domingo, 27 de junio de 2021

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

CUANDO PASE LA PANDEMIA

Así como las conquistas, invasiones o guerras, la pandemia será un hito en la historia de la humanidad.  Una emergencia sanitaria que nos ha sorprendido –contrario a otros momentos históricos-, con recursos puntuales para analizar lo que sucede en torno nuestro y dejar una relatoría de los estados de ánimo que vivimos.  Hemos pasado por la incertidumbre, el temor, para algunos el dolor de la pérdida; la desazón de ver la afectación que la enfermedad produce en nuestros seres amados… Cada uno puede enunciar sus propias emociones frente a la enfermedad real y los satélites anímicos que la rodean.  De ellas, me parece, hay una sensación común a todos: la sensación de soledad.

Por más que los arquetipos de género tiendan a derrocarse, sigue habiendo a la fecha, ya sea constitucional o socialmente, aspectos que predominan en un sexo más que en el otro.  Ahora viene a mi memoria la digresión que hace Octavio Paz respecto a la soledad en su magnífico ensayo “El laberinto de la soledad”. Al hablar de máscaras mexicanas hace alusión a que el carácter del varón lo distancia de su entorno, incluso de sí mismo. Habla también del recelo por confiar en un semejante a quien la confidencia le confiere recursos para traicionar esa confianza.  Tal vez en ello subyace la facilidad para entregarse en el plano físico, pero nada más, colocando en salvaguarda sus emociones más íntimas.

Volviendo a la soledad, me parece que ha sido un punto que nos ha golpeado muy duro a todos los seres humanos, a unos más a otros menos, dependiendo del temperamento y los hábitos de cada cual.  Ese “toque de queda emocional” al que obliga la COVID lleva a permanecer en casa sin contacto con personas fuera del entorno inmediato, y muy probablemente se agrava por la obligación de interactuar con los mismos convivientes a todas horas, lo que llega a provocar irritabilidad y confrontaciones.

Hay varias formas de ocupar este tiempo de encierro obligado: Algunos han tenido la fortuna de continuar haciendo su trabajo habitual, pero esta vez en modalidad virtual, lo que ofrece un beneficio, tanto económico como de espíritu.  Hay quienes se han instalado frente al televisor a ver pasar la vida, un gesto que sugiere un fondo depresivo.  Algunos otros han hallado maneras de aprovechar el tiempo en cosas agradables y productivas.  Son los más afortunados, diría yo. Y por último están aquellos que se han dedicado a alimentar el fogón de la incertidumbre con noticias terribles y alarmistas, tal vez hallando un goce morboso en hacerlo.  Son quienes contaminan constantemente las redes sociales con notas catastróficas, sin detenerse por un minuto a verificar su origen o calcular el impacto potencial de las mismas.

Para Octavio Paz el mestizaje nos vuelve proclives a las fórmulas, a los modos sistemáticos de hacer las cosas, o de dejarnos llevar por líderes que nos indiquen cómo actuar, en lugar de probar extender las alas y volar por cuenta propia.  Esa necesidad de un amado líder que nos señale por dónde ir, ha sido un elemento muy negativo en esta crisis sanitaria, cuando vemos que las autoridades del más alto nivel en nuestro país no utilizan el cubrebocas ni en muchos casos, guardan la sana distancia.  Puede más en nosotros la imagen que las recomendaciones científicas que llaman a utilizar mascarilla, aun en caso de que ya estemos vacunados.  Una recomendación sencilla, económica y con  buen margen de seguridad.

Ahora llegan  variantes del virus cuyos nombres obedecen a las letras del alfabeto griego.  Nuevamente surge la dialéctica: La aparición de estas nuevas cepas coincide con la cancelación de las conferencias vespertinas de Salud y con el momento cuando se planifica el regreso a las actividades normales.  O sea: ¿Qué atendemos? ¿Las sugerencias de las máximas autoridades o las sensatas recomendaciones de los epidemiólogos con más experiencia en el tema? A ratos parece que nos inclinamos a favor de la “verdad” más cómoda, que no necesariamente la más recomendable.

Como hoy hablamos de gestas pasadas, los hijos de nuestros hijos hablarán de los tiempos de la pandemia.  Harán una lectura con otros ojos, con la claridad que concede el paso del tiempo y el devenir de lo que hoy sigue siendo un remolino de acontecimientos, políticas, aciertos  y desacatos.  Entonces ellos podrán juzgarnos con toda la autoridad, y un Octavio Paz reeditado surgirá para describir de qué manera lo que hoy experimentamos da cuenta de lo que en el fondo somos.

La pandemia es un buen momento para hacer historia: Dejar evidencia en los hechos de que somos una nación sensata, con sabiduría suficiente para atender y acatar las medidas sanitarias que nos lleven a buen puerto.  Que la historia que hoy escribimos nos conduzca a ser mejores personas.

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