domingo, 13 de octubre de 2013

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LAZOS SALVADORES
En el curso de la semana vi en el diario local la  fotografía de una quinceañera muy tradicional. Me agradó la imagen porque me recordó el arquetipo de la quinceañera cuando yo tenía esa edad, aunque, debo reconocer, mi carácter poco convencional me alejó de lucir un vestido largo para la ocasión.  Sin embargo después de tantas quinceañeras verde mayate, morado profundo o azul ultramar, resulta reconfortante hallarse una chica linda que elige un vestido claro para su fiesta de quince años.
La contraparte: Una jovencita de la misma edad, cursando segundo de secundaria opta por terminar con su existencia, una de esas muertes absurdas que nunca debían de ocurrir.  La niña deja varios mensajes póstumos a sus seres más cercanos, quienes no acaban de salir del asombro.  Queda en el aire la terrible pregunta: ¿Qué la llevó a tomar una decisión de tal magnitud?...
El suicidio es la estadística que no se toma en cuenta en nuestro país, aún cuando en el lapso de los últimos veinte años la cifra de suicidios consumados se ha duplicado, eso sin contar las ideas o los intentos suicidas. Como sociedad enfrentamos un problema que no hemos colocado en la debida perspectiva, y si no lo hacemos seguirán presentándose casos como éste.
Detrás de un intento de suicidio existen muy diversos factores, que varían de acuerdo a la edad, a la situación geográfica y al sexo.  Curiosamente, dentro de los factores que se relacionan con el suicidio, predominan los de orden afectivo, aún en adultos,  en quienes pensaríamos que prevalecieran elementos como una crisis económica o de salud.
En niños y jóvenes las causas suelen suscribirse a estos factores de corte emocional: El chico siente que no se le toma en cuenta, que no se le otorga el reconocimiento que él desearía, o bien, se siente solo.   Por otra parte su pensamiento no le permite asimilar que la muerte es definitiva, para siempre, y que no tiene la opción “deshacer” que existe en la pantalla para borrar algo y dar marcha atrás como si nada.
La chica cursaba secundaria.  Sabemos que sus compañeros de grupo  habrán recibido la noticia con alarma y desconcierto.  De la capilla de velación el cuerpo fue llevado al patio central de la escuela en donde se pasó lista de “presente”, y sus compañeros tuvieron oportunidad de expresar el dolor que estaban sintiendo; hubo llanto, mensajes de despedida y globos blancos En pocas palabras, se le dio el tratamiento de honor que se otorga a un servidor público caído en el cumplimiento del deber, algo que con toda seguridad habrá generado gran consuelo a sus familiares.
Esta ceremonia habría satisfecho la necesidad de gratificación y reconocimiento de cualquier adolescente en crisis, que siente que no lo toman en cuenta. En otras palabras, cualquier niño con ideas suicidas puede interpretar que la muerte finalmente proporciona el reconocimiento que tantas veces no se consigue  en vida.  La pregunta obligada es entonces: Esta gran ceremonia luctuosa ¿no  irá a favorecer  la aparición de  nuevos casos?
Contraria a la oriental, la cultura occidental poco aborda el tema de la muerte.  Los mexicanos, cuando lo hacemos, es para burlarnos de ella o para asombrarnos sobremanera por su llegada.  Por lo general evitamos tratar el tema con los hijos, sobre todo para hacerlos conscientes de su irreversibilidad.
Los padres actuales hemos creado pequeños tiranos, acostumbrados a evitar situaciones difíciles o dolorosas.  Desarrollan poca tolerancia a la frustración, porque, cuando son pequeños,  solemos adivinarles el pensamiento, y poner frente a ellos aquello que estaban apenas por pedir, lo que  poco favorece el temple de carácter para enfrentar situaciones adversas y no darse por vencidos a la primera de cambios.
Por otra parte hemos  descuidado la creación de lazos, del vínculo afectivo que inicia en el vientre materno y debería continuarse durante una buena parte de la vida del hijo.   Propiciamos grandes rupturas en ese proceso de vinculación, comenzando por el biberón en vez del pecho; por evitar el contacto físico frecuente con el bebé; por dejarlo en la guardería  desde sus primeras etapas.  Y  prevalece en lo sucesivo esa existencia de lazos débiles que en un caso extremo pudiera terminar en suicidio.  No nos extraña el arquetipo del niño solo, rodeado por un vórtice de contenidos informáticos, mismos que quizá lo estén llevando a la desesperanza,  pero por desgracia no alcanzamos a darnos cuenta de ello.
Asignatura pendiente para nosotros, los adultos: Propiciar un ambiente reconfortante, de confianza que favorezca la comunicación, pero sobre todo un clima esperanzador para nuestros chicos.

Decía mi padre que en esta vida todo tiene remedio menos la muerte. El niño no podrá saberlo, a menos que lo acerquemos a nuestro pecho y  se lo repitamos suavemente al oído.

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