domingo, 10 de octubre de 2021

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

VÓRTICE DIGITAL

Tuve la oportunidad de seguir una valiosa transmisión en vivo. Se trató de la presentación de un nuevo libro acerca del suicidio, que se adivina a todas luces interesante. Está coordinado por el médico reumatólogo y bioeticista Arnoldo Kraus, con la colaboración de una veintena de especialistas en diversas disciplinas dentro de las ciencias médicas y sociales.  Se intitula “Suicidio” (Penguin Random House, 2021).  La pluralidad de los ensayos incluidos promete  una visualización amplia del tema.  No he leído la obra, confieso, pero conociendo al autor estoy segura de que Kraus, como ha hecho en todos sus libros previos, nos ofrece una revisión seria, puntual y bien documentada, de un fenómeno que viene aumentando en los últimos años.

A la sociedad del siglo veintiuno le ha tocado transitar desde la conceptualización decimonónica del suicidio como una condena al fuego eterno, hasta la actualidad, tiempo en el que, países de primer mundo contemplan dentro de sus legislaciones el concepto de “muerte asistida” para pacientes con estados terminales.  Se pretende transitar a legislaciones más amplias que contemplen la opción del suicidio por causa del “cansancio de vivir”, según señaló la activista Marta Lamas, antropóloga social de formación, quien también colabora en la obra de Kraus.

A los lectores no especializados  dicha causal de suicidio nos deja pasmados.  Yo no imagino que un familiar mío decida optar por esta salida y que yo me quede tranquila con la idea de que fue su voluntad y que entonces no hay problema.  De inmediato me preguntaría qué fue lo que yo, como familiar hice mal o no hice, para que mi pariente tomara esa determinación.  No imagino un escenario en el cual aparezca en el centro el suicida después de consumado el acto, de un lado los profesionales que le ayudaron a cumplir su voluntad, y del otro lado la parentela en paz porque su familiar decidió morir por voluntad propia.   Siento que será, como ha sido hasta ahora, un asunto que carga de culpa y hasta de ira al núcleo cercano a aquel que optó por acabar con su existencia.

Al margen de los aspectos morales, religiosos y emocionales relacionados con el suicidio, sí hay que decir que éste prevalece hoy mucho más que antes, no sólo por la pandemia, sino por cuestiones que tienen que ver con la “sociedad líquida” de la que habla Zygmunt Bauman en sus diversos ensayos. Están escritos con una lucidez extraordinaria, para dar cuenta del proceso interno que enfrenta el ser humano en estos tiempos, moldeados por una realidad virtual de la que no podríamos desembarazarnos. Cierto, lo digital tiene sus aspectos muy positivos, pero también  nos lleva a condiciones de aislamiento y baja de la autoestima, que predisponen a  estados depresivos.  Es tan sencillo como esto (no lo dice Bauman, lo digo yo).  Antes un joven buscaba medirse frente a su grupo de pares; unas veces salía bien librado, otras no tanto, pero sobrevivía.  Hoy en día la medición es frente a personajes irreales, una especie de figuras editadas con el mejor aspecto, la mejor voz, la mejor trayectoria, frente a los cuales un chavo de 15 o 16 jamás va a poder ganar.  Pero esa, la de la pantalla, es la realidad que él está percibiendo y frente a la cual le toca medirse en estos momentos.

Además de lo ya mencionado, tenemos personajes siniestros sembrando vientos en la red.  Son expertos en localizar notas catastrofistas de países al otro lado del mundo, para situarlos aquí, en el patio de nuestro vecino, o en la colonia aledaña, o en la vía que hay que tomar para llegar al centro de trabajo.  Los imagino a manera del malvado Moriarty de Conan Doyle, haciendo uso de sus conocimientos para hacer el mal, pero de una manera subrepticia.  Da la impresión de que estos sembradores de vientos gozan valiéndose del miedo para aterrorizar a los internautas que logran caer en sus redes.

Las tasas de suicidio se han disparado a lo largo y ancho del planeta: De fondo hay factores que tienen que ver con los quebrantos de salud y enfermedades mentales, como mencionaba Jesús Ramírez-Bermúdez, otro de los colaboradores del libro de Kraus.  Empero, existen también elementos exógenos que contribuyen a desencadenar o a agravar estados anímicos que conducen a la idea de suicidio.

De acuerdo con la OMS el suicidio es la segunda causa de muerte entre jóvenes, algo así como 800,000 muertes al año.  Kraus deja muy claro un aspecto inédito en la causalidad del fenómeno suicida: La terrible angustia de sentir que la vida no vale la pena, dentro de una condición humana venida a menos.

Hoy se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental. La pregunta entonces sería: ¿Nos quedamos presas de disquisiciones ociosas y profundas lamentaciones, o vamos recomponiendo nuestra realidad?

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