro.  En pocas palabras, colocarnos en los zapatos del otro para aceptarlo como es, y en correspondencia, esperar que él me acepte a mí como soy.  No quisiera utilizar la palabra “tolerancia”, que tiene cierta implicación de fastidio. Aceptación, en cambio, es una palabra de alas abiertas, que permite echar los sueños al vuelo.

A ratos no quisiera que la contingencia acabara, y que con ello se pierdan las muestras preciosas de solidaridad que nos han ido hermanando.  No deseo ver que la empatía que hoy vivimos quede en una anécdota aislada, nada más.Aprovechemos la enorme oportunidad de integrarnos y renacer como nación. Alejemos, de una buena vez, el riesgo de salir perdiendo todo por el camino de la división.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario