domingo, 28 de abril de 2024

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

UNA MISMA REALIDAD

En el curso de la semana esta frontera  se topó con una lamentable noticia: Un jovencito en una población texana tomó un arma que su papá tenía en casa y se dio un tiro mortal.  Es un hecho que cimbra las conciencias, aún en medio de esta perversa “normalización” a que la violencia de cada día nos quiere acostumbrar.

De forma coincidente acabo de terminar la lectura de una crónica de la argentina Leila Guerriero: “Los suicidas del fin del mundo”.  La periodista se lanza a las inhóspitas tierras de la Patagonia, a una población llamada “Las Heras”, en la que, entre 1997 y 1999 se desencadenó  una ola de suicidios.  Sabe que se trata de jóvenes entre 18 y 28 años, de ambos sexos, sin  una probable causa que explique la fatal determinación de chicos que “lo tenían todo en la vida”.

A partir de su investigación va recopilando datos: La población había perdido el auge que tuvo a principios del siglo pasado en su producción ganadera, que años después, ante el hallazgo de petróleo, cambió totalmente de giro económico.  Se disparó la inmigración de trabajadores especializados en perforación de pozos petroleros, en su gran mayoría solos, sin su familia, lo que implicó importantes cambios sociales.  Surgieron  licorerías y prostíbulos, pero no se implementaron iniciativas que apostaran al desarrollo espiritual. Llegaron familias de los trabajadores, se instalaron escuelas e iglesias, pero poco cambió.

Las condiciones agrestes y la lejanía geográfica de las Heras, aunado a la falta de oportunidades para el entretenimiento familiar, se perfilan como el escenario de fondo que lleva a estos jóvenes a la pérdida de identidad y a la desesperanza.  No parece existir un panorama más allá de esa tierra que, a la vuelta del tiempo, va dejando de ser el polo económico de las  décadas previas.

Contrasto lo anterior con los casos que llegamos a tener en el tiempo presente, en nuestra región fronteriza.  Las autoridades llaman a los padres a guardar las armas bajo llave.  Revive ese reclamo de muchas familias respecto a regular la venta de armamento en el lado norteamericano.  Los mexicanos volteamos a vernos a nosotros mismos y, en un ejercicio de honestidad, reconocemos que, pese a lo que marcan las leyes en nuestro país, igualmente resulta muy sencillo conseguir, portar y utilizar un arma corta.  Muestra de ello se ha dado en asaltos a mano armada en diversos comercios.

El foco, necesariamente, debe  ponerse más allá, en las causas últimas que llevan a un adolescente a terminar con su propia vida.  Tal vez en un arranque momentáneo, tal vez como resultado de una cuidadosa planeación… En uno u otro caso debieron existir pequeñas señales que indicaran que algo no andaba del todo bien.  A veces los padres, por amor o por falta de información, no concedemos el justo peso a esos signos de alarma, y las cosas suceden.

Nuestros niños y jóvenes han nacido en una época que, si un escritor futurista nos la hubiera descrito hace treinta o cuarenta años, no la habríamos creído.   Los dispositivos digitales, en la mayoría, los acompañan como si fueran una pieza de ropa más, como la camisa o los calcetines.  ¡Vaya! ni a la regadera están muy dispuestos a ir sin su celular.  La tecnología llega a provocar un aislamiento tal en el chico, como el que vivían los jóvenes en Las Heras.  En medio del grupo social, sí, pero finalmente solos, enfrentando sus propios demonios interiores sin hallar a quien recurrir, mientras que los mayores los observamos sin malicia, como diciendo “son cosas de muchachos”.

Antes de poner bajo llave las armas, habrá que preguntarnos qué mundo hemos construido, como para que cada cabeza de familia sienta la necesidad de estar blindado.  Antes de regular la venta de armamento, detenernos a reflexionar por qué se venden armas de asalto sin mayores requisitos, como si fueran barras de chocolate. ¿Para qué las compran, contra quién planean utilizarlas?...  Colocarnos frente al espejo y preguntarnos si conocemos una a una las ilusiones de nuestros hijos; si sabemos qué problemas están enfrentando, o cómo se sienten con ellos mismos y con los demás.   Expresarles cuánto los queremos; en este sentido no basta con suponer que lo saben, hay que transmitirlo a través de los sentidos: Una palabra, una mirada de aprobación, un abrazo, una caricia.  Decir “aquí estoy para ti”.  Y a la vez, como guías, colocarlos en una perspectiva realista de la vida, del paso del tiempo, y de que cada uno de ellos es, finalmente, el director de su propia orquesta.

De la Patagonia a la frontera norte de México hay algo así como 8,480 kilómetros.  Allá y acá el desaliento y la soledad, y la falta de oportunidades de desarrollo integral —cuerpo, mente y espíritu—  provocan lo mismo. De ello todos somos responsables.

2 comentarios:

  1. Gracias amiga, muy interesante lo que escribes y muy buen llamado de atención de todo lo que exponen este domingo conforme a las redes digitales y nuestra adiccion hacia ello.

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  2. Muy interesante. Gracias por compartir

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