LA DECISIÓN DE JAMEL
Algo no está funcionando bien. La vida avanza a un paso más acelerado que
nosotros los humanos, y de repente nos hallamos desfasados, pudiera decirse que
hasta perdidos en el vórtice del tiempo.
Jamel Myles, de 9 años oriundo de Denver,
Colorado concluye que es “gay”, su familia lo apoya, él se siente orgulloso de
su condición, y lo comunica a sus
compañeros de clase quienes lo acosan, hasta que finalmente se suicida. Veo un pequeño que todavía no termina de
mudar sus dientes de leche, tomando decisiones por sí mismo, frente a un mundo
poco empático. Un niño que aprendió a
leer hace 3 o 4 años decidiendo que se quita la vida, y todo un sistema que
falló en estar ahí para evitarlo.
En estos días recibo información sobre un libro que –debo
decirlo—me apena descubrir que no conocía, pues tiene al menos un par de años
circulando. Es de la colección de
Disney, se intitula “Gravity Falls, Diario 3”, está escrito para niños mayores
de 9 años –justo la edad de Jamel-- y en uno de sus párrafos, dice a la letra:
“Nota a mí mismo: Poseer a las personas es lo más divertido. Existen miles de
sensaciones que me he perdido durante todo este tiempo: quemarme, apuñalarme,
ahogarme. ¡Es como una barra libre de diversión!”
Algo está
fallando en nuestra sociedad. Cuando cargamos a un niño con responsabilidades
de adulto. Cuando no detectamos cómo
está interactuando con su medio, con la oportunidad necesaria para evitar una tragedia.
Cuando le regalamos un libro de ficción entre cuyas líneas se detectan mensajes
poco sanos para un pequeño lector. Así
resulte que los chicos saben más de computación que nosotros, no podemos
descargar nuestra responsabilidad de vigilancia en ellos mismos. Todos los contenidos están en línea, a un clic de distancia, y si no
cuidamos aquello a lo que los niños
acceden, estamos pecando de irresponsables.
Ahora bien, con
relación a la homosexualidad, viene a mi mente el reciente caso del conductor
Mauricio Clark, que ha proclamado a los cuatro vientos que siempre no es gay, y
que la homosexualidad es una moda, como podría ser traer el pelo pintado o las cejas gruesas. Su testimonio da cuenta de algo elemental, la
sexualidad es algo serio, y los devaneos que pueden ocurrir en la adolescencia
con uno u otro sexo, no son definitorios de una identidad sexual. Una sociedad que apoya la diversidad de
género desde que el niño está en la cuna, por supuesto que se inclinará a
aceptar sin problema que si el muchachito de 11 años decide someterse a tratamiento hormonal o
quirúrgico para modificar sus genitales, pueda hacerlo.
Hay que decirlo,
estamos construyendo una sociedad demasiado enfocada en lo sexual, un universo
dentro del cual se concede una carga desmedida
a los contenidos eróticos, de manera que el niño está más preocupado por definir
si se siente “hétero” o gay, que por explorar qué disciplinas le gustan, o qué
quiere ser cuando crezca. En este
contexto se vuelve primordial para él (o ella) explorar cómo se siente entre
los niños o entre las niñas, si le gusta usar
tutú y moños en la cabeza, o vestir como carbonero. En un mundo en el que priva la imagen, saber
cómo se luce frente al mundo, o cuidar lo que otros ven en su persona, termina
siendo la prioridad para el niño o la niña, y es finalmente lo que termina por
definirlo como ser humano.
Algo está
fallando cuando presentamos a los chicos un panorama tan desolador, que les lleva a concluir que
la salida ante cualquier problema que se vislumbra difícil, es la muerte, ya sea la propia o la de aquel que nos está generando dificultades.
La vida ha perdido su trascendencia, es moneda de cambio en cualquier
esquina. El comportamiento de muchos grupos de población indica que el recurso
más a la mano, para terminar con un problema es matar o morir, así de simple.
Acaba de suceder,
primero en el estado de Puebla y ahora en el de Hidalgo. Una turba
toma la ley por propia mano, para atacar y matar con salvajismo a aquellos que
“alguien” –no sabemos quién—vociferó señalando como culpables. Peor que circo
romano, porque en este caso no era
admisible votar a favor de la vida, la
consigna era matar con violencia
desmedida. Todos los presentes en
aquella turba son culpables, la realidad que no quiere asumirse. Nadie es culpable, la cómoda salida que invita
a seguir haciéndolo, y que además permite a quienes participaron en el linchamiento,
dormir con la conciencia tranquila y comulgar
el domingo.
Algo no está
bien. El vacío de poder genera un caos
incontenible. La poca cercanía con
nuestros niños los confunde en sus decisiones. Se consumen analizando aspectos
que el propio tiempo definirá. Lo que no
se vale es hacernos los desentendidos.
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