LAZOS SALVADORES
En el curso de la semana vi en el diario local la fotografía de una quinceañera muy tradicional.
Me agradó la imagen porque me recordó el arquetipo de la quinceañera cuando yo
tenía esa edad, aunque, debo reconocer, mi carácter poco convencional me alejó
de lucir un vestido largo para la ocasión.
Sin embargo después de tantas quinceañeras verde mayate, morado profundo
o azul ultramar, resulta reconfortante hallarse una chica linda que elige un
vestido claro para su fiesta de quince años.
La contraparte: Una jovencita de la misma edad, cursando segundo
de secundaria opta por terminar con su existencia, una de esas muertes absurdas
que nunca debían de ocurrir. La niña
deja varios mensajes póstumos a sus seres más cercanos, quienes no acaban de
salir del asombro. Queda en el aire la
terrible pregunta: ¿Qué la llevó a tomar una decisión de tal magnitud?...
El suicidio es la estadística que no se toma en cuenta en
nuestro país, aún cuando en el lapso de los últimos veinte años la cifra de
suicidios consumados se ha duplicado, eso sin contar las ideas o los intentos
suicidas. Como sociedad enfrentamos un problema que no hemos colocado en la
debida perspectiva, y si no lo hacemos seguirán presentándose casos como éste.
Detrás de un intento de suicidio existen muy diversos
factores, que varían de acuerdo a la edad, a la situación geográfica y al
sexo. Curiosamente, dentro de los
factores que se relacionan con el suicidio, predominan los de orden afectivo,
aún en adultos, en quienes pensaríamos
que prevalecieran elementos como una crisis económica o de salud.
En niños y jóvenes las causas suelen suscribirse a estos factores
de corte emocional: El chico siente que no se le toma en cuenta, que no se le
otorga el reconocimiento que él desearía, o bien, se siente solo. Por otra parte su pensamiento no le permite
asimilar que la muerte es definitiva, para siempre, y que no tiene la opción
“deshacer” que existe en la pantalla para borrar algo y dar marcha atrás como
si nada.
La chica cursaba secundaria.
Sabemos que sus compañeros de grupo habrán recibido la noticia con alarma y
desconcierto. De la capilla de velación
el cuerpo fue llevado al patio central de la escuela en donde se pasó lista de
“presente”, y sus compañeros tuvieron oportunidad de expresar el dolor que
estaban sintiendo; hubo llanto, mensajes de despedida y globos blancos En pocas
palabras, se le dio el tratamiento de honor que se otorga a un servidor público
caído en el cumplimiento del deber, algo que con toda seguridad habrá generado
gran consuelo a sus familiares.
Esta ceremonia habría satisfecho la necesidad de
gratificación y reconocimiento de cualquier adolescente en crisis, que siente
que no lo toman en cuenta. En otras palabras, cualquier niño con ideas suicidas
puede interpretar que la muerte finalmente proporciona el reconocimiento que
tantas veces no se consigue en
vida. La pregunta obligada es entonces: Esta
gran ceremonia luctuosa ¿no irá a
favorecer la aparición de nuevos casos?
Contraria a la oriental, la cultura occidental poco aborda
el tema de la muerte. Los mexicanos,
cuando lo hacemos, es para burlarnos de ella o para asombrarnos sobremanera por
su llegada. Por lo general evitamos
tratar el tema con los hijos, sobre todo para hacerlos conscientes de su
irreversibilidad.
Los padres actuales hemos creado pequeños tiranos,
acostumbrados a evitar situaciones difíciles o dolorosas. Desarrollan poca tolerancia a la frustración,
porque, cuando son pequeños, solemos
adivinarles el pensamiento, y poner frente a ellos aquello que estaban apenas
por pedir, lo que poco favorece el
temple de carácter para enfrentar situaciones adversas y no darse por vencidos
a la primera de cambios.
Por otra parte hemos descuidado la creación de lazos, del vínculo
afectivo que inicia en el vientre materno y debería continuarse durante una
buena parte de la vida del hijo.
Propiciamos grandes rupturas en ese proceso de vinculación, comenzando
por el biberón en vez del pecho; por evitar el contacto físico frecuente con el
bebé; por dejarlo en la guardería desde
sus primeras etapas. Y prevalece en lo sucesivo esa existencia de
lazos débiles que en un caso extremo pudiera terminar en suicidio. No nos extraña el arquetipo del niño solo,
rodeado por un vórtice de contenidos informáticos, mismos que quizá lo estén
llevando a la desesperanza, pero por
desgracia no alcanzamos a darnos cuenta de ello.
Asignatura pendiente para nosotros, los adultos: Propiciar un
ambiente reconfortante, de confianza que favorezca la comunicación, pero sobre
todo un clima esperanzador para nuestros chicos.
Decía mi padre que en esta vida todo tiene remedio menos la
muerte. El niño no podrá saberlo, a menos que lo acerquemos a nuestro pecho y se lo repitamos suavemente al oído.
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