EL INCENDIO ES DE TODOS
Todo lo que aumenta nuestro poder, redimensiona nuestro campo moral.
Fernando Savater
“Ética de urgencia” del español Fernando Savater, lectura
obligada para entender cómo reacciona un niño ante diversos estímulos del exterior. Como educador, el filósofo se orienta hacia
los niños y su aprendizaje. Las reflexiones de su obra me presentan dos escenarios de actualidad: Los
niños de la Tolerancia Cero en Norteamérica, y los recién rescatados en Tailandia. Los primeros alejados de sus padres por razones
políticas, los segundos por un imponderable de la naturaleza.
En lo personal la
imagen del árbol y el bosque es muy útil
para visualizar ciertas cosas. Esto es, a
lo largo de nuestra vida, nuestro entorno inmediato está representado por un árbol en medio de un bosque. Este último simboliza la sociedad en la que
vivimos. A lo largo de nuestra existencia actuamos enfocados en nuestro propio
árbol --es natural--, pero estamos obligados a no desatender las condiciones en
las que se halla el bosque en su conjunto.
No poner atención a ello, traerá consecuencias para nuestro propio
árbol. En caso de un incendio de poco servirá que yo haga hasta lo indecible
por salvarlo, cuando en derredor el incendio del bosque terminará finalmente por arrasar todo.
Con relación a
los niños separados de sus padres en la frontera sur de Estados Unidos, algunas
noticias de esta semana son desalentadoras. Todavía existe medio centenar de pequeños que no han podido
ser ubicados para regresarlos con sus padres. Además hay niños muy pequeños que
dejaron de ver a su familia por un lapso aproximado de dos meses, y que ahora
que se reúnen con ellos, no los reconocen y lloran cuando los cargan.
Con toda seguridad será cuestión de tiempo y mucho amor de los padres, para que los chiquitos
se reintegren satisfactoriamente. Lo que
no podríamos medir en este momento es el impacto emocional que tendrá este
episodio de profunda ruptura en la vida
de los pequeños. Como ha sucedido con
internos de guarderías y orfanatos en tiempos de guerra, los efectos podrán
medirse en retrospectiva, a través de protocolos de estudio con rigor científico.
Para los niños
tailandeses, haber vivido ese par de semanas
atrapados en una cueva, habrá
resultado un período de profunda tensión emocional. No eran tan chicos como para no entender las
enormes dificultades técnicas que existían para su rescate, además estaban conscientes del riesgo de que el nivel del agua aumentara y
pudieran morir ahogados. Con toda
seguridad la actitud del entrenador que estuvo con ellos desde el principio, fue
pieza clave para mantenerlos serenos y cooperadores. Además, claro, de los esfuerzos que se conjuntaban
desde el exterior para lograr un rescate exitoso. Es muy probable que haya algunos de los pequeños con estrés postraumático, situación que finalmente
se superará.
Alrededor de esa
cueva de la esperanza se tejieron historias extraordinarias, como la de Richard Harris, un anestesiólogo y
espeleólogo australiano que vacacionaba en
aquel país. Al enterarse de lo ocurrido,
cambió la diversión por labores de
rescate, se considera que su actuación fue de gran valor. Está la historia de Saman Kunan, buzo voluntario que perdió la
vida después de haber llevado oxígeno a los niños atrapados. O la de Pogba, el jugador del equipo francés
que dedicó su triunfo en la cancha a los pequeños futbolistas, quienes no
pudieron estar en el Mundial como tenían planeado.
Retomo el modelo
del árbol y el bosque para volver al caso norteamericano: Los adultos que salen
huyendo de su país de origen a causa de la inseguridad o la falta de empleo, lo
hacen con un solo pensamiento: salvarse
de morir. El incendio de su árbol los amenaza. Cada padre o madre está actuando a partir de
una angustia vital; no alcanza a dilucidar el mensaje que el gobierno norteamericano
intenta enviarles. Aplicar sobre ellos una forma de violencia –separándolos de
sus hijos— con la expectativa de que razonen y dejen de intentar entrar a aquel
país, no funciona.
Cuando está de
por medio la supervivencia, los seres humanos actuamos de modos primitivos, sin
dar mucha oportunidad al pensamiento racional.
Bien dice el refrán popular que nadie aprende a navegar en medio de la
tormenta; es de esta manera como una política que contempla la separación entre padres e
hijos para desalentar la inmigración, no prosperará, como el gobierno
norteamericano supone. Tendrán que
diseñarse estrategias internacionales para analizar esos problemas migratorios
y buscarles solución. El primer paso
para hacerlo es sentarse a negociar. En estos momentos el incendio es de todos,
en este tenor habremos de trabajar todos
para sofocarlo.
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