MÉXICO 2025
“Infancia es destino”, obra culmen de Santiago Ramírez Sandoval (1921-1989), psicoanalista mexicano, y uno de los fundadores de la Asociación Psicoanalítica Mexicana (APM). Este solo enunciado es iluminador cuando tratamos de adivinar hasta qué punto influyen los primeros años de vida de un individuo en su devenir como adulto. De ninguna manera me propongo abordar un asunto tan complicado como el psicoanálisis; la inquietud que me mueve va en otro sentido, preocupante por cierto, y que tiene qué ver con nuestro desempeño en el día a día frente a las nuevas generaciones.
A partir del célebre caso de “Ana O” con el que Freud en compañía de Breuer inicia el psicoanálisis como un método de exploración emocional, comienza a bosquejarse lo que ahora es una verdad bien reconocida: Las experiencias de los primeros años de vida marcan de manera definitiva al individuo.
Ahora bien, los adultos estamos sujetos a pulsiones de la infancia que nos llevan a reaccionar de determinada manera. Por otra parte, quienes hemos tenido la oportunidad de vivir la experiencia del psicoanálisis poseemos herramientas que nos permiten identificar elementos de nuestra infancia que disparan o bloquean determinadas conductas. Todos nosotros, psicoanalizados o no, formamos parte de un grupo que sale adelante desde el punto de vista económico, social y emocional: Participamos en la vida productiva; formamos lazos relacionales con otros, buscamos dejar huella, y desarrollamos una sensación interna de satisfacción.
De manera paralela en los últimos lustros han surgido paradigmas que se alejan totalmente de este patrón de comportamiento, cuyas conductas dañan a la sociedad de diversas formas. Nos encontramos con grupos humanos dedicados al cultivo, trasiego y venta de droga, que a la fecha han incursionado en otras actividades ilícitas, como son la extorsión, el secuestro, la trata de personas, y el terrorismo. Sabemos de la existencia de bandas cuyos cuantiosos ingresos provienen de una sola actividad, el homicidio por encargo. Adivinamos por otra parte aquello que permite que dichos paradigmas crezcan y se perpetúen, la corrupción de las autoridades.
Para completar el escenario tenemos instituciones que han venido fallando en el cumplimiento de su función social, llámense iglesia, escuela, gobierno, o familia. En nuestro país son ominosos los ejemplos de funcionarios que reciben sueldos estratosféricos por ocupar un puesto, muy al margen de cuál sea la calidad de su desempeño. Frente a ellos tenemos una ciudadanía que quisiera ver que se cumplan las leyes, pero se queda en eso, en el intento, frente a una plutocracia que de manera grosera acalla sus reclamos.
El daño moral que estas realidades provocan en nosotros los adultos es considerable, pero ¿acaso hemos pensado cuál es el impacto que tendrán en nuestros niños? ¿O de qué manera afectarán los hechos que estamos viviendo hoy, a quienes van a ser los adultos del 2025?... Difícilmente hemos tenido la calma para ponernos a imaginar cómo será el perfil de esos adultos quienes hoy, siendo niños, comienzan a considerar “normal” vivir rodeados de sujetos encapuchados y armados como parte del panorama urbano, pues los halla frente a la casa, la tienda o la plaza. No sabemos cómo afectará su percepción de la vida asimilar que en cualquier rato puede iniciarse un enfrentamiento armado donde están expuestos a morir él o sus padres.
A esos niños escolares a quienes intempestivamente sacan de la escuela a media mañana por la amenaza de un “granadazo”, o quienes se topan durante el recreo, con cuatro cabezas humanas del otro lado de la reja escolar…. ¿Cómo les explicamos qué está sucediendo? ¿De qué modo los tranquilizamos? O bien, ¿cómo logramos que la costumbre no los convierta en seres insensibles ante el dolor humano? La semana pasada fue Acapulco, ahora es Veracruz, los maestros se niegan a dar clases ante el temor de un ataque. ¿Qué percibirán los niños respecto de la situación, o de sus propios maestros, o de las autoridades?
Esta orgía de muerte va a tener sus consecuencias lógicas, que se adivinan graves; ahora no alcanzamos a imaginarlas, pues vivimos una situación inédita, me atrevo a suponer que peor que la que viven los niños de países en guerra. En aquellos casos la violencia tiene un motivo patrio, racial o religioso… aquí es la danza de la ambición desmedida para los niños del lado de las víctimas, y una cruel falacia para los niños del otro lado, quienes sólo aciertan a escuchar los ecos de los fusiles ante el mutismo absoluto de los principios.
Si nosotros, que crecimos con una infancia relativamente tranquila y resuelta, somos los adultos que no hallamos cómo entrarle al toro, ¿Qué irá a ser de los adultos del 2025? ¿Cómo serán el día de mañana esos niños que hoy se mecen al retumbo de los “cuernos de chivo”?...
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