domingo, 30 de enero de 2011

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza,

¡HASTA SIEMPRE, TATIK DON SAMUEL!
Al final del camino me dirán/-¿Has vivido? ¿Has amado?/Y yo,  sin decir nada/abriré  el corazón lleno de nombres.  Pedro Casaldáliga, S.J. 
“Una vida de profundo compromiso social” fue la de Samuel Ruiz, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, quien falleciera esta semana   luego de cincuenta y un años de ministerio sacerdotal.  Curiosamente,  tanto su ordenación como su muerte   coincidieron con la conmemoración de la conversión de Saulo de Tarso, fariseo adinerado converso, cristiano apasionado,  que  pasó de atacar las enseñanzas de Jesús, a dar  la vida por su causa. 
   Hablar de Samuel Ruiz García es hablar de una religiosidad viva, que no tuvo empacho  en atender muy de cerca las necesidades de los más desprotegidos.  La Teología de la Liberación, surgida en 1964 en el pleno del Concilio Vaticano Segundo, a través del documento “Gaudium et Spes”,  y consolidada en  la Conferencia de Medellín en 1968, y en la de Puebla en 1979,   vino a injertarse en Latinoamérica como un modo de amar al ser humano íntegro, tanto a su alma como a su cuerpo necesitado, vejado y tantas veces victimado por  una injusticia social galopante.  De este modo quedó asentado en los documentos del Concilio: “Es, por consiguiente, el hombre; pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, quien será el objeto central de las explicaciones que van a seguir….   
       Durante  las bodas de oro sacerdotales de Don Samuel,   se   elogió su incansable labor en pro de los indígenas de todo el continente: “La opción por los pobres no es optativa sino esencial, determinante y configurativa de toda la iglesia, pues su raíz es profundamente evangélica.   Por ello, no podemos dejar de seguir luchando por la dignidad y los derechos de los indígenas, de los migrantes, de los pobladores de los barrios urbanos.”
   Tatik, como cariñosamente lo   llamaban los tzotziles a  quienes siempre atendió, significa en esa lengua “padre” o “anciano”, y  pone de manifiesto el respeto que le  guardaron las diversas etnias que  el obispo no dudó en apoyar hasta el final.   Frida Guerrera en su blog se despide  de él con una hermosa expresión: “Una persona que no sólo luchó por hacer su labor, sino por ser siempre lo que estamos dejando de ser: ¡Humano! “
En su obra “Liberación y Teología”, el jesuita Roberto Oliveros Maqueo  expresa: “Hablar de los pobres es hablar de Cristo, es hablar de Dios, pero hablar hoy de los pobres es hablar de los hombres explotados del Tercer Mundo, es hablar de las mayorías latinoamericanas. En la solidaridad de Dios en Cristo con los empobrecidos de la Tierra se encierra el misterio del hombre. Cristo se encuentra y revela en los pequeños y olvidados a los ojos de los mundanos (Mt 11, 25-27).”
    Continúa diciendo: “Hoy en América Latina se relee la Escritura, en la teología de la liberación, desde el pobre, desde la clase explotada con la que se hizo solidario Cristo. Y de ahí surge la pregunta: ¿qué exigencias entraña hoy el amor al prójimo? Esto no es un tema más en la teología de la liberación. Es su corazón. Es la vida, es la sangre que anima la experiencia e intuición original y la existencia de los grupos cristianos en la praxis de la liberación. Amar a Dios y al prójimo significa salir de mi camino, entrar al camino del oprimido, del golpeado por la injusticia y comprometerme con su causa.”
   El surgimiento de la corriente liberal  de la iglesia católica generó escozor al interior  de la misma en la segunda mitad del siglo veinte.  Ahora retomo la coincidencia de fechas entre Saulo de Tarso, mejor conocido como San Pablo, y la vida y obra de Don Samuel.  En ambos casos se expresa un cristianismo liberador,   profesado  con apasionamiento, y que  para Don Samuel generó problemática, tanto dentro de la  jerarquía católica, como frente a  la plutocracia de los últimos tiempos, a cuyos intereses no favorece  un obispo convencido  en apoyar y defender  a los más pobres. 
   América Latina con su problemática  particular está urgida de un cristianismo que atienda a las necesidades del ser humano más allá de su esfera espiritual. México  se halla sumido en una crisis   que parte de un vacío existencial, con profundas raíces antropológicas. Para abordarlo se requiere de una gran sensibilidad social.  Sabemos que la obra de Don Samuel no termina con su muerte.   Su legado de amor, por el contrario, habrá de multiplicarse y dar renovados frutos a través del tiempo.      
   ¡Hasta siempre Tatik Don Samuel!  Nos  deja una gran tarea, la de  fincar  una paz duradera mediante el evangelio vivo, profesando el amor «al hermano débil por quien Cristo murió» (1 Cor. 8,11)

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