domingo, 16 de octubre de 2011

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo

VIOLENCIA Y VALORES
“Combatir violencia con violencia sólo genera más violencia.  Dalai Lama.
Hay tópicos urgentes para nuestro país, problemas que pegan en  la parte más sensible, nuestros niños y jóvenes.  Cuál es la lectura que hacen las nuevas generaciones del mundo que les estamos heredando es algo que nos debe inquietar, en particular lo relativo a la violencia. Podríamos afirmar que cada día surgen  situaciones asociadas a ésta que ahondan la herida, y en igual proporción las dudas aumentan y se profundizan.
  La semana que concluye tuvo como  hecho  relevante el enfrentamiento armado que durante algunas horas paralizó a la ciudad de Saltillo, y que terminó a media mañana con la aprehensión de un  sujeto identificado como jefe de sicarios en los estados del noreste mexicano.   De los testimonios que han quedado de tal incidente hay uno que en lo personal me impactó: Desde la posición pecho-tierra en que tuvo que permanecer un grupo de alumnos de secundaria, el video tomado por  uno de ellos  captura a través de los ventanales del aula las detonaciones de armas de diverso calibre, y a su vez próximos al aparato se escuchan comentarios de los propios alumnos, que dan cuenta del temor que prevalecía en el grupo.  Ya para concluir la grabación el alumno que llevaba la voz cantante desde un principio afirma: “Es un cuerno de chivo, ahora ya saben como suena un cuerno de chivo”.
   La violencia se ha vuelto comparsa de problemas escolares que ya existían, como es  el caso del acoso escolar o “bullying”, en torno al cual se han tejido diversas leyendas urbanas. Hoy sabemos que  es una realidad que niños y jóvenes padecen, y que bajo el efecto de “bola de nieve” parece crecer con el tiempo.
   El acoso escolar representa una de las formas de violencia  que involucra a menores de edad; inicia en los salones de preescolar y llega a extenderse hasta los años de universidad.   En los Estados Unidos donde  se  ha estudiado por más tiempo se  ha medido la relación que guarda con depresión, ideas suicidas y suicidio consumado; los actores que entran en escena son el acosador, el acosado, los observadores, y más delante las figuras de autoridad.
   En general se piensa que el acosador es el bravucón de la clase que busca  someter por la fuerza a otro, en tanto el acosado es el chico con rasgos físicos o de conducta que  propician que sea molestado.  Y se considera que los observadores se solidarizan con el acosador por miedo a ser victimados por él. Detrás de todo este juego de poder hay problemas de autoestima, tanto en el que ataca como en el que resulta violentado, y muchas de las veces los roles se invierten en algún momento de la vida, de manera que el que es hoy acosador, bien pudo ser acosado de más pequeño.  Ello es particularmente cierto en pacientes con trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el perfil corresponde al “tremendo” de la clase, ese niño  siempre inquieto que no obedece las reglas,  pero que en el fondo sufre al  percibir el rechazo de los demás por una conducta que él no logra controlar, o que acaso ni siquiera identifica como  diferente a la del resto de sus compañeros.
   Ahora bien, si insertamos este acoso en el escenario de la violencia que estamos viviendo en la calle, el problema es aún más complejo; esta semana leía  un artículo relativo a la educación en México, en el cual se menciona el caso de una escuela en  el norte del país, en  la cual la tercera parte de los padres de familia  tienen algo qué ver con el narcotráfico. Entonces habría que preguntarse: ¿Cuál será la perspectiva  de esas familias en torno a la   violencia como tal?
   Volviendo al acoso escolar: Es una conducta antisocial, no son “travesuras”.  Está provocado por un desajuste emocional, generalmente en el seno de familias disfuncionales, que  es necesario atender.  Hay complicidad del grupo de observadores por la vía del amedrentamiento. Cobra mayor intensidad en la medida en que las figuras de autoridad lo desestiman o ignoran. Puede derivar en muerte por la vía del  homicidio o del suicidio.
   Los maestros están obligados a escuchar a un alumno que se queja de la conducta de otro; están obligados a investigar, y en su caso a confrontar al supuesto acosador.  Están obligados a dar parte a las autoridades escolares para vigilancia y diseño de estrategias para la prevención y corrección del problema.  Los padres del niño acosador están obligados a atender el llamado de la escuela, estar abiertos a reconocer el problema, y actuar en consecuencia.
   Una enseñanza de valores real y congruente es el mejor camino  para desarraigar la violencia de nuestra sociedad.

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